Los Mucha­chos de la Banda

THE BOYS IN THE BAND. Esta­dos Uni­dos, 2020. Un film de Joe Mon­te­llo. 121 minu­tos. Dis­po­ni­ble en Netflix

Cele­bran­do en 2018 el quin­cua­gé­si­mo ani­ver­sa­rio de la pie­za tea­tral The Boys in the Band del dra­ma­tur­go Mart Crow­ley, el direc­tor Joe Mon­te­llo la readap­tó en una exce­len­te pro­duc­ción de Broad­way por la que en 2019 obtu­vo el Tony a la mejor repo­si­ción. Si bien el rea­li­za­dor William Fried­kin la tras­la­dó a la pan­ta­lla en 1970, por segun­da vez es lle­va­da al cine por Man­te­llo con el mis­mo elen­co de acto­res que hace dos años repre­sen­tó la obra.


Jim Par­sons y Matt Bomer

Es impor­tan­te des­ta­car que en opor­tu­ni­dad de su estreno esta pie­za logró impor­tan­te reper­cu­sión en el ámbi­to cul­tu­ral dada la osa­día de su autor en haber con­si­de­ra­do abier­ta­men­te un tema don­de todos sus per­so­na­jes son homo­se­xua­les; bas­ta recor­dar que en 1968 aún no se habían pro­du­ci­do las agi­ta­das mani­fes­ta­cio­nes de Sto­ne­wall ni tam­po­co había sur­gi­do el movi­mien­to social LGBTQ luchan­do con­tra la dis­cri­mi­na­ción por orien­ta­ción sexual. Afor­tu­na­da­men­te, des­de enton­ces has­ta el pre­sen­te mucho se ha avan­za­do en defen­sa de los dere­chos que asis­ten a las per­so­nas gays, les­bia­nas, bise­xua­les y transexuales.

La ver­sión del actual film está basa­da en el guión de su autor con la cola­bo­ra­ción de Ned Mar­tel don­de sal­vo algu­nos míni­mos cam­bios que­da refle­ja­do el espí­ri­tu de la obra ori­gi­nal. La acción se desa­rro­lla casi ínte­gra­men­te en el depar­ta­men­to neo­yor­kino de Green­wich Villa­ge don­de habi­ta Michael (Jim Par­sons), un cató­li­co cua­ren­tón homo­se­xual no muy con­ten­to con su iden­ti­dad. Él deci­dió orga­ni­zar con sus ami­gos gays una fies­ta para cele­brar el cum­plea­ños de Harold (Zachary Kin­to), uno de los inte­gran­tes del gru­po; es ahí don­de ade­más del fes­te­ja­do con­cu­rren Donald (Matt Bomer) ‑el ex amor de Michael‑, el afe­mi­na­do Emory (Robin de Jesús), el afro­ame­ri­cano inte­lec­tual Ber­nard (Michael Ben­ja­min Washing­ton), el insa­cia­ble sexual Larry (Andrew Ran­nells) y su pare­ja Hank (Tuc Wat­kins) que por él aban­do­nó a su fami­lia; a la reu­nión se agre­gan el joven taxi boy Cow­boy (Char­lie Car­ver) como ofren­da de cum­plea­ños para Harold y Alan (Brian Hut­chi­son) quien supues­ta­men­te hete­ro­se­xual es un ami­go y ex com­pa­ñe­ro de la uni­ver­si­dad don­de Michael estudio.

Des­pués de un comien­zo amis­to­so, el exce­so de alcohol comien­za a refle­jar­se en la con­duc­ta de los pre­sen­tes que gra­dual­men­te irán gene­ran­do un cli­ma de inquie­tud. La ten­sión lle­ga a su cli­max cuan­do el pro­vo­ca­ti­vo Michael pro­po­ne un jue­go a los invi­ta­dos en don­de cada uno debe­rá efec­tuar un lla­ma­do tele­fó­ni­co a la per­so­na que más ama, iden­ti­fi­car­se y con­fe­sar­le su amor. Es en ese enton­ces don­de se va reve­lan­do la varia­da gama de sin­sa­bo­res que afec­tan a los miem­bros del grupo.

Aun­que el film no ocul­ta su ori­gen tea­tral, de nin­gu­na mane­ra resul­ta está­ti­co pues­to que Mon­te­llo ha logra­do dina­mi­zar­lo a tra­vés de una pues­ta escé­ni­ca flui­da, refor­za­da por el exce­len­te guión cuyos diá­lo­gos pun­zan­tes y de pas­mo­sa pene­tra­ción no dejan indi­fe­ren­te al espec­ta­dor. En con­se­cuen­cia, a tra­vés de sus per­so­na­jes que­dan expues­tas en mayor o menor dimen­sión, la sole­dad, el temor al enve­je­ci­mien­to, la baja auto­es­ti­ma, la no acep­ta­ción, la doble vida, la vul­ne­ra­bi­li­dad, las frus­tra­cio­nes, los sue­ños no rea­li­za­dos, el sen­ti­mien­to de cul­pa y sobre todo la homo­fo­bia que estos hom­bres pade­cen en un medio social que los margina.

Con la exce­len­te direc­ción de Mon­te­llo y el insu­pe­ra­ble elen­co que par­ti­ci­pó tea­tral­men­te en 2018, se obtie­ne un film de supe­rior cali­dad que a su vez pue­de con­si­de­rar­se como un buen lega­do de Crow­ley, falle­ci­do en mar­zo de este año, para la actual gene­ra­ción de jóve­nes cuyo esti­lo de vida pue­de dife­rir de los patro­nes nor­mal­men­te aceptados.
Jor­ge Gutman