FRANTZ. Francia-Alemania, 2016. Un film de François Ozon
Este film del versátil e inteligente director y escritor François Ozon es uno de los más directos, bellos y románticos que haya realizado hasta la fecha. Como de costumbre, su modalidad es de sorprender al espectador al narrar una historia inspirada en Broken Lullaby (1932) un film de Ernst Lubitsch que a su vez estuvo basado en una pieza francesa del dramaturgo Maurice Rostand; en todo caso, Ozon nunca copia ni imita porque su ingeniosidad le permite ofrecer a este relato un toque especial e inesperado.
Ozon ubica la acción en un pequeño pueblo alemán en 1919, meses después de haber concluido la Gran Guerra donde Anna (Paula Beer), una joven alemana de 20 años, aún mantiene el duelo por la muerte de su amado novio Frantz (Anton von Lucke) ocurrida en combate durante la contienda bélica. El elemento movilizador de esta historia se produce el día en que Anna al visitar la tumba de Frantz, observa que alguien deposita flores en la misma; de este modo conoce a Adrien (Pierre Niney), un joven francés quien le dice haber sido gran amigo de su novio cuando él estaba estudiando en París antes que la guerra estallara.
Cuando Anna que vive con el doctor Hans Hoffmeister (Ernst Stötzner) y su señora Magda (Marie Gruber), los padres de Frantz, trata de presentar a Adrien, el médico no se muestra muy dispuesto a recibirlo debido a la animosidad existente hacia toda persona que fuese francesa; con todo, la simpatía y encanto especial del visitante como así también por el recuento que efectúa de las anécdotas vividas con Frantz donde ambos tenían en común el amor al arte, logran vencer la reluctancia del anfitrión. Eso se reafirma cuando se sabe que el visitante es un violinista profesional y que Frantz solía tocar ese instrumento. Dicho lo que antecede, llega a establecerse un cálido vínculo entre Adrien y la familia del difunto muchacho.
El guión de Ozon preparado con Philippe Piazo introduce un giro inesperado en su segunda parte que sería ingrato anticipar al lector; valdrá solamente mencionar que se irán revelando ciertas verdades que anteriormente no se llegaron a conocer sobre Adrien y que repercutirán emocionalmente en las partes implicadas.
Esta es la primera vez que por razones de ambientación Ozon utiliza en su mayor parte el idioma alemán en tanto que el francés queda relegado a las conversaciones mantenidas entre Anna y Adrien al ser ambos bilingües. Otro elemento distintivo es que el director apeló a una fotografía en blanco y negro con el propósito de otorgar mayor fuerza y veracidad a la historia relatada como así también para involucrar más intensamente al espectador; eso no obsta para que recurra en algunas secuencias de la narración al uso del color a fin de reflejar los momentos más alegres de esta historia, como por ejemplo cuando en una escena retrospectiva del pasado se observa a Frantz y Adrien visitando el Museo del Louvre.
Con una minuciosa observación de los detalles de época dentro del marco de una intachable narración, Ozon ofrece un impecable melodrama valorizado por su buen elenco donde en especial se destaca la soberbia actuación de Paula Beer. En resumen, he aquí un film inteligente que gratifica al espectador. Jorge Gutman