Recor­dan­do a un Mito de la Canción

WHIT­NEY. Gran Bre­ta­ña, 2018. Un film de Kevin Macdonald

El direc­tor Kevin Mac­do­nald en un docu­men­tal hon­da­men­te sen­si­ble a la vez que teñi­do de tris­te­za efec­túa una cró­ni­ca de la malo­gra­da can­tan­te afro­ame­ri­ca­na Whit­ney Hous­ton. Al hacer­lo va refle­jan­do su derro­te­ro artís­ti­co a la vez que su tur­bu­len­ta exis­ten­cia sig­na­da por un trá­gi­co des­tino que la con­du­jo a su muer­te a los 48 años de edad en el baño de un hotel de Beverly Hills en febre­ro de 2012.

Whit­ney Houston

Aun­que el film no expli­ci­ta abier­ta­men­te qué es lo que la ha hecho famo­sa, no cabe duda que ha sido su inigua­la­ble voz ‑pre­ci­sa­men­te ella es tam­bién cono­ci­da como “The Voi­ce”- la que ha logra­do con­quis­tar al públi­co. Con sus can­cio­nes de gós­pel, blues y músi­ca soul, entre otras, ha bati­do el récord de la ven­ta a nivel mun­dial de 200 millo­nes de álbu­mes, así como el tema “I will always love you” es el títu­lo más ven­di­do por una can­tan­te de su género.

A tra­vés de mani­fes­ta­cio­nes ver­ti­das por fami­lia­res, ami­gos y repre­sen­tan­tes de la indus­tria musi­cal se obtie­ne un pano­ra­ma de los aspec­tos más impor­tan­tes que con­for­ma­ron la vida de Whit­ney. A los 11 años, al lado de su madre Cissy comen­zó a can­tar en el coro de una igle­sia bau­tis­ta de Newark reve­lan­do sus apti­tu­des voca­les, don­de pos­te­rior­men­te siguió actuan­do con ella en algu­nos clu­bes noc­tur­nos de Nue­va York; el des­cu­bri­mien­to de su talen­to por par­te de Cli­ve Davis, el pre­si­den­te de Aris­ta Records, repre­sen­tó el ini­cio del camino hacia la fama.

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En otros aspec­tos de su vida per­so­nal se sabe que Whit­ney pro­vie­ne de un hogar dis­fun­cio­nal; tan­to el com­por­ta­mien­to don­jua­nes­co de su padre John que moti­vó la sepa­ra­ción de su espo­sa, así como la de Cissy inti­man­do con un minis­tro de la igle­sia, cons­ti­tu­yó para la diva una gran decep­ción que la impul­so a dejar a su fami­lia para con­vi­vir con su gran ami­ga Robyn Craw­ford. Ese víncu­lo, que posi­ble­men­te pudo haber teni­do ribe­tes amo­ro­sos, tuvo sig­ni­fi­ca­ti­va influen­cia en su vida y duró has­ta que Wht­ney cono­ció al can­tan­te Bobby Brown con quien con­tra­jo matri­mo­nio. La rela­ción con­yu­gal des­em­bo­có años des­pués en divor­cio, en gran par­te debi­do a que Brown no pudo evi­tar los celos pro­fe­sio­na­les des­per­ta­dos por el reso­nan­te éxi­to de su esposa.

Des­pués de haber logra­do la cate­go­ría de super­es­tre­lla de la can­ción, a prin­ci­pios de la déca­da del 90 Whit­ney comien­za len­ta­men­te a atra­ve­sar un perío­do de auto­des­truc­ción por el con­su­mo de dro­gas, hecho que la ha lle­va­do a ser tra­ta­da en clí­ni­cas de reha­bi­li­ta­ción. Al mar­gen de su adic­ción, el docu­men­tal se refie­re a sus pro­ble­mas psi­co­ló­gi­cos, moti­va­dos en gran medi­da por trau­mas vivi­dos en su infan­cia al reve­lar­se que había sido abu­sa­do sexual­men­te por su pri­ma, la can­tan­te Dee Dee War­wick casi 20 años mayor que ella.

Los aspec­tos ínti­mos de la can­tan­te se encuen­tran inter­ca­la­dos con sus mag­ní­fi­cas inter­pre­ta­cio­nes ‑una de las mis­mas ento­na­das en oca­sión del Super Bowl de 1991- así como su actua­ción en el cine don­de debu­tó en el román­ti­co thri­ller The Body­guard (1992) con Kevin Kost­ner como co-pro­ta­go­nis­ta. Aun­que cri­ti­ca­da en cier­tas oca­sio­nes por la comu­ni­dad negra por con­gra­ciar­se artís­ti­ca­men­te con los blan­cos, eso que­da des­men­ti­do en un con­cier­to de bene­fi­cio rea­li­za­do en 1994 en Johan­nes­bur­go al demos­trar su abso­lu­ta soli­da­ri­dad con la gen­te de su raza en pre­sen­cia de Nel­son Mandela.

En esen­cia, Mac­do­nald logra un meticu­loso y emo­ti­vo docu­men­to que deja un extra­ño sin­sa­bor al rese­ñar cómo la cele­bé­rri­ma artis­ta no pudo domi­nar sus demo­nios inte­rio­res que ter­mi­na­ron sepul­tán­do­la a una tem­pra­na edad. De todos modos y a mane­ra de con­sue­lo pue­de afir­mar­se que el gran públi­co segui­rá admi­rán­do­la a tra­vés del lega­do de sus memo­ra­bles álbu­mes. Jor­ge Gutman