El Can­den­te Tema del Racismo

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

RACEAutor: David Mamet – Tra­duc­ción: Mary­se War­da — Direc­ción: Mar­ti­ne Beaul­ne – Elen­co: Benoît Gouin, Fré­dé­ric Pie­rre, Hen­ri Chas­sé, Myriam De Ver­ger — Esce­no­gra­fía: Richard Lacroix — Ves­tua­rio: Daniel For­tin – Ilu­mi­na­ción: Guy Simard – Músi­ca: Ludo­vic Bon­nier. Dura­ción: 1h 25 sin entre­ac­to. Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 26 de mar­zo de 2015 en el Théâ­tre Ducep­pe (www.duceppe.com)

El nom­bre de David Mamet es muy cono­ci­do por el públi­co aman­te del buen tea­tro. Pero no solo se está fren­te a un inte­li­gen­te dra­ma­tur­go, ya que este autor ame­ri­cano tam­bién ha incur­sio­na­do exi­to­sa­men­te como ensa­yis­ta, guio­nis­ta y rea­li­za­dor cine­ma­to­grá­fi­co. Por lo que ante­ce­de no resul­ta extra­ño que Race haya des­per­ta­do curio­si­dad sobre todo por­que abor­da el urti­can­te tema del racismo.

Aun­que esta obra de fic­ción tuvo su estreno mun­dial en 2009 en Broad­way resul­ta increí­ble que Mamet se haya anti­ci­pa­do en dos años a un escán­da­lo que con­mo­vió a la opi­nión públi­ca. Así se recor­da­rá que Domi­ni­que Strausss-Kahn, pre­si­den­te del Fon­do Mone­ta­rio Inter­na­cio­nal, se vio obli­ga­do a renun­ciar a su pres­ti­gio­so car­go al haber sido acu­sa­do de haber inten­ta­do vio­lar en mayo de 2011 a una emplea­da de lim­pie­za de un hotel neo­yor­kino don­de esta­ba hospedado.

RACE (Duceppe)El cla­ri­vi­den­te escri­tor ubi­ca su acción en Nue­va York en un estu­dio jurí­di­co a car­go de dos abo­ga­dos pena­lis­tas, uno blan­co –Jack Law­son (Benoît Gouin)- y el otro negro –Henry Brown (Fré­dé­ric Pie­rre). Allí reci­ben la visi­ta de Char­les Stric­kland (Hen­ri Chas­sé), un hom­bre de nego­cios blan­co y millo­na­rio, quien les soli­ci­ta que sea defen­di­do por el deli­to que se le impu­ta en haber vio­la­do a una mujer de raza negra. Ese hecho moti­va a que Law­son y Brown ten­gan que medi­tar cui­da­do­sa­men­te sobre la con­ve­nien­cia de acep­tar o no al acu­sa­do como cliente.

RACE (Duceppe 2)

De allí en más, ambos pro­fe­sio­na­les que­dan envuel­tos en lar­gas con­ver­sa­cio­nes don­de fun­da­men­tal­men­te se lle­ga a una con­clu­sión que no resul­ta nove­do­sa; en otras pala­bras, la ver­dad es siem­pre un con­cep­to res­ba­la­di­zo don­de resul­ta difí­cil de que pue­da que­dar escla­re­ci­da en for­ma abso­lu­ta. Más aún, fren­te a un pro­ble­ma de natu­ra­le­za racial, el aspec­to se tor­na aún más pro­ble­má­ti­co cuan­do entran a jugar los intere­ses crea­dos y los pre­jui­cios exis­ten­tes para que median­te el pro­ce­so judi­cial se deter­mi­ne la ino­cen­cia o cul­pa­bi­li­dad del incul­pa­do. Den­tro de la pro­vo­ca­ti­va tra­ma, Mamet intro­du­ce la pre­sen­cia de Susan (Myriam De Ver­ger), una joven asis­ten­te del bufe­te que es afro­ame­ri­ca­na, cuya par­ti­ci­pa­ción la impli­ca en el entre­di­cho sus­ci­ta­do entre los dos pro­fe­sio­na­les con pun­tos de vis­ta contrapuestos.

Como es habi­tual en Mamet, los diá­lo­gos cons­ti­tu­yen la par­te cen­tral de la acción y en este caso la obra se nutre de con­ver­sa­cio­nes de con­si­de­ra­ble con­tro­ver­sia; sin embar­go, su tex­to no muy arti­cu­la­do poco o nada agre­ga a lo ya con­si­de­ra­do en dife­ren­tes mani­fes­ta­cio­nes artís­ti­cas; ade­más, las vuel­tas de giro que con­tie­nen podrá sor­pren­der pero no siem­pre son muy cohe­ren­tes. Como sedi­men­to de las dis­cu­sio­nes con­tem­pla­das en la pie­za, que­da amplio espa­cio para la refle­xión. Así, a pesar de que la segre­ga­ción racial teó­ri­ca­men­te fina­li­zó en la déca­da de los 60, la mis­ma aún per­sis­te en for­ma sutil y resul­ta muy difí­cil eli­mi­nar la xeno­fo­bia impe­ran­te. Otro aspec­to impor­tan­te es la res­pon­sa­bi­li­dad moral que asu­me un pena­lis­ta al defen­der los intere­ses de un clien­te, don­de poco impor­ta si es cul­pa­ble o ino­cen­te con tal de sal­var­lo; en tal sen­ti­do es loa­ble que Mamet arre­me­ta sobre el meca­nis­mo judi­cial impe­ran­te en el sis­te­ma anglo­sa­jón ponien­do en duda sobre si la jus­ti­cia es real­men­te cie­ga como se afirma.

Mar­ti­ne Beal­ne ha tra­ta­do de obte­ner el máxi­mo pro­ve­cho del tex­to dis­po­ni­ble con una pues­ta en esce­na lo sufi­cien­te­men­te diná­mi­ca que per­mi­te man­te­ner la aten­ción del públi­co en el esca­so tiem­po en que trans­cu­rre la obra. El elen­co se desem­pe­ña correc­ta­men­te y si hay algo feliz­men­te remar­ca­ble es que los dos per­so­na­jes negros se encuen­tran carac­te­ri­za­dos por acto­res de raza negra, sin haber teni­do que recu­rrir a inde­sea­bles meca­nis­mos de maquillaje.