EL VIOLIN DE MI PADRE (Babamin Kemani). Turquía, 2022. Un film escrito y dirigido por Andaç Haznedaroglu. 112 minutos. Disponible en Netflix
Una niña encantadora es uno de los dos personajes principales de este sentimental relato cuyo propósito es llegar al corazón del público. El director Andaç Haznedaroglu no utilizó mucha imaginación para escribir la historia de El Violín de mi padre, sin embargo a pesar de algunos reparos, este melodrama no es desechable.
Gülizar Nisa Uray derrocha simpatía y despierta admiración animando a Ozlem, una chica de 8 años huérfana de madre que vive en condiciones humildes con su padre violinista Ali Riza (Selim Erdogan) en Estambul; él se gana el sustento como violinista callejero acompañado de otros tres colegas, aunque careciendo del permiso legal para hacerlo. La vida de la pequeña transcurre plácidamente recogiendo el dinero que el público transeúnte aporta escuchando las agradables melodías de la banda y además está rodeada por el gran amor de su padre a quien mucho quiere.
El conflicto se produce cuando Ali muere y la criatura queda desamparada. Si bien los amigos de su padre quisieran tenerla a su lado, los servicios de protección al menor no pueden concederles la custodia al no existir los lazos de familia. La única solución estriba en ver si su tío Mehmet (Engin Altan Düzyatan), un prestigioso violinista que es hermano del difunto con quien se mantuvo distanciado en vida, acepta ser responsable de la menor.
Mehmet, es un individuo narcisista y egoísta que solo le importa su carrera; eso causa fricción en su relación conyugal en la que su esposa pianista Suna (Belçim Bilgin) dejó su profesión por él y además le es negada la posibilidad de tener hijos. Para evitar que Ozlem sea enviada a un hogar de huérfanos, el grupo de amigos solicita a Mehmet que se haga cargo de ella; a regañadientes él acepta asumir el rol de padre sustituto por un período temporario. Lo que acontece después se ve venir a lo lejos; así, el tío que en principio no guarda afecto hacia su sobrina termina conquistado por la dulzura que ella irradia y por el amor que siente por la música, portando permanentemente el violín de su padre.
No obstante su previsibilidad, su excesivo edulcoramiento y algunas situaciones indudablemente implausibles que acontecen, el film es de aquéllos cuya visión genera en el espectador un “placer culpable” por la humanidad que destila; en gran parte eso se debe a la vivacidad, espontaneidad y naturalidad de Niza Uray caracterizando a la precoz niña. En los aspectos técnicos de producción, la buena fotografía y la música clásica que acompaña al relato contribuyen a que este film resulte agradable de ver. Jorge Gutman