Via­je a Italia

1991. Cana­da, 2018. Un film escri­to y diri­gi­do por Ricar­do Troggi

Con 1991 Ricar­do Trog­gi com­ple­ta su tri­lo­gía auto­bio­grá­fi­ca comen­za­da con 1981 (2009) don­de rela­ta su infan­cia y con­ti­nua­da con 1987 (2014) que se refie­re a su eta­pa ado­les­cen­te. Este últi­mo capí­tu­lo lo ubi­ca en el mun­do adul­to con sus 21 años de edad y en su narra­ción en off se asis­te a una serie de viñe­tas que sin alcan­zar la dimen­sión de sus dos rela­tos pre­vios, Trog­gi logra de todos modos un film atrayente.

Jean-Carl Bou­cher

Jean-Carl Bou­cher por ter­ce­ra vez carac­te­ri­za al alter ego del rea­li­za­dor don­de en esta opor­tu­ni­dad es un alumno uni­ver­si­ta­rio que aspi­ra a adqui­rir una for­ma­ción pro­fe­sio­nal como guio­nis­ta de cine. En ese medio estu­dian­til cono­ce a la bella Marie-Ève Ber­nard (Juliet­te Gos­se­lin) de quien se ena­mo­ra per­di­da­men­te y la con­si­de­ra la mujer de su vida. Cuan­do ella deci­de par­tir a Peru­gia para com­ple­tar sus estu­dios de ita­liano, Ricar­do deci­de seguir­la tras haber logra­do ven­cer la resis­ten­cia de sus padres (Clau­dio Colan­ge­lo, San­dri­ne Bis­sons) para pro­se­guir allí su pre­pa­ra­ción aca­dé­mi­ca y al pro­pio tiem­po cono­cer la tie­rra de sus ancestros.

He ahí su pri­me­ra opor­tu­ni­dad de rea­li­zar un via­je sin sus padres fue­ra de Que­bec y a tra­vés del mis­mo, va atra­ve­san­do por diver­sas situa­cio­nes, algu­nas de ellas no muy agra­da­bles como la que se pro­du­ce a su lle­ga­da a Roma; allí, en la esta­ción de tren olvi­da dis­traí­da­men­te su mochi­la con toda la docu­men­ta­ción inclu­yen­do el dine­ro y tra­ta ner­vio­sa­men­te de sal­var el incon­ve­nien­te, con la cola­bo­ra­ción de los bue­nos ofi­cios de la emba­ja­da cana­dien­se de Italia.

En esta román­ti­ca aven­tu­ra ita­lia­na, nues­tro héroe se topa con per­so­na­jes colo­ri­dos y algu­nos excén­tri­cos; entre los mis­mos se encuen­tran un gui­ta­rris­ta (Ale­xan­dre Nachi) aven­tu­re­ro via­jan­do alre­de­dor del mun­do, un sim­pá­ti­co afri­cano (Mamou­dou Cama­ra) don­jua­nes­co con quien com­par­te su habi­ta­ción en Peru­gia y una mujer grie­ga que se ena­mo­ra de él (Mara Laza­ris). Que­da por saber qué es lo que pasa cuan­do se pro­du­ce el reen­cuen­tro con su ama­da Marie-Ève.

Sin que real­men­te exis­ta un con­flic­to dra­má­ti­co, el argu­men­to se nutre de varia­das ins­tan­cias anec­dó­ti­cas den­tro de una narra­ción ame­na que adop­ta un tono risue­ño; así aflo­ra la son­ri­sa cuan­do Ricar­do se ape­sa­dum­bra al des­cu­brir la cal­vi­cie que aso­ma en la par­te tra­se­ra de su cabe­lle­ra, o bien en el inter­cam­bio que man­tie­ne con su madre quien no pue­de ocul­tar su natu­ra­le­za histérica.

Como en los fil­mes ante­rio­res, el rea­li­za­dor echa una mira­da nos­tál­gi­ca a su vida y al hacer­lo demues­tra com­ple­ta espon­ta­nei­dad sin que haya nota algu­na que sue­ne a fal­so; de este modo una vez más sigue com­par­tien­do con su públi­co deta­lles ínti­mos de su exis­ten­cia; así logra una his­to­ria ame­na agra­cia­da por la natu­ral sim­pa­tía de sus per­so­na­jes, sobre todo la que ema­na de Jean-Carl Bou­cher quien se sumer­ge exce­len­te­men­te en la per­so­na­li­dad de Trog­gi. Jor­ge Gutman