FNC 2022 (Pri­me­ra Parte)

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

A con­ti­nua­ción se ofre­ce una rese­ña de cua­tro fil­mes pre­sen­ta­dos en el Fes­ti­val du Nou­veau Cinéma 

After­sun (Gran Bretaña)

En su ópe­ra pri­ma la direc­to­ra Char­lot­te Wells enfo­ca la espe­cial rela­ción esta­ble­ci­da entre un padre y su hija. En un guión que le per­te­ne­ce Wells pre­sen­ta a la adul­ta Sophie (Celia Rowl­son-Hall) miran­do videos gra­ba­dos en una mini cáma­ra DV; ahí revi­ve su eta­pa pre­ado­les­cen­te con su padre divor­cia­do de 31 años en oca­sión de haber efec­tua­do un via­je de vacaciones.

A tra­vés de flash­backs la acción retro­ce­de a 1990 don­de Sofía (Fran­kie Corio) de 11 años vivien­do en Edim­bur­go con su madre, acep­ta la invi­ta­ción de su padre Callum (Paul Mes­cal) radi­ca­do en Lon­dres para pasar un par de sema­nas en un peque­ño resor­te ubi­ca­do en Turquía.

After­sun

Prác­ti­ca­men­te la mayor par­te del metra­je trans­cu­rre en ese bal­nea­rio don­de se pue­de apre­ciar la cáli­da amis­tad que sur­ge entre ambos per­so­na­jes. A pesar de que Callum está sepa­ra­do de su espo­sa des­de hace varios años, la ex pare­ja man­tie­ne una acti­tud cor­dial que se vis­lum­bra en un lla­ma­do tele­fó­ni­co que él le efec­túa des­de Tur­quía. Duran­te esas jor­na­das, los días trans­cu­rren vien­do a padre e hija bañar­se en la pis­ci­na, sumer­gién­do­se en el mar, jugar a las car­tas, asis­tir a algu­nos espec­tácu­los que se ofre­cen, com­par­tir los almuer­zos y cenas, así como las res­tan­tes acti­vi­da­des pro­pias de un via­je de placer.

La narra­ti­va es muy escue­ta sin que ofrez­ca gran­des sobre­sal­tos o mayo­res exci­ta­cio­nes. Sin embar­go, en este melan­có­li­co rela­to sobre­sa­len algu­nos ras­gos tan­to de Sophie, obser­van­do y vin­cu­lán­do­se con la gen­te de su edad que le salen al paso, así como por par­te de Callum impreg­nan­do en todo momen­to inmen­so cari­ño a la peque­ña. De todos modos, sin ofre­cer deta­lles sobre el pasa­do de este indi­vi­duo hay un ins­tan­te en el que vuel­ca su llan­to, pre­su­mien­do que hay algo serio que lo afli­ge aun­que se igno­ra la causa.

Con bue­nos intér­pre­tes, la novel rea­li­za­do­ra demues­tra una espe­cial sen­si­bi­li­dad y deli­ca­de­za expo­nien­do una nos­tál­gi­ca his­to­ria bien cons­trui­da que a pesar de no exis­tir un con­flic­to dra­má­ti­co de todos modos resul­ta emotiva.

A Pie­ce of Sky (Sui­za-Ale­ma­nia)

En su segun­da pelí­cu­la el direc­tor Michael Koch narra un ínti­mo dra­ma román­ti­co que trans­cu­rre en los Alpes de Sui­za en don­de la natu­ra­le­za ejer­ce espe­cial influen­cia en el desa­rro­llo del relato.

A Pie­ce of Sky

El guión del rea­li­za­dor ilus­tra a una comu­ni­dad rural que aun­que ais­la­da y afe­rra­da a sus tra­di­cio­nes fun­cio­na armo­nio­sa­men­te. Es allí don­de se sale al encuen­tro de Anna (Michè­le Brand), que tra­ba­ja en un café local a la vez que tam­bién se desem­pe­ña como emplea­da de correo y es madre mono­pa­ren­tal de Julia (Elin Zgrag­gen). En el bar ella cono­ce a Mar­co (Simon Wis­ler), un muscu­loso gran­je­ro de natu­ra­le­za poco comu­ni­ca­ti­va con quien esta­ble­ce inme­dia­ta sin­to­nía; es así que en las pri­me­ras esce­nas que­da expues­to el apa­sio­na­do amor que los une tra­du­ci­do en mani­fies­ta carnalidad.

Expo­nien­do satis­fac­to­ria­men­te esce­nas de la vida coti­dia­na en ese ámbi­to cam­pe­sino, el rea­li­za­dor enfa­ti­za el com­por­ta­mien­to errá­ti­co de Mar­co que podría deber­se al serio tumor cere­bral que le está afec­tan­do. Esa angus­tio­sa situa­ción reper­cu­te inten­sa­men­te en Anna, sobre todo cuan­do lo obser­va adop­tan­do una con­duc­ta ambi­gua fren­te a su hijita.

Adqui­rien­do el rela­to un carác­ter frag­men­ta­rio e inter­ca­lan­do un cam­bio de tono con la fil­ma­ción en el lugar de un Bolly­wood musi­cal, la pelí­cu­la pier­de vita­li­dad y su tema cen­tral va dilu­yén­do­se. Eso cons­pi­ra aún más debi­do a que el film trans­cu­rre con pas­mo­sa len­ti­tud y su dura­ción de más de dos horas y media resul­ta extre­ma­da­men­te exce­si­va, pudien­do haber­se redu­ci­do en por lo menos 45 minu­tos. Aun­que la inter­pre­ta­ción es correc­ta y es remar­ca­ble la foto­gra­fía de Armin Die­rolf, a pesar de sus bue­nas inten­cio­nes, el film no lle­ga a trascender.

The Novelist’s Film (Corea del Sur)

El pro­lí­fi­co rea­li­za­dor sur­co­reano Hong Sang­soo vuel­ve a delei­tar con esta agra­da­bi­lí­si­ma come­dia en don­de con una mini­ma­lis­ta narra­ción enfo­ca las vici­si­tu­des de una vete­ra­na nove­lis­ta duran­te el trans­cur­so de una jornada.

The Novelist’s Film

La pelí­cu­la comien­za con la visi­ta que la escri­to­ra men­cio­na­da Junhee (Lee Hye­young) efec­túa a una libre­ría en los subur­bios de Seúl en don­de su due­ña Sweon (Seo Youngh­wa) es una anti­gua ami­ga con quien había per­di­do con­tac­to; es allí que en ese encuen­tro y com­par­tien­do pos­te­rior­men­te una taza de té Junhee le mani­fies­ta que des­pués de muchos años de tra­ba­jo se sien­te un tan­to blo­quea­da en su con­di­ción de nove­lis­ta; en el lugar igual­men­te se encuen­tra la joven asis­ten­te de la due­ña a quien la visi­tan­te le soli­ci­ta que le ense­ñe a uti­li­zar el len­gua­je de los sig­nos para apre­ciar la belle­za de un poema..

Pos­te­rior­men­te Junhee deci­de efec­tuar un paseo en don­de encuen­tra a Hyo­jin (Kwon Haeh­yo), un direc­tor de cine acom­pa­ña­do de su espo­sa, a quien ella cono­ce des­de hace tiem­po y en cier­to modo le resien­te por no haber fil­ma­do nin­gu­na de sus nove­las; mien­tras los tres siguen cami­nan­do por un par­que se topan con Kil­soo (Kim Minheey), una reco­no­ci­da actriz que tie­ne la inten­ción de dejar su pro­fe­sión; inme­dia­ta­men­te sur­ge una comu­ni­ca­ción espe­cial entre Junhee y Kil­soo, en don­de ambas deci­den que van a hacer un cor­to­me­tra­je con Gyeong­woo (Ha Seong­guk), un estu­dian­te de cine sobrino del mari­do de Kil­soo, en don­de la actriz vol­ve­rá a actuar basa­do en un libre­to con­ce­bi­do por la nove­lis­ta. ¿Pero en que esta­rá basa­do el guión? ¿Es nece­sa­rioi saber­lo de ante­mano o mejor comen­zar a rodar refle­jan­do en ese momen­to lo que está ocurriendo?

Cada uno de estos per­so­na­jes pare­ce atra­ve­sar momen­tos deci­si­vos en su res­pec­ti­va carre­ra y a ello se agre­ga la pre­sen­cia de Man­soo (Ki Joo­bong), un vie­jo poe­ta con quien Junhee man­tu­vo en el pasa­do un víncu­lo sen­ti­men­tal y que indi­rec­ta­men­te influi­rá en el film de la novelista.

Con meri­dia­na cla­ri­dad y sin sofis­ti­ca­ción algu­na, el direc­tor deja plan­tea­da algu­nas pre­gun­tas sobre la reafir­ma­ción del pro­ce­so de crea­ti­vi­dad pero lo impor­tan­te es que a tra­vés de agra­da­bles y filo­só­fi­cas con­ver­sa­cio­nes man­te­ni­das entre los per­so­na­jes de esta his­to­ria, el direc­tor va hil­va­nan­do el espon­tá­neo guión ima­gi­na­do por Junhee. En esen­cia, he aquí una chis­pean­te his­to­ria fil­ma­da en blan­co y negro por el rea­li­za­dor que el espec­ta­dor selec­ti­vo sabrá apre­ciar así como lo con­si­de­ró el jura­do del Fes­ti­val de Ber­lín de este año adju­di­cán­do­le el Gran Premio.

Tchaikovsky’s Wife (Rusia-Fran­cia-Sui­za)

El renom­bra­do cineas­ta ruso Kiril Sere­bren­ni­kov abor­da en este film un ambi­cio­so pro­yec­to en el que como su títu­lo lo anti­ci­pa se refie­re a la mujer que el céle­bre com­po­si­tor ruso espo­só duran­te un bre­ve lap­so de su vida.

Tchaikovsky’s Wife

La acción comien­za en Mos­cú en noviem­bre de 1893 en don­de Anto­ni­na Mili­uko­va (Alyo­na Mikhai­lo­va), la viu­da de Tchai­kovsky, acu­de a su fune­ral. De inme­dia­to el rela­to basa­do en el guión del rea­li­za­dor retro­ce­de a 1871 en don­de en una reu­nión social la joven Anto­ni­na cono­ce al emble­má­ti­co com­po­si­tor (Odin Biron) y como joven aspi­ran­te a pia­nis­ta le hace saber la pro­fun­da admi­ra­ción que sien­te por él y su deseo de ingre­sar al Con­ser­va­to­rio de Músi­ca en don­de Tchai­kovsky es docen­te. No pasa mucho tiem­po en el que ella le expre­sa su amor y es así que final­men­te Tchai­kovsky le pro­po­ne matri­mo­nio el cual habrá de con­cre­tar­se en 1877. Es evi­den­te que ese arre­glo matri­mo­nial cons­ti­tu­yó una for­ma de encu­brir la homo­se­xua­li­dad del artis­ta aun­que su espo­sa igno­ra­ba su orien­ta­ción sexual. La dicha de Anto­ni­na es de cor­to alcan­ce por­que su mari­do hace todo lo posi­ble por evi­tar­la man­te­nién­do­se ale­ja­do. Lle­ga un momen­to en que los ami­gos del com­po­si­tor le soli­ci­tan a Anto­ni­na que acep­te divor­ciar­se de él, pero ella ence­gue­ci­da por com­ple­to se nie­ga a hacerlo.

De allí en más, el rela­to trans­mi­te el cal­va­rio que atra­vie­sa esta mujer para sal­var un amor impo­si­ble den­tro del mar­co de un desas­tro­so matri­mo­nio, agra­va­do por el hecho de ser des­pre­cia­da y humi­lla­da por un mari­do que no la desea. El inten­so mar­ti­rio sufri­do por su mar­ca­da obs­ti­na­ción de seguir sien­do a toda cos­ta su mujer la con­du­ce a un esta­do de com­ple­ta ena­je­na­ción que le hace per­der el sen­ti­do de la razón.

De impe­ca­ble rea­li­za­ción ilus­tran­do muy bien algu­nos aspec­tos de la socie­dad rusa del siglo 19, el tra­ba­jo de Sere­bren­ni­kov se real­za por el exce­len­te dise­ño de pro­duc­ción de Vlad Ogal repro­du­cien­do feha­cien­te­men­te los esce­na­rios en que trans­cu­rre el rela­to. Con todo, el úni­co bemol es la exce­si­va dura­ción del metra­je que pue­de lle­gar a exas­pe­rar con­tem­plan­do en for­ma casi per­ma­nen­te la deses­pe­ran­te alie­na­ción de la trá­gi­ca Anto­ni­na, ideal­men­te inter­pre­ta­da por Mikhai­lo­va. En todo caso la obje­ción apun­ta­da no des­me­dra la cali­dad de este sen­si­ble dra­ma conyugal.