Pobre Des­crip­ción de la Peque­ña Italia

LITTLE ITALY. Cana­dá, 2018. Un film de Donald Petrie

Pocos días atrás hice refe­ren­cia a una agra­da­bi­lí­si­ma come­dia román­ti­ca como lo es Crazy Rich Asians jus­ti­fi­can­do las razo­nes de su éxi­to. Aho­ra es el turno de Little Italy que pre­ten­de ser igual­men­te una sim­pá­ti­ca come­dia sen­ti­men­tal; lamen­ta­ble­men­te no lo logra dada la este­reo­ti­pa­da des­crip­ción cul­tu­ral efec­tua­da de lo que es “la peque­ña Ita­lia”, un pin­to­res­co sec­tor de la comu­ni­dad ita­lia­na de Toron­to; así, de lo que se pue­de apre­ciar en este film casi todos los per­so­na­jes que lo habi­tan pare­cen cari­ca­tu­res­cos con excep­ción de unos pocos que con­si­guen salvarse.

Emma Roberts y Hay­den Christensen

Con la direc­ción de Donald Petrie valién­do­se del guión pre­pa­ra­do por Ste­ve Gallu­cio y Vinay Vir­ma­ni el rela­to pre­sen­ta en su pri­me­ra esce­na a Nik­ki (Emma Roberts), una joven cana­dien­se quien hace unos años dejó la Peque­ña Ita­lia de Toron­to don­de trans­cu­rrió su vida has­ta el momen­to de par­tir a Lon­dres para seguir una carre­ra culi­na­ria; al des­ta­car­se en su tra­ba­jo, tie­ne la opor­tu­ni­dad de con­ver­tir­se en chef de un impor­tan­te res­tau­ran­te pero como requie­re una visa per­ma­nen­te para per­ma­ne­cer en Ingla­te­rra se ve obli­ga­da a regre­sar a Cana­dá para soli­ci­tar­la. A su regre­so se encuen­tra con Leo (Hay­den Chris­ten­sen), su gran ami­go de la infan­cia y no pasa mucho tiem­po para que flo­rez­ca un roman­ce entre ellos; sin embar­go deben ocul­tar­lo por­que sus res­pec­ti­vos padres son due­ños de dos piz­ze­rías que se encuen­tran una al lado de la otra y por lo tan­to com­pi­ten a más no poder has­ta el pun­to de con­ver­tir­se en irre­con­ci­lia­bles enemigos.

He ahí la his­to­ria de Romeo y Julie­ta en el entorno gas­tro­nó­mi­co don­de en este caso no fina­li­za trá­gi­ca­men­te sino como se pre­vé a la dis­tan­cia ten­drá el típi­co des­en­la­ce de los cuen­tos de hadas.

Fren­te a una direc­ción poco ins­pi­ra­da y a una his­to­ria pla­ga­da de cli­sés, las bue­nas inten­cio­nes de Petrie en ilus­trar cómo vive la comu­ni­dad ita­lia­na toron­tia­na que­dan des­di­bu­ja­das por­que lo que se obser­va es una ridí­cu­la far­sa don­de sus irrea­lis­tas per­so­na­jes voci­fe­ran en lugar de hablar a tra­vés de una con­si­de­ra­ble par­te de diá­lo­gos vul­ga­res que bor­dean lo grotesco.

Aun­que Roberts y Chris­ten­sen resul­tan agra­da­bles como la pare­ja pro­ta­gó­ni­ca, sus per­so­na­jes no ter­mi­nan de con­ven­cer debi­do a las limi­ta­cio­nes del pedes­tre guión. Con todo habrá que des­ta­car a Andrea Mar­tin ‑como la abue­la de Nik­ki- y Danny Aie­llo ‑el abue­lo de Leo- quie­nes apor­tan genui­na huma­ni­dad a sus carac­te­res en el tierno roman­ce que man­tie­nen; cla­ro está que eso no alcan­zar a com­pen­sar las falen­cias de este pobre film. Jor­ge Gutman