BACCALAUREAT. Rumania-Francia, 2016. Un film dirigido y escrito por Cristian Mungiu
El destacado realizador rumano Cristian Mungiu, que entre sus importantes antecedentes figura haber logrado en 2007 la Palma de Oro en Cannes con 4 meses, 3 semanas, 2 días, el año pasado volvió a ser distinguido como mejor director con Baccalauréat, un drama realista que satisface plenamente a través de las diversas lecturas que pueden realizarse del mismo.
Una primera aproximación permite analizar al film como la crisis existencial que atraviesa un individuo de la mediana edad frente a un conjunto de factores que superan su capacidad de control. El personaje central es Romeo Altea (Adrian Titieni), un muy respetable médico que reside en una ciudad de Transilvania con su mujer (Lia Bugnar) y su adolescente hija Eliza (María Dragus). La joven es una brillante alumna a punto de concluir sus estudios secundarios y por sus méritos ha obtenido una beca para estudiar psicología en Inglaterra, con la condición de que previamente apruebe satisfactoriamente su examen de graduación.
El disparador que pone en marcha el tema central del relato se produce cuando poco antes de someterse a la prueba escolar Eliza sufre una agresión por parte de un sujeto desconocido, por la cual su brazo herido derecho es enyesado y en consecuencia le impide rendir el examen. Altea, que se encuentra muy desencantado con Rumania, a toda costa desea que el accidente de su hija no le imposibilite gozar de esa beca que le permitirá avizorar un mejor futuro en el extranjero; por ello, se encuentra urgido en resolver el contratiempo. A pesar de que este médico es una persona de principios honestos, la vital necesidad de que Eliza pueda superar el obstáculo lo conduce a realizar una maniobra nada ética; eso acontece a través de un intercambio de favores que realiza con Bulai (Petre Ciubotaru), un hombre influyente que a la vez es la persona responsable de los exámenes de graduación.
Si lo mencionado es el elemento fundamental del relato, el acto cometido por el facultativo constituye un microcosmos de lo que el realizador describe de la sociedad rumana a través de un retrato nada complaciente. Así, se puede apreciar que los resabios del régimen comunista siguen subsistiendo en la actual era democrática donde la corrupción y los tráficos de influencia no han desaparecido y en donde los valores morales se encuentran en franca decadencia; a todo ello, nadie es confiable y los chantajes y engaños parecerían constituir el mecanismo de defensa para poder sobrevivir. Para resaltar ese cuadro, Mingiu alimenta a su relato con inesperados actos violentos como el apedreo injustificado a una de las ventanas de la casa de Altea, al parabrisas de su coche o bien el ataque a pleno día propinado a su hija.
La narración es inobjetable permitiendo que el público se sumerja plenamente en lo que acontece en la pantalla y que saque su propia conclusión de lo que observa de la lúcida radiografía humana de Rumania que efectúa el realizador. La completa naturalidad de los actores viviendo realísticamente lo que la meticulosa descripción de los personajes les requiere, refuerza los valores de esta perturbadora historia.
Queda como resultado un admirable thriller psicológico donde Mungiu reafirma una vez más ser uno de los más calificados directores del cine europeo. Jorge Gutman