IT’S ONLY THE END OF THE WORLD (JUSTE LA FIN DU MONDE). Canadá-Francia, 2016. Un film escrito y dirigido por Xavien Dolan.
Precedido por el Gran Premio del Jurado ‑segundo en orden de importancia- obtenido en el Festival de Cannes de 2016, el reciente film de Xavier Roland es llamado a crear opiniones divisivas, del mismo modo que aconteció en la Riviera francesa con los periodistas asistentes. En lo personal, después de la primera presentación mundial para la prensa al terminar la proyección, quedé desconcertado. Dolan, es uno de los cineastas canadienses más respetables en la medida que con su juventud e inteligencia vuelca su capacidad y notable energía para brindar un cine diferente que escapando de la narración tradicional siempre ha satisfecho mis expectativas. Ocurre que con Juste la fin du monde a pesar de que visualmente es interesante, la historia relatada sobre la complejidad de las relaciones humanas no alcanza envergadura dramática impidiendo lograr con lo que se contempla.
Basado en la pieza teatral epónima de Jean-Luc-Lagarce de 1990, su adaptación al cine resulta estática. Su trama gira en torno de Louis (Gaspard Ulliel), un autor gay de 35 años, quien después de 12 años de ausencia y de haber mantenido escasa comunicación con su familia, salvo a través de tarjetas postales, regresa a Canadá. El propósito del viaje es comunicar a los suyos su próxima e irremediable muerte debido a una enfermedad terminal cuya causa el público desconoce. Tampoco se sabe cuál fue la razón que le motivó ausentarse de su hogar para afincarse en algún lugar no especificado de Francia; a todo ello, su rostro de ninguna manera rostro delata que se encuentra en estado moribundo. Lo cierto es que durante el trayecto aéreo de regreso, su voz en off precisa que él desea ser “dueño de su vida”.
Al llegar a destino, es recibido cálidamente por su familia. Aquí podría aplicarse la frase de “la calma que precede a la tempestad” debido a que prontamente presenciará los avatares y disfuncionalidad existente entre los miembros del grupo familiar. Allí se encuentra su estrafalaria, histérica y absorbente madre Martine (Nathalie Baye) maquillada extravagantemente, quien manifiesta a su hijo que le ama profundamente aunque le reprocha el no haber mantenido contacto con ella; también se halla su impetuosa hermana menor Suzanne (Léa Seydoux) que ha idealizado a Louis al que no había llegado a conocer; otro personaje es su hermano mayor Antoine (Vincent Cassel), dueño de un temperamento provocador y violento quien mantiene un sostenido rencor hacia Louis; él se encuentra acompañado de su afable y sumisa esposa Catherine (Marion Cotillard) quien debe escuchar casi continuadamente los exabruptos de Antoine, al propio tiempo que trata de conciliar la paz entre los dos hermanos.
Salvo breves momentos de pausa, Louis no encuentra el momento adecuado para anunciar lo que se propuso al observar inmutablemente las permanentes conversaciones de sus familiares que se traducen en confrontaciones, hostilidades, alaridos e insultos donde nadie escucha al otro. Este film claustrofóbico y de casi completa estructura teatral no especifica detalles de cómo transcurrió la vida de esta familia antes de la llegada de Louis; así, el espectador se encuentra inmerso en un asfixiante melodrama de explosión familiar que sin llegar a conclusión alguna resulta incómodo de contemplar y finalmente termina agobiando. Eso no menoscaba la magnífica actuación del elenco cuya excelencia permite a sus integrantes salir airosos dentro de los límites impuestos por el guión.
Como es habitual en la filmografía de Dolan, los preciosismos visuales que acostumbra a emplear están aquí presentes. El realizador contó con la valiosa colaboración de André Turpin en la fotografía; este excelente fotógrafo a través de logrados primeros planos consigue captar vivamente las expresiones faciales de sus personajes; en tal sentido, ha permitido que tanto los encuentros entre Louis con su cuñada así como con su hermana adquieran cierta intimidad en donde quedan traslucidos algunos de los problemas que cada una de sus interlocutoras atraviesa. La música de Gabriel Yared es adecuada y permite ocasionalmente disminuir el clima de tensión existente.
Para concluir, queda la incógnita del porqué este dotado e ingenioso director utilizó el material un tanto endeble de Lagarce; lo que resulta claro es que si bien el film está bien realizado, tal como está presentado carece de profundidad sin suscitar mayor emoción. Jorge Gutman