RICEBOY SLEEPS. Canadá, 2022. Un film escrito y dirigido por Anthony Shim. 117 minutos
El director Anthony Shim, nacido en Seúl y posteriormente radicado con su familia en Canadá, se ha inspirado en su experiencia de inmigrante para abordar un tópico similar en Riceboy Sleeps. Pese a que la migración ha sido considerada por el cine en varias oportunidades, como en el excelente film Minari (2020), con todo el trabajo de Shim no le va en zaga; así, este ponderable drama estrenado mundialmente en el TIFF 2022 obtuvo el premio al mejor film de la sección Platform que tiene como objetivo resaltar obras de emergentes realizadores.
En su comienzo una voz en off indica que So-young (Choi Seung-yoon) cuando nació ha sido abandonada en una iglesia de Corea del Sur, vivido en varios orfelinatos y finalmente haber sido adoptada. En su juventud se vinculó sentimentalmente con un estudiante quien afectado mentalmente terminó suicidándose; de esa relación surgió un hijito cuya ciudadanía no le ha sido reconocida por el gobierno por haber nacido de una madre soltera. por esa razón, So-young en 1990 decidió mudarse a Canadá para radicarse en un suburbio de Vancouver, dispuesta a iniciar una nueva vida con Dong-Hyun (Dohyun Noel Hwang), su niño de 7 años.
Fundamentalmente el director centra su relato en la situación que madre e hijo atraviesan para integrarse a la vida canadiense, aspecto que no resulta sencillo. El niño que asiste a una escuela local es acosado por sus compañeros de clase, en donde se evidencia la discriminación de que es objeto; así durante un recreo le son arrebatados los anteojos que porta y al reaccionar propina una paliza a una de las niñas. Eso motiva para que el director de la escuela (Eric Keenleyside) lo suspenda durante una semana de clases, sin que los agresores reciben castigo alguno.
Por su parte, So-young que trabaja en una fábrica también debe tolerar comentarios racistas; pero ella, como mujer fuerte, no se deja intimidar y menos aún permitirá que uno de los trabajadores pueda volver a posar la mano sobre su cuerpo. Afortunadamente tratando de combatir su soledad traba buena relación con sus colegas mujeres y sobre todo con una de ellas que también es de origen coreano. En el plano familiar, So-young realiza todo el esfuerzo necesario para mantener un fuerte lazo de unión con su hijo e instándolo a que sepa defenderse cuando sea atacado o sujeto a burlas por parte de terceros.
La acción se desplaza a 1999 cuando el adolescente Dong-Hyun (Ethan Wang), ha hecho todo lo posible para asimilarse al modo de ser de los muchachos canadienses de su edad y tratar de aparentar lo menos posible como coreano, pero al propio tiempo su comportamiento díscolo y rebelde crea fricciones entre él y su madre; eso se debe a que ella elude en darle detalles sobre quien ha sido su padre, especialmente cuando en su clase debe encarar un proyecto relativo sobre su familia y sus orígenes. Para evitar que se intensifiquen los problemas con su hijo, So-Young, no se decide a aceptar la propuesta matrimonial de un muy bondadoso cortejante (el director Anthony Shim), debido a que Dong-Hyun pueda no querer aceptarlo como padrastro.
Una situación dramática inesperada permite la reconciliación del joven con su madre lo que motivará a que los dos retornen de visita al país natal. En ese viaje, donde la historia familiar queda revelada, se evidencia cómo el ser humano no puede desprenderse de sus orígenes.
Equilibrando muy bien la problemática del inmigrante con la íntima relación materno-filial, Shim ha logrado un film honesto y sumamente conmovedor que trasciende, entre otros aspectos, por su meticulosa narración y excelente interpretación de sus dos protagonistas. Formalmente, la película se destaca por los logrados movimientos de cámara trasuntando una inusual belleza como asimismo por la subyugante poesía alcanzada en la escena final con la remarcable fotografía de Christopher Lew. Jorge Gutman