El Pro­ce­so Crea­ti­vo de un Artista

NEVER LOOK AWAY. Ale­ma­nia, 2015. Un film escri­to y diri­gi­do por Flo­rian Henc­kel von Donnersmarck.

Des­pués de haber obte­ni­do un reso­nan­te suce­so artís­ti­co con su pri­mer lar­go­me­tra­je The Lives of Others (2006) que fue pre­mia­do con el Oscar a la mejor pelí­cu­la extran­je­ra no habla­da en inglés, el direc­tor ger­mano Flo­rian Henc­kel von Don­ners­marck retor­na a su país natal para abor­dar en su ter­cer film Never Look Away un ambi­cio­so tema sobre el poder del arte y la bús­que­da del artis­ta para encon­trar su iden­ti­dad como tal.

Ins­pi­rán­do­se en gran par­te en la vida de Gerhard Rich­ter, uno de los más céle­bres pin­to­res con­tem­po­rá­neos de Ale­ma­nia, el direc­tor echa una mira­da al dra­má­ti­co pasa­do de su país des­de el sur­gi­mien­to del nazis­mo has­ta arri­bar a la déca­da del 60, a tra­vés del fic­ti­cio per­so­na­je Kurt Barnert,

La his­to­ria comien­za en Dres­den cuan­do en 1937 Kurt (Cai Cohrs), un chi­co de 10 años de edad, es lle­va­do por su joven tía Eli­za­beth (Sas­kia Rosen­dahl) a una expo­si­ción de “arte dege­ne­ra­do” (Entar­te­te Kunst) orga­ni­za­da por los nazis quie­nes des­pre­cian el arte moderno; esa visi­ta esti­mu­la en el niño su amor a la pin­tu­ra. Cuan­do al poco tiem­po su tía comien­za a pade­cer des­va­ríos men­ta­les, de inme­dia­to es for­za­da a ser inter­na­da en un psi­quiá­tri­co, hecho que pro­du­ce en Kurt un gran estre­me­ci­mien­to emo­cio­nal al sepa­rar­se de su ama­da tía. En el hos­pi­tal, Carl See­band (Sebas­tian Koch), un médi­co gine­có­lo­go afi­lia­do al nazis­mo, deter­mi­na que Eli­za­beth sea este­ri­li­za­da y cuan­do la gue­rra irrum­pe ella es envia­da a un cam­po de con­cen­tra­ción para morir en la cáma­ra de gas.

Tom Schi­lling

La segun­da par­te, la más impac­tan­te del rela­to, se ubi­ca en 1945 una vez con­clui­da la gue­rra. En la bom­bar­dea­da ciu­dad de Dres­den que aho­ra per­te­ne­ce a Ale­ma­nia Orien­tal, el adul­to Kurt (Tom Schi­lling), entris­te­ci­do por el sui­ci­dio de su padre, es admi­ti­do como alumno en la aca­de­mia de arte local don­de habrá de cana­li­zar su voca­ción artís­ti­ca: es allí don­de cono­ce a Ellie See­band (Pau­la Beer), el gran amor de su vida, igno­ran­do que ella es la hija del médi­co cri­mi­nal de gue­rra que indi­rec­ta­men­te fue el cau­san­te de la muer­te de su tía. Curio­sa­men­te ese fac­tor impor­tan­te que vin­cu­la a su fami­lia con la de su ama­da que­da rele­ga­do a un segun­do plano en tan­to que el rea­li­za­dor pri­vi­le­gia su aten­ción en el desa­rro­llo de la carre­ra del joven artis­ta quien al poco tiem­po adquie­re noto­rie­dad pin­tan­do nota­bles mura­les; con todo, Kurt dis­ta de hallar su rea­li­za­ción artís­ti­ca al tener que some­ter­se a las pre­sio­nes del comu­nis­mo en don­de el arte debe estar al ser­vi­cio del socia­lis­mo rea­lis­ta que­dan­do dese­cha­da cual­quier otra mani­fes­ta­ción diferente.

Para el joven pin­tor la asfi­xian­te atmós­fe­ra de vivir en un régi­men tota­li­ta­rio que aten­ta con­tra la liber­tad de expre­sión moti­va a que en 1961 jun­to con Ellie se des­pla­cen a Dus­sel­dorf, poco antes de cons­truir­se el infa­me muro de Ber­lín. En este seg­men­to final del rela­to Kurt logra enro­lar­se en la renom­bra­da escue­la de arte Kuns­ta­ka­de­mie don­de reci­bi­rá las ense­ñan­zas del pro­fe­sor Anto­nius Van Wer­ten (Oli­ver Masuc­ci); esa influen­cia resul­ta­rá deci­si­va para Kurt en la medi­da que el pro­fe­sor, recha­zan­do lo que su alumno has­ta ese enton­ces venía ela­bo­ran­do, le hace ver que para que pue­da invo­lu­crar­se total­men­te con la crea­ción artís­ti­ca es nece­sa­rio que se ins­pi­re en epi­so­dios dra­má­ti­cos de su vida. En con­se­cuen­cia, valién­do­se de foto­gra­fías del pasa­do, sobre todo en don­de como niño posa jun­to a su tía, como así las que apa­re­cen en recor­tes de dia­rios refe­ri­dos a los jui­cios some­ti­dos a los nazis, Kurt encuen­tra en las pin­tu­ras que va rea­li­zan­do su defi­ni­ti­va iden­ti­dad como pintor.

Aun­que la ilus­tra­ción de Don­ners­marck resul­te un poco alar­ga­da a tra­vés de sus 3 horas y 10 minu­tos de dura­ción, este absor­ben­te y fas­ci­nan­te dra­ma en nin­gún momen­to lle­ga a fati­gar. Esen­cial­men­te, el rea­li­za­dor ha logra­do una obra épi­ca ambi­cio­sa sobre el pro­ce­so crea­ti­vo a tra­vés de un artis­ta que se empe­ña en des­cu­brir su autén­ti­ca voz; en tal sen­ti­do el resul­ta­do de lo expues­to es suma­men­te gra­ti­fi­ca­dor. Jor­ge Gutman