EL HOYO. España, 2019. Un film de Galder Gaztelu-Urrutia (Disponible en Netflix)
Aunque lo que se describe en la ópera prima del director bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia puede asemejarse a una representación imaginaria de una sociedad del cercano futuro, lo cierto es que la difusión de El Hoyo a través de Netflix no podría resultar más oportuna en momentos en que la población mundial se encuentra amenazada por una letal pandemia.
La acción transcurre en un llamado Centro Vertical de Autogestión. Allí se halla Goreng (Iván Massagué) quien al despertar se encuentra en una reducida habitación provista de un lavabo y dos camas; de inmediato se sabe que el espacio que ocupa es una suerte de cárcel ubicada en el descendente nivel 33 del establecimiento, donde en cada uno de ellos no hay más que dos personas. Goreng comparte su celda con Trimagasi (Zorion Eguileor), un viejo sabio de muy pocas pulgas que ha permanecido largo tiempo en ese centro y que le explica las características del lugar. En esa celda se haya un hoyo y a través del mismo desde el primer nivel hasta el último piso subterráneo del edificio, una vez por día aparece una plataforma plena de comida preparada por un experto chef y de bebidas que serán plenamente aprovechadas por el par de personas que se encuentra en el nivel más elevado; después de pocos minutos, esa plataforma va deslizándose para detenerse en los niveles descendientes donde esa alimentación se ve reducida hasta desaparecer casi por completo cuando se llega al final de las celdas inferiores. Goreng prontamente adquiere conciencia de lo que acontece en ese mundo surrealista donde periódicamente y de manera aleatoria tanto él como los restantes reclusos van cambiando de acompañante al ser mudados de piso ya sea a un nivel superior o inferior.
En esencia lo que Gaztelu-Urrutia ilustra a través del guión de David Desola y Pedro Rivero es una historia de supervivencia donde llegado a un extremo los internos que se encuentran hambrientos no dudarán en llegar a matar recurriendo a una brutal antropofagia. Al así hacerlo, el realizador transmite una visión extremadamente nihilista del ser humano reflejando sus instintos más bajos capaz de ser igualado con un animal salvaje.
El relato no cesa de ofrecer efectivas sorpresas que alimentan la tensión de esta distopia convirtiéndolo en un entretenimiento atractivo a pesar de que su perversidad y expuesta violencia puedan resultar difíciles de digerir para cierto sector de público. Además de destacar la irreprochable actuación protagónica de Massagué y la transformación que va adoptando su personaje a lo largo del relato, es necesario distinguir el papel clave que cumple el director de fotografía Jon Diez como así también la contribución realizada por Azegiñe Urigoitia en el diseño de producción para resaltar la frialdad y deshumanización del escenario en el que el relato se desarrolla.
Realizado con precisión dentro del género de films de horror, el novel realizador demuestra poseer una sorprendente madurez en esta provocativa fábula figurada que fascina, desconcierta y aterra a la vez que hipnotiza al espectador. Jorge Gutman