La Géne­sis de Cyrano

EDMOND. Fran­cia-Bél­gi­ca, 2018. Un film escri­to y diri­gi­do por Ale­xis Michalik.

El pro­ce­so crea­ti­vo de un autor es con­si­de­ra­do por el rea­li­za­dor Ale­xis Micha­lik en Edmond cuyo guión se basa en su pro­pia pie­za tea­tral. Esta hila­ran­te come­dia enfo­ca la géne­sis de la emble­má­ti­ca obra Cyrano de Ber­ge­rac, en el que el direc­tor, entre­mez­clan­do fic­ción y reali­dad, ima­gi­na el modo en que la mis­ma fue con­ce­bi­da por Edmond Eugè­ne Ale­xis Ros­tand (1868 – 1918). Aun­que los que hayan vis­to la pie­za pue­den dis­fru­tar aún más con esta pelí­cu­la, en todo caso el film por sí mis­mo per­mi­te gozar con todas las alter­na­ti­vas que tuvie­ron lugar en su concepción.

Tho­mas Solivérès

El rela­to que comien­za en 1895 pre­sen­ta al joven Ros­tand (Tho­mas Soli­vé­rès), casa­do con su ama­da Rose­mon­de (Ali­ce de Lenc­que­saing) y padre de fami­lia, quien aca­ba de estre­nar en París su recien­te obra La Prin­ces­se Loin­tai­ne pro­ta­go­ni­za­da por la gran Sarah Bernhardt (Clé­men­ti­ne Céla­rié), cuya recep­ción crí­ti­ca no es favorable.

Dos años des­pués y sin haber escri­to algo nue­vo Edmond sale al encuen­tro del popu­lar come­dian­te Benoît-Cons­tant Coque­lin (Oli­vier Gour­met) quien se encuen­tra urgi­do en mon­tar una pie­za antes que con­clu­ya el con­tra­to que lo liga al tea­tro Por­te Saint Mar­tin de París. Apro­ve­chan­do esa cir­cuns­tan­cia Ros­tand le pro­po­ne una pie­za para que el actor pue­da lucir­se; sin embar­go hay un obs­tácu­lo que debe ser supe­ra­do en la medi­da que esa obra aún no exis­te a pesar de tener un títu­lo -Cyrano de Ber­ge­rac- y que Edmond solo dis­po­ne de tres sema­nas para que la mis­ma pue­da ser estrenada.

Tra­ba­jan­do bajo pre­sión, la ima­gi­na­ción del autor agu­di­za su inge­nio. Así se ins­pi­ra en viven­cias per­so­na­les, como es el caso de la ayu­da brin­da­da a su ami­go Leo Volny (Tom Leeb) que desea con­quis­tar el cora­zón de Jean­ne (Lucie Bou­je­nah); es allí que Edmond, al igual que Cyrano, comien­za a escri­bir­le román­ti­cos ver­sos para que Leo se los reci­te a su ena­mo­ra­da que en la pie­za se lla­ma­rá Roxa­ne; lo que sigue for­ma par­te de la fan­ta­sía urdi­da por Rostand.

El cora­zón del film resi­de en los entre­te­lo­nes que se van sus­ci­tan­do a medi­da que el escri­tor va ges­tan­do la obra con la inclu­sión de sus per­so­na­jes; de este modo se pre­sen­cia el cli­ma febril que se gene­ra con los capri­chos sus­ci­ta­dos entre los miem­bros del elen­co a medi­da que los ensa­yos se van suce­dien­do, las exi­gen­cias de los pro­duc­to­res, los celos de su espo­sa y otras peri­pe­cias pro­du­ci­das. Final­men­te se lle­ga al 28 de diciem­bre de 1897, fecha en que Cyrano de Ber­ge­rac se estre­na en La Por­te Saint-Mar­tin de París. Ins­tan­tá­nea­men­te la pie­za logra un éxi­to des­co­mu­nal y a tra­vés del tiem­po es con­si­de­ra­da como una de las obras maes­tras del reper­to­rio francés.

Con­ce­bi­da en tono de far­sa vode­vi­les­ca, Micha­lik evi­ta que su obra tea­tral se con­vier­ta en tea­tro fil­ma­do, per­mi­tien­do en cam­bio que el film adquie­ra vida pro­pia gra­cias al diná­mi­co rit­mo que le supo impri­mir. La pelí­cu­la es suma­men­te entre­te­ni­da y se encuen­tra res­pal­da­da por un impe­ca­ble elen­co que trans­mi­te ener­gía y un con­ta­gio­so entu­sias­mo; a los fac­to­res cita­dos se aña­de el mag­ní­fi­co dise­ño de pro­duc­ción de Franck Sch­warz repro­du­cien­do la vibran­te ciu­dad de París de la Belle Époque.

Una acer­ta­da ini­cia­ti­va de Micha­lik ha sido la de des­ta­car en los cré­di­tos fina­les a algu­nos de los acto­res que han teni­do la opor­tu­ni­dad de repre­sen­tar al céle­bre per­so­na­je, inclu­yen­do entre otros al pro­pio Coque­lin, Jean Marais, Jose Ferrer y Gérard Dépardieu.

En resu­men, el rea­li­za­dor brin­da un film humano y atrac­ti­vo que a la vez cons­ti­tu­ye un bello home­na­je a la crea­ción tea­tral al ilus­trar cómo Edmond Ros­tand con su esfuer­zo, cons­tan­cia y talen­to con­ci­bió una exce­len­te obra que fue tra­du­ci­da a nume­ro­sos idio­mas y apre­cia­da por el públi­co del mun­do ente­ro. Jor­ge Gutman