ROMAN J. ISRAEL, ESQ’. Estados Unidos, 2017. Un film escrito y dirigido por Dan Gilroy
Una vez más Denzel Washington ratifica sus cualidades de gran actor con la extraordinaria labor prestada en este film escrito y realizado por Dan Gilroy. Su tema es la profunda crisis moral que sufre un individuo frente a una situación inesperada.
Washington personifica a Roman J. Israel, un abogado penalista afroamericano y un activista de larga data en defensa de los derechos civiles que lleva una modesta forma de vida; como idealista es un defensor de la gente humilde y como profesional durante más de dos décadas ha estado trabajando con otro colega en un estudio jurídico de Los Ángeles. Mientras que su asociado se ocupa de efectuar las defensas requeridas en las audiencias judiciales, Roman se desempeña internamente atendiendo los aspectos vinculados a los diferentes casos que se están considerando. En cuanto a su personalidad, su comportamiento es el de un hombre obsesivo, dueño de una memoria excepcional y asumiendo en ciertos casos actitudes que podrían asemejarse a la de un autista, aunque realmente no lo sea.
Cuando su socio repentinamente sufre un ataque cardíaco del cual cae en un estado de coma irreversible, su sobrina resuelve disolver la oficina encomendando a George Pierce (Colin Farrell), un abogado y antiguo alumno de su colega, para que se ocupe de su liquidación. Al encontrarse Roman sin trabajo, George- sabiendo de sus habilidades y de su mente prodigiosa– aprovecha para contratarlo en su firma.
En su primer caso debe ocuparse de la defensa de un joven (Niles Fitch) que ha sido acusado de haber matado a un empleado de un almacén aunque realmente es inocente. Es allí que se produce un hecho impensado para Roman cuando se le presenta la oportunidad de mejorar su situación económica pero al precio de cometer un repudiable acto moral.
Lo más interesante de esta historia es el estudio de personalidad que el realizador efectúa de este personaje. Una vez más se constata que la naturaleza humana puede adoptar comportamientos contradictorios: por un lado, se observa la actitud de un hombre capaz de asumir la defensa de los seres más humildes y marginalizados de la sociedad, en especial de los jóvenes negros castigados por el sistema legal vigente; por el lado opuesto, ese mismo individuo es capaz de traicionar los valores que firmemente sustenta.
Ciertamente, el film deja más preguntas que respuestas sobre la conducta de Roman; aunque es difícil especificar qué es lo que atraviesa por su mente a través de los problemas emocionales que experimenta, la acertada actuación de Washington permite caracterizar con precisión la extraña personalidad de su personaje. Además de este brillante actor, Farrell igualmente convence en la composición del suyo, en tanto que Carmen Ejogo se destaca como una coordinadora comunitaria que consagrada a los derechos civiles guarda afinidad con la ideología de Roman.
Con insinuaciones de un racismo latente y la existencia de un desigual sistema de justicia penal, el film interesa aunque en forma intermitente. Las objeciones mayores resultan de que el relato no está muy bien estructurado y al bifurcarse en muchas instancias de su foco central, no llega a cohesionarse de manera global. Con todo, merece ser visto aunque más no fuera por la remarcable interpretación de Washington. Jorge Gutman