Un Inha­bi­tual Romance

ME BEFO­RE YOU. Esta­dos Uni­dos-Gran Bre­ta­ña, 2016. Un film de Thea Sharrock

Basa­do en el popu­lar libro Me Befo­re You de la perio­dis­ta y nove­lis­ta Jojoy Moyes publi­ca­do en 2012, en una adap­ta­ción hecha por la auto­ra, la direc­to­ra Thea Sha­rrock lo tras­la­da al cine con acep­ta­ble resultado.

A la inver­sa de lo que a veces sue­le suce­der, el comien­zo del film no depa­ra gran­des expec­ta­ti­vas dado que uno cree estar asis­tien­do a una de las tan­tas come­dias román­ti­cas que siguien­do fór­mu­las cono­ci­das resul­ta fácil de pre­de­cir su final. Afor­tu­na­da­men­te, a medi­da que el rela­to pro­gre­sa se pue­de apre­ciar que el film adop­ta una ruta dife­ren­te con un des­en­la­ce rea­lis­ta que des­de­ña el happy end.

El rela­to pre­sen­ta a Loui­sa Clark (Emi­lia Clar­ke), una chi­ca pro­ve­nien­te de una fami­lia modes­ta de cla­se obre­ra que des­pués de varios años de tra­ba­jar como mese­ra de un café pier­de su empleo. Afor­tu­na­da­men­te, a tra­vés de una agen­cia logra con­se­guir otro empleo que con­sis­te en cui­dar a un hom­bre dis­ca­pa­ci­ta­do. Al lle­gar a la sun­tuo­sa man­sión don­de pres­ta­rá sus ser­vi­cios es reci­bi­da por Cami­lla Tray­nor (Janet McTeer), la due­ña de casa, que le hace saber que la per­so­na a quien debe­rá pres­tar ayu­da es Will (Sam Cla­flin), su joven hijo que que­dó para­plé­ji­co des­pués de un gra­ve acci­den­te ocu­rri­do dos años atrás; por eso está con­de­na­do a vivir en una silla de rue­das sin posi­bi­li­dad de movi­mien­to. En reali­dad la tarea de Loui­sa con­sis­te en hacer­le com­pa­ñía, tra­tar de entre­te­ner­lo y dar­le áni­mo, sin que ella deba ocu­par­se de su lim­pie­za e higie­ne per­so­nal que está a car­go de Nathan ( Stephen Pea­coc­ke), su fisio­te­ra­peu­ta y enfermero.

Emilia Clarke y Sam Claflin

Emi­lia Clar­ke y Sam Claflin

Al prin­ci­pio Will se mues­tra tos­co, cir­cuns­pec­to y poco afa­ble con Loui­sa pero len­ta­men­te la situa­ción va modi­fi­cán­do­se. Per­te­ne­cien­te a dos mun­dos socia­les dife­ren­tes, el edu­ca­do y cul­to joven pro­ve­nien­te de una fami­lia aris­to­crá­ti­ca logra­rá que Loui­sa vea por pri­me­ra vez a tra­vés de un video una pelí­cu­la con sub­tí­tu­los, como así tam­bién apren­de­rá a gus­tar de la músi­ca clá­si­ca; de algu­na for­ma se esta­ble­ce la rela­ción entre un maes­tro cul­to y una alum­na dis­pues­ta a apren­der y amol­dar­se. La dedi­ca­ción de Loui­sa tra­tan­do de esti­mu­lar a Will es total para que su inmo­vi­li­dad pue­da ate­nuar­se con las sali­das, paseos, con­tac­tos al aire libre por ella planeados.

Como resul­ta­do del esfuer­zo y de la con­vi­ven­cia dia­ria, no resul­ta extra­ño que una atrac­ción natu­ral se pro­duz­ca entre los jóve­nes; sin embar­go la rela­ción román­ti­ca es com­ple­ta­men­te cas­ta debi­do al impe­di­men­to físi­co de Will. Es aquí que cuan­do uno podría pre­ver que todo se irá solu­cio­nan­do gra­dual­men­te, el rela­to intro­du­ce la nota dra­má­ti­ca que es mejor no develar.

A pesar de que en las pri­me­ra esce­nas Loui­se apa­re­ce como una chi­ca un tan­to excén­tri­ca en su ves­ti­men­ta y afec­ta­da en su com­por­ta­mien­to, poco a poco su acti­tud se modi­fi­ca logran­do que Clar­ke trans­mi­ta toda la per­se­ve­ran­cia de una joven cuya prin­ci­pal meta es con­se­guir que Will — cuyo esta­do es cró­ni­co, incu­ra­ble y suje­to a fre­cuen­tes infec­cio­nes- reco­bre el ansia de vivir a pesar de todo. Por su par­te, Cla­flin sale airo­so de su come­ti­do como el mucha­cho que es cons­cien­te de que no podrá gozar más de una vida nor­mal y que en sus con­di­cio­nes no le ape­tez­ca mirar el futu­ro con opti­mis­mo, a pesar de la pre­sen­cia de Louisa.

Este melo­dra­ma está bien rea­li­za­do y sin alcan­zar nive­les de exce­len­cia supera el pro­me­dio de los fil­mes de este géne­ro que se ha teni­do opor­tu­ni­dad de juz­gar últi­ma­men­te; en todo caso, satis­fa­rá a quie­nes gus­ta­ron de la nove­la ori­gi­nal como así tam­bién a aquel sec­tor de públi­co adic­to a las pelí­cu­las sen­ti­men­ta­les. Jor­ge Gutman