Una Emo­ti­va Tera­pia Sexual

THE SES­SIONS. Esta­dos Uni­dos, 2012. Un film escri­to y diri­gi­do por Ben Lewin

Pocas veces el cine ha ofre­ci­do un rela­to don­de la inti­mi­dad sexual que­da expues­ta con tan nota­ble hones­ti­dad y sin nin­gún pro­pó­si­to de opor­tuno sensacionalismo. 

The Ses­sions que trans­cu­rre en Ber­ke­ley en 1988 se basa en el ensa­yo escri­to por el poe­ta y perio­dis­ta Mark O’Brien On Seeing a Sex Surro­ga­te –que pos­te­rior­men­te fue publi­ca­do en la revis­ta lite­ra­ria The Sun- don­de rela­ta sus expe­rien­cias al estar con­de­na­do a vivir en un pul­món arti­fi­cial pero que a los 38 años de edad está deci­di­do a per­der su virginidad.

Como ante­ce­den­te cabe acla­rar que a los 6 años de edad, el autor fue afec­ta­do de polio­mie­li­tis per­dien­do casi por com­ple­to la coor­di­na­ción de sus movi­mien­tos y por lo tan­to estu­vo obli­ga­do a depen­der de la res­pi­ra­ción arti­fi­cial. Eso no ha sido óbi­ce para que este empe­ño­so indi­vi­duo siguie­ra una exi­to­sa carre­ra uni­ver­si­ta­ria de perio­dis­mo en la Uni­ver­si­dad de Cali­for­nia en Berkeley. 

A pesar de su gra­ve dis­ca­pa­ci­ta­ción y del debi­li­ta­mien­to físi­co, su cuer­po no per­dió las sen­sa­cio­nes vita­les y, entre las mis­mas, el deseo natu­ral del sexo se pone de mani­fies­to. Para tra­tar de solu­cio­nar su pro­ble­ma y tenien­do en cuen­ta sus con­vic­cio­nes reli­gio­sas, como cató­li­co resuel­ve con­fe­sar­se con el Padre Bren­dan (William H. Macy), un sacer­do­te de men­ta­li­dad abier­ta que está dis­pues­to a dar luz ver­de al pro­yec­to de Mark con­sis­ten­te en la ayu­da de una tera­peu­ta sexual que lo ayu­de a lograr su pri­me­ra expe­rien­cia en la mate­ria. Algu­nos de los momen­tos más pla­cen­te­ros del rela­to ilus­tran la for­ma en que Bren­dan debe pasar por alto los pre­cep­tos estric­ta­men­te reli­gio­sos, com­pren­dien­do que el caso excep­cio­nal soli­ci­ta­do por Mark es algo en lo que Dios esta­ría total­men­te de acuer­do y es por ello que le otor­ga su com­ple­ta ben­di­ción; de algún modo, el sacer­do­te se con­vier­te en su guía moral. 

No muchas veces el cine pro­cu­ra al espec­ta­dor la satis­fac­ción de abor­dar aspec­tos urti­can­tes con tan gran afec­to y deli­ca­de­za como en el caso de esta nota­ble pelí­cu­la y eso se refle­ja en la par­te cen­tral del rela­to con la rela­ción que se esta­ble­ce entre Cheryl Cohen Green (Helen Hunt) y Mark (John Haw­kes). Ella, ade­más de tera­peu­ta sexual, es una mujer casa­da y aun­que no esté expli­ci­ta­do en el rela­to, ese fac­tor ten­drá gran impor­tan­cia en la comu­ni­ca­ción físi­ca e ínti­ma que se esta­ble­ce­rá entre la “ins­truc­to­ra” y su “alumno”. Las estric­tas reglas fija­das por Cheryl esta­ble­cen que la tera­pia alcan­za­rá un máxi­mo de 6 sesiones. 

Helen Hunt y John Hawkes

Helen Hunt y John Hawkes

El direc­tor Ben Lewin ha logra­do una gran suti­le­za para trans­mi­tir el sen­ti­mien­to que ani­ma a las par­tes inter­vi­nien­tes a medi­da que las sesio­nes sema­na­les se van desa­rro­llan­do. Des­de un pri­mer encuen­tro en que ella lo ayu­da con la prác­ti­ca de ejer­ci­cios clí­ni­cos para ir avan­zan­do gra­dual­men­te has­ta lograr la com­ple­ta rela­ción sexual, el film exhi­be momen­tos de fran­co humor fren­te a situa­cio­nes que aun­que a veces resul­ten incó­mo­das son total­men­te realistas. 

Lewin, quien per­so­nal­men­te fue afec­ta­do por el polio lle­gan­do a sobre­vi­vir, tenía como inten­ción de recu­rrir a un intér­pre­te dis­ca­pa­ci­ta­do para asu­mir el rol de O’Brien, pero final­men­te se deci­dió por John Haw­kes. Se tra­ta de un excep­cio­nal actor que trans­mi­te mara­vi­llo­sa­men­te el esta­do aní­mi­co de su per­so­na­je quien debe per­ma­ne­cer en com­ple­ta pos­tra­ción duran­te casi todo el metra­je; en suma, Haw­kes vuel­ca una inusi­ta­da sin­ce­ri­dad y can­dor que resul­ta inima­gi­na­ble supo­ner que se tra­ta de una fic­ción y no de un ver­da­de­ro dis­ca­pa­ci­ta­do a quien uno está con­tem­plan­do. La otra extra­or­di­na­ria com­po­si­ción es la de Hunt; su pre­sen­cia no sola­men­te ilu­mi­na a Mark sino tam­bién al espec­ta­dor; la ter­nu­ra, cari­ño y com­pren­sión que trans­mi­te hacia su pacien­te es indes­crip­ti­ble así como tam­bién sus emo­cio­nes reser­va­das al tener que abor­dar como tera­peu­ta un terri­to­rio nun­ca por ella tran­si­ta­do y que como mujer casa­da des­cu­bri­rá sen­sa­cio­nes tam­po­co ima­gi­na­das pero que inevi­ta­ble­men­te dejan una hue­lla impo­si­ble de ocultar. 

El gran cré­di­to que mere­ce el rea­li­za­dor es haber logra­do el jus­to equi­li­brio de trans­mi­tir en la pan­ta­lla una subli­me expe­rien­cia de comu­ni­ca­ción cor­po­ral y espi­ri­tual. Sin ocul­tar el tra­ta­mien­to tera­péu­ti­co sexual, y a pesar de que Hunt per­ma­ne­ce des­nu­da duran­te con­si­de­ra­ble par­te del rela­to, los momen­tos cul­mi­nan­tes de la rela­ción elu­den exhi­bir los órga­nos geni­ta­les de sus par­ti­ci­pan­tes para en cam­bio suge­rir a tra­vés del movi­mien­to de los cuer­pos y de los diá­lo­gos man­te­ni­dos lo que está aconteciendo.

Con­clu­sión: Un exce­len­te film sobre una tera­pia sexual emo­ti­va­men­te cáli­da y tier­na. Jor­ge Gutman