CRAZY RICH ASIANS. Estados Unidos, 2018. Un film de Jon M. Chu
La primera sorpresa que depara Crazy Rich Asians es que esta producción estadounidense está integrada por un elenco de actores de origen asiático. La segunda grata novedad es que se asiste a una comedia romántica que transcurre en los tiempos actuales y que satisface plenamente a diferencia de las anodinas muestras del género que se han visto últimamente. Eso se debe a diversos factores que se conjugan armoniosamente, a saber: hay aquí una completa empatía con la pareja romántica que permite al público identificarse con sus sentimientos; eso es consecuencia de la inteligente descripción de los personajes producto de la eficacia del guión que sustenta su trama y a un director capaz de transmitirla.
El guión del realizador Jon M. Chu escrito con Peter Chiarelli y Adele Lim, basado en la popular novela del escritor singapurense americano Kevin Kwan publicada en 2013, ubica la historia en la época actual. La trama se centra en Rachel Chu (Constance Wu) y Nick Young (Henry Golding) quienes desde hace un año conviven felizmente en Manhattan. Ambos reúnen una muy buena formación profesional; ella es una doctora en economía y profesora en la Universidad de Nueva York que ha sido criada y educada por su madre (Tan Kheng Hua) monoparental quien emigró de China cuando Rachel era muy pequeña; Nick es un apuesto historiador nacido en Singapur cuya familia reside allí. Durante la relación sentimental mantenida, Rachel no ha tenido la oportunidad de conocer a los familiares de Nick y es por eso que acepta gustosamente la propuesta de viajar con él a su tierra natal para asistir al casamiento de su mejor amigo Colin (Chris Pang) con su novia Araminta (Sonoya Mizuno) y al propio tiempo conocer a sus parientes.
El relato cobra vuelo cuando al arribar a la dinámica ciudad del sudeste asiático Rachel descubre asombrada el ambiente millonario al que pertenece la familia de su pretendiente donde él es nada menos que el heredero de un poderoso imperio inmobiliario que maneja una inmensa fortuna. De inmediato ella se introduce en un mundo de fantasía donde la gente con quien se va relacionando luce alhajas suntuosas, dispone de vestuarios de alta costura, es dueña de mansiones palaciegas, carísimos coches deportivos y realiza eventos sociales que incluyen opulentas fiestas, gozando de ese modo de los privilegios asociados con personajes de la realeza.
Tratando de ajustarse a ese medio de lujo extravagante donde la familia de Nick expatriada de China ha logrado ubicarse en el estrato económico más elevado de la sociedad de Singapur, Rachel encuentra el primer obstáculo en Eleanor, la madre de Nick (Michelle Yeoh); si bien ella la recibe con fría cortesía, esta matriarca de la familia no ve con buenos ojos que su hijo una su destino con alguien que no pertenece a su mismo rango social. Para atenuar esa situación, Rachel logrará el apoyo de Astrid (Gemma Chan) que es la prima de Nick, de su amiga neoyorkina Peik Lin (Awkwafina) quien provee algunos de los momentos más graciosos del relato, como así también de Oliver (Nico Santos), el simpático amigo de la familia.
La celebración extravagante de la riqueza es narrada sofisticadamente por el realizador quien imprime al relato un ritmo fluido a la vez que animado de un franco humor que trata de no bordear la caricatura. En este cuento de hadas con final previsible quedan expuestas las jerarquías de clase, la colisión de la tradicional cultura china con el modernismo occidental y cómo la opulencia del dinero puede interferir en las lides del amor; en última instancia, predominará la determinación de Rachel de no doblegar su identidad y de Nickel quien, dejando de lado las obligaciones impuestas por su familia, decide obedecer los dictados de su corazón hacia la mujer que ama.
A la excelente química existente entre Wu y Golding se adhiere la simpatía de los diferentes personajes de esta agradable “love story” nutrida de impecables diseños de producción y de un fabuloso vestuario. Jorge Gutman