Emi­nen­te Vio­li­nis­ta y Compositor

CHE­VA­LIER. Esta­dos Uni­dos, 2022. Un film de Stephen Williams. 107 minutos

El nom­bre de Joseph Bolog­ne no es muy cono­ci­do en la esfe­ra musi­cal; es así que resul­tó opor­tu­na la idea de Stephen Williams de rea­li­zar Che­va­lier que intro­du­ce al espec­ta­dor al pri­mer com­po­si­tor negro de la his­to­ria musi­cal quien ade­más ha sido un vir­tuo­so violinista.

Kel­vin Harri­son Jr.

El rela­to trans­cu­rre en la Fran­cia del siglo 18, pocos años antes de la Revo­lu­ción Fran­ce­sa. En la pri­me­ra esce­na se obser­va a un joven músi­co lla­ma­do Wolf­gang Ama­deus Mozart (Joseph Pro­wen) quien en París ofre­ce uno de sus con­cier­tos de vio­lín para una dis­tin­gui­da audien­cia. Cuál será su sor­pre­sa cuan­do ines­pe­ra­da­men­te sube al esce­na­rio con su vio­lín Joseph Bolog­ne (Kel­vin Harri­son Jr.) quien le pro­po­ne tocar con­jun­ta­men­te a lo que Mozart acce­de; de inme­dia­to el públi­co apre­cia la maes­tría de ambos músi­cos y el fer­vor se inten­si­fi­ca cuan­do pos­te­rior­men­te Bolog­ne actúa solo y al final el públi­co lo aplau­de a rabiar, hacién­do­le som­bra al genio de Salz­bur­go quien se mani­fies­ta fas­ti­dia­do por tal razón. Ese ini­cio es uno de los momen­tos más sóli­dos del film pre­dis­po­nien­do favo­ra­ble­men­te al espectador.

Adop­tan­do un cri­te­rio bio­grá­fi­co, la pelí­cu­la sigue los pasos de Joseph, naci­do en Gua­da­lu­pe, cuya madre Nanon (Ron­ke Ade­ko­lue­jo) es una escla­va sene­ga­le­sa que fue vio­la­da por su aris­to­crá­ti­co padre fran­cés Geor­ges (Jim High), due­ño de una plan­ta­ción. En sus años jóve­nes, su pro­ge­ni­tor lo tras­la­da a Fran­cia para seguir sus estu­dios en un acre­di­ta­do inter­na­do en don­de el mucha­cho per­ci­be que no es muy bien reci­bi­do por sus com­pa­ñe­ros de escue­la; es así que Joseph empie­za a expe­ri­men­tar los sin­sa­bo­res de ser negro. No obs­tan­te, dada su maes­tría musi­cal como exi­mio vio­li­nis­ta y sus dotes de com­pe­ten­te esgri­mis­ta, le per­mi­te ganar­se el res­pe­to y sobre todo la admi­ra­ción de la rei­na Marie-Antoi­net­te (Lucy Boyn­ton) quien le otor­ga el pres­ti­gio­so títu­lo de Che­va­lier de Saint Geor­ges; de este modo él se incor­po­ra al selec­to séqui­to de la Corte.

Gran par­te del metra­je es dedi­ca­do a rese­ñar su roman­ce con Marie Josephi­ne Mon­ta­lem­bert (Sama­ra Wea­wing), una des­ta­ca­da can­tan­te de ópe­ra casa­da con un celo­so mari­do racis­ta (Mar­ton Cso­kas); es para ella que Bolog­ne com­po­ne su pri­me­ra ópe­ra Ernes­ti­ne al pro­pio tiem­po que aspi­ra a ser nom­bra­do direc­tor de la Ópe­ra de Paris, car­go que no habrá de lograr, entre varias razo­nes por no ser blan­co. Su vin­cu­la­ción con los par­ti­da­rios que aso­man al comien­zo de la revo­lu­ción mani­fes­tan­do su des­con­ten­to por los exce­sos de la monar­quía, pro­du­ci­rá su ais­la­mien­to de la cor­te, con­tan­do úni­ca­men­te con el apo­yo de su incon­di­cio­nal ami­go Phi­lip­pe (Alex Fitza­lan). En los tra­mos fina­les del rela­to Joseph se reen­cuen­tra con su madre y a tra­vés de ella se fami­lia­ri­za más con sus raí­ces, lle­gan­do a la con­vic­ción de que por más ami­ga­ble que la gen­te blan­ca pue­da ser, el estig­ma del color de la piel segui­rá persistiendo.

Con­tan­do con un buen elen­co, cabe dis­tin­guir la excep­cio­nal com­po­si­ción que Harri­son Jr. logra del com­po­si­tor expre­san­do su ego, cons­tan­cia, deter­mi­na­ción de su per­so­na­je tan­to en los momen­tos duros como en los de alegría.

La direc­ción de Williams mere­ce cier­ta reser­va al haber­se vali­do del guión de Ste­fa­ni Robin­son, un tan­to des­igual y obje­to de licen­cias his­tó­ri­cas; sin pro­fun­di­zar en el espí­ri­tu revo­lu­cio­na­rio de Bolog­ne; lo que ha sido de él des­pués de la revo­lu­ción fran­ce­sa solo se sabe por lo que se lee en los cré­di­tos fina­les. De todos modos este dra­ma musi­cal arro­ja un sal­do favo­ra­ble, sobre todo con la emo­ción que gene­ra la vibran­te esce­na final. Méri­to apar­te es atri­bui­do al dise­ño de pro­duc­ción de Karen Murphy con la estu­pen­da repro­duc­ción de épo­ca, la esme­ra­da foto­gra­fía de Jess Hall, el ves­tua­rio de Oli­ver Gar­cía y la impe­ca­ble ban­da sono­ra de Kris Bowers. Jor­ge Gutman