POUR VIVRE ICI. Canadá, 2017. Un film escrito y dirigido por Bernard Émond
Bernard Émond ofrece un drama intimista de honda humanidad abordando el tema del duelo y la posibilidad de poder superarlo. Trabajando con Élise Guibault por cuarta vez en un espacio de 16 años, existe entre ambos una completa comunicación artística; así, la actriz ha sabido muy bien compenetrarse en la psiquis del personaje protagónico concebido por el realizador.
El relato comienza en Baie-Comeau, lugar donde la sexagenaria Monique (Guibault) compartió su vida durante largo tiempo con su amado esposo. Ella acaba de perderlo y por tal razón sus dos hijos adultos (Danny Gilmore y Marie Bernier) que viven en Montreal llegan al funeral pero después del mismo parten de regreso a la metrópoli.
Para tratar de sobrellevar su duelo y la soledad que la envuelve, Monique efectúa largas caminatas teniendo por compañía la belleza que brinda a la zona el paisaje nevado del invierno. Para atenuar la soledad que la envuelve deja su casa para visitar a sus hijos en Montreal. Es aquí donde Émond, inspirado por el excelente film japonés Tokyo Story (1953) de Yasujirö Ozu, refleja la brecha generacional existente entre ella y sus hijos; de ninguna manera el director los pinta como egoístas o desamorados sino por el contrario queda claro que ellos están ocupados en sus respectivos trabajos. A través del semblante de esta frágil mujer, con su mirada y silencio se puede llegar a saber lo que interiormente siente; así aparece más sonriente con su nuera Adhita (Amena Ahmad) y sobre todo con la dulce Sylvie (Sophie Desmarais) quien ha sido la novia de su hijo fallecido y es capaz de comprenderla.
Dejando Montreal y para superar su crisis existencial, Monique se dirige a una pequeña ciudad del noreste de Ontario donde nació, para revivir su infancia y visitar el cementerio local donde reposan sus padres; ese viaje le deja un cierto sinsabor al comprobar que mucho de lo que allí existía, como la iglesia y la granja familiar, ya no están más.
¿Qué queda de toda esa peregrinación una vez que retorna a su hogar? El recuerdo de su marido que nunca desaparecerá como así también una luz de esperanza que deja abierta la posibilidad de que ella sabrá cómo reconstruir su vida.
La narración de Émond sin ser necesariamente minimalista prescinde de los diálogos en la medida de lo posible para transmitir en imágenes su contenido. Como un protagonista adicional de esta historia se aprecia la belleza de la naturaleza glacial de Baie-Comeau con sus bosques y la majestuosidad del río, enfocados por la cámara del remarcable director de fotografía Jean-Pierre St-Louis Simultáneamente, esa misma cámara capta el viaje interior de Mónique quien exprime su sufrimiento sin demostrarlo; tal como se anticipó, la actuación sutil y delicada de Guilbaut es remarcable sin que por ello queden desmerecidos los demás integrantes del irreprochable elenco.
En los elementos técnicos de producción, además de la fotografía ya resaltada, igualmente se distingue la apropiada música del compositor Robert Marcel Lepage
En resumen: Emond ofrece un film de impresionante ascetismo, radiante y poéticamente bello. Jorge Gutman