El Valor Sen­ti­men­tal de los Objetos

NOS­TAL­GIA. Esta­dos Uni­dos, 2017. Un film de Mark Pellington

Según el dic­cio­na­rio, la pala­bra “nos­tal­gia” se refie­re al sen­ti­mien­to de pena por la leja­nía, la ausen­cia, la pri­va­ción o la pér­di­da de alguien o algo que­ri­do. Esa defi­ni­ción se ajus­ta muy bien al con­te­ni­do de este film. Por su natu­ra­le­za melo­dra­má­ti­ca y sen­ti­men­tal es muy posi­ble que el dra­ma de Mark Pelling­ton divi­da a los crí­ti­cos, pero para quien escri­be estas líneas este melo­dra­ma sin­ce­ro y hones­to trans­mi­te veraz­men­te lo que se sien­te al momen­to de tener que libe­rar­se de obje­tos que inde­pen­dien­te­men­te de su valor mone­ta­rio han sido con­ser­va­dos sen­ti­men­tal­men­te por lar­go tiem­po. Des­de su apa­ci­ble comien­zo has­ta su dra­má­ti­co des­en­la­ce Nos­tal­gia es un film que moti­va a pen­sar sobre lo que repre­sen­ta aque­llo que al extin­guir­se el ciclo de la exis­ten­cia huma­na no es posi­ble ser lle­va­do consigo.

El guión del rea­li­za­dor con la cola­bo­ra­ción de Alex Ross Perry está estruc­tu­ra­do en tres par­tes a tra­vés de un hilo con­duc­tor muy bien hil­va­na­do. En su pri­me­ra par­te el rela­to intro­du­ce a Daniel (John Ortiz), un agen­te eva­lua­dor de una com­pa­ñía de segu­ros que efec­túa una visi­ta al hogar del jubi­la­do anciano Ronald (Bru­ce Dern) para efec­tuar una esti­ma­ción de los bie­nes que posee a pedi­do de su nie­ta Bethany (Amber Tamblyn); ahí se pue­de con­tem­plar una enor­me can­ti­dad de obje­tos vin­cu­la­dos a su pasa­do. Pos­te­rior­men­te Daniel sale al encuen­tro de Helen (Ellen Burstyn), una viu­da cuya casa fue pre­sa de un voraz incen­dio y úni­ca­men­te que­dó into­ca­ble una cele­bra­da pelo­ta de béis­bol que ha sido tras­pa­sa­da a tra­vés de varias gene­ra­cio­nes en la fami­lia de su esposo.

Es aquí que se asis­te a la segun­da par­te de esta his­to­ria, don­de aho­ra se sigue la tra­yec­to­ria de esta humil­de mujer que acep­ta vivir tem­po­ral­men­te en lo de su hijo Henry (Nick Offer­man); él le sugie­re la idea de resi­dir en un hogar de ancia­nos para resol­ver el pro­ble­ma, pero Helen no se encuen­tra aún pre­pa­ra­da para ello. En cam­bio, para ate­nuar en par­te su difí­cil situa­ción finan­cie­ra ella via­ja a Las Vegas para entrar en con­tac­to con Will (Jon Hamm) un reven­de­dor de artícu­los depor­ti­vos de colec­ción, a fin de que este hom­bre eva­lúe la valio­sa pelo­ta de su mari­do y su posi­ble compra.

De allí en más el film entra en su com­po­nen­te final siguien­do los pasos de Will, un noble indi­vi­duo que ha pasa­do por expe­rien­cias poco gra­tas en su vida con­yu­gal y que aho­ra le urge visi­tar a su her­ma­na Don­na (Cathe­ri­ne Kee­ner) para que ambos pro­ce­dan a ven­der la casa des­ha­bi­ta­da don­de habían vivi­do sus padres. Ésta es una de las esce­nas más emo­ti­vas del film con­tem­plan­do a dos her­ma­nos que mucho se quie­ren y que se encuen­tran en la dis­yun­ti­va sobre cómo des­pren­der­se de obje­tos sen­ti­men­ta­les que allí están dise­mi­na­dos y que a tra­vés del tiem­po sir­vie­ron para pre­ser­var la memo­ria de sus progenitores.

Es en esta sec­ción don­de la pelí­cu­la se pres­ta a refle­xio­nar sobre la fra­gi­li­dad de las cosas y cómo la nos­tal­gia adquie­re una con­no­ta­ción dife­ren­te en la épo­ca actual de la tec­no­lo­gía digi­tal. Así, la corres­pon­den­cia man­te­ni­da entre los padres de Don­na y Will han sido sus­ti­tui­dos por los imper­so­na­les correos elec­tró­ni­cos, los dis­cos de vini­lo de gra­ba­cio­nes efec­tua­das en épo­cas en que no exis­tía inter­net ya no intere­san a los jóve­nes de esta gene­ra­ción ‑según pue­de apre­ciar­se en una esce­na del film‑, los álbu­mes de foto­gra­fía han per­di­do impor­tan­cia en la medi­da que las fotos impre­sas en papel aho­ra que­dan alma­ce­na­das en los dis­po­si­ti­vos digi­ta­les, como así tam­bién muchos otros ele­men­tos hoy día ya no tie­nen razón de exis­tir. Eso impli­ca que los des­cen­dien­tes de la actual gene­ra­ción no se preo­cu­pa­rán acer­ca de cómo pro­ce­der con los obje­tos resi­dua­les que dejen sus ante­ce­so­res y por lo tan­to que­da­rán exen­tos de nostalgia.

Más allá de estas refle­xio­nes lo cier­to es que la meticu­losa rea­li­za­ción de Pelling­ton, la muy bue­na des­crip­ción de los per­so­na­jes, sus autén­ti­cos diá­lo­gos y la exce­len­te inter­pre­ta­ción de Ortiz, Burstyn, Hamm y Kee­ner con­fi­gu­ran un muy buen film que mere­ce su visión a pesar de la tris­te­za que pro­du­ce. Jor­ge Gutman