Una Peno­sa Infancia

LES CHA­TOUI­LLES. Fran­cia, 2018. Un film escri­to y diri­gi­do por Andréa Bes­cond y Eric Métayer

El tema de la pedofi­lia, ya con­si­de­ra­do otras veces por el cine, es en este caso abor­da­do por quien ha pade­ci­do el trau­ma de haber sido obje­to de abu­so infan­til. Eso se debe a que el guión de Les Cha­toui­lles se basa en la obra escri­ta para el tea­tro por Andréa Bes­cond e,inspirada en su peno­sa expe­rien­cia per­so­nal. Si bien la pie­za ha mere­ci­do varios pre­mios en Fran­cia, su tras­la­do cine­ma­to­grá­fi­co por par­te de Bes­cond y del rea­li­za­dor Eric Méta­yer dis­ta de ser eficaz.

El comien­zo es aus­pi­cio­so ilus­tran­do cómo Odet­te de ocho años (Cyri­lle Mai­res­se) es ino­cen­te­men­te sedu­ci­da por Gil­bert (Pie­rre Dela­don­champs), un ami­go ínti­mo de la fami­lia; este repu­dia­ble indi­vi­duo, a la vez casa­do y padre de tres hijos varo­nes, indu­ce a la niña a jugar al cos­qui­lleo y es así que intro­du­ce su mano en los geni­ta­les de la peque­ña. Inme­dia­ta­men­te vemos a la adul­ta Odet­te (Bes­cond) que visi­ta a una psi­có­lo­ga (Caro­le Franck) para tra­tar de resol­ver el pro­fun­do trau­ma sufri­do en su infan­cia por el pedó­fi­lo; a pesar de que la pro­fe­sio­nal le acon­se­ja que recu­rra a un doc­tor más espe­cia­li­za­do, ella pre­fie­re no cam­biar de terapeuta.

Karin Viard y Andréa Bescond

El rela­to estruc­tu­ra­do entre el pasa­do y el pre­sen­te per­mi­te cono­cer algu­nos aspec­tos de la infan­cia de la pro­ta­go­nis­ta. Gran aman­te de la dan­za clá­si­ca don­de pro­si­gue sus estu­dios en una aca­de­mia espe­cia­li­za­da, vive con Mado (Karin Viard), su domi­nan­te y ego­cén­tri­ca madre y Fabri­ce (Clo­vis Cor­ni­llac) un padre de natu­ra­le­za pasi­va y sin mucha per­so­na­li­dad, ambos aje­nos a lo que le pasa a la niña. En el pre­sen­te se obser­va a Odet­te (Bes­cond) con­ver­ti­da en una bai­la­ri­na con­tem­po­rá­nea que vuel­ca en la dan­za toda la furia que la corroe inte­rior­men­te; a todo ello, el alcohol, la dro­ga y encuen­tros sexua­les imper­so­na­les la con­du­cen a adop­tar una con­duc­ta de malos hábi­tos que le impi­de man­te­ner per­ma­nen­tes rela­cio­nes interpersonales.

Varios son los fac­to­res que aten­tan a lograr un film satis­fac­to­rio. En pri­mer lugar, no que­da bien cla­ro si lo que Odet­te le con­fía a la tera­peu­ta es deci­di­da­men­te cier­to o si par­te de lo que le narra es pro­duc­to de sus per­tur­ba­cio­nes; al pro­pio tiem­po, lo que sí se evi­den­cia es una rela­ción com­ple­ta­men­te inusual entre ambas don­de hay ins­tan­cias en que los roles de psi­co­ana­lis­ta y psi­co­ana­li­za­da pare­cie­ran rever­tir­se. Otro aspec­to que resul­ta difí­cil de com­pren­der es la razón por la que ya como adul­ta Odet­te nun­ca haya mani­fes­ta­do a sus padres su pro­fun­da heri­da emo­cio­nal; lo que resul­ta aún más difí­cil de acep­tar es que ella haya per­mi­ti­do que el depra­va­do hom­bre cau­san­te de su pro­ble­ma con­ti­nua­se visi­tan­do el hogar de sus padres como si nada hubie­ra ocu­rri­do. Pero más allá de estas refle­xio­nes, el pro­ble­ma mayor de este dra­ma es la for­ma en que con­fu­sa­men­te está narra­do y en don­de lo actual con lo pasa­do se inter­co­nec­tan de mane­ra poco efi­caz sin que el rela­to encuen­tre el pre­ci­so tono entre la reali­dad y la fan­ta­sía asu­mi­da por la pro­ta­go­nis­ta en sus sue­ños e imaginaciones.

A la ende­ble adap­ta­ción cine­ma­to­grá­fi­ca se agre­ga el pro­ble­ma de una narra­ción irre­gu­lar que impi­de con­sus­tan­ciar­se ple­na­men­te con el dra­ma vivi­do por Odet­te. Con todo, más allá de las serias obje­cio­nes apun­ta­das, el film es váli­do en denun­ciar un tema can­den­te demos­tran­do la nece­si­dad de ven­cer el temor o la ver­güen­za en reve­lar a los pre­da­do­res sexua­les; al hacer­lo, es posi­ble que el cas­ti­go de los vic­ti­ma­rios pue­da ate­nuar el trau­ma emo­cio­nal cau­sa­do a sus víc­ti­mas. Jor­ge Gutman