THE WHITE CROW. Gran Bretaña, 2018. Un film de Ralph Fiennes
Después de Coriolanus (2011) y The Invisble Woman (2013), Ralph Fiennes se ubica nuevamente detrás de la cámara ‑además de participar como actor- para enfocar a Rudolf Nureyev, un individuo que revolucionó con su estilo el mundo de la danza y es considerado como uno de los más importantes bailarines del siglo pasado.
Valiéndose del eficiente guión del célebre dramaturgo inglés David Hare, Fiennes no escatima detalles para que el espectador tenga una muy buena apreciación de la semblanza del artista. El realizador considera tres momentos de su existencia en una narración no cronológica: su infancia, su formación en la danza durante sus años adolescentes y su estancia parisina hasta el dramático y culminante momento de su deserción.
Nacido en marzo de 1938 a bordo de un tren transiberiano, Nureyev perteneció a una familia de origen muy humilde lo que de ningún modo obstaculizó su inclinación por la danza desde muy pequeño. A los 17 años comienza sus estudios de ballet en Leningrado teniendo como instructor al renombrado maestro Alexander Pushkin (Fiennes) quien reconociendo su innato talento le transmite los conocimientos técnicos necesarios para convertirlo en un calificado bailarín; además de tomarlo bajo su protección el joven discípulo es objeto de una especial e íntima atención por parte de Xenia (Chulpan Khamatova), la esposa de Pushkin.
Su excelente formación le permite ingresar al prestigioso ballet Kirov ‑hoy día Mariinsky-; cuando el conjunto es invitado en 1961 a actuar en París, Nureyev sale por primera vez de la URSS. Resulta interesante apreciar cómo el joven se siente impresionado con lo que aprecia en la ciudad; deseoso de explorarla por sí mismo, logra vencer la resistencia de los funcionarios del KGB liderados por el implacable Strizhevksy (Aleksey Morozov), al no permitir que los integrantes de la compañía mantengan contacto con la gente local.
Además de visitar el famoso Museo del Louvre y otros históricos lugares que forman parte de la riqueza cultural de París, Nureyev tiene ocasión de relacionarse con colegas franceses- entre ellos Pierre Lacotte (Raphaël Personnaz)- y también conocer a Clara Saint (Adèle Exarchopoulos), una joven chilena que perdió a su novio en un reciente accidente, quien además de admirarlo como artista jugará un rol importante para que pueda residir permanentemente en Francia.
Aunque el relato no excluye escenas de ballet en el famoso Palais Garnier donde Nureyev fascina al público que lo contempla en sus pasos de baile, lo que más enfatiza es el espíritu de libertad que anima al bailarín y cómo gravita en su creatividad artística.
Sabiendo que resultaría dificultoso que un actor sin experiencia en ballet pueda animar al mítico personaje, Fiennes decidió que el bailarín Oleg Ivenko lo caracterizara: sin haber actuado en cine anteriormente, además de ser un excelente representante de la danza Ivenko se adentra en la piel de Nureyev tanto en lo físico como en el aspecto emocional. Consecuentemente, el novel actor transmite su arrogancia, su carácter temperamental a veces altamente explosivo como así también su vulnerabilidad y sensibilidad; eso queda resaltado en el momento más dramático del film cuando la compañía se encuentra en el aeropuerto de La Bourget para proseguir su gira hacia Londres y él allí decide desertar de la Unión Soviética quien ayudado por los contactos diplomáticos de su amiga Clara logra que le concedan asilo político. En el casting igualmente se distingue el gran bailarín ucraniano Sergei Polunin en un papel de apoyo y con quien Nureyev se relaciona sexualmente.
Los créditos finales anuncian que Nureyev volvió a su tierra natal en 1987 y murió de Sida en 1993.
En resumen, Fiennes logra un film cautivante permitiendo que la generación actual conozca a un remarcable artista que dejó indelebles huellas en el mundo de la danza. Jorge Gutman