Un Buen Docu­men­tal de Patri­cio Guzmán

EL BOTÓN DE NÁCAR. Chi­le-Fran­cia-Espa­ña, 2015. Un film diri­gi­do y escri­to por Patri­cio Guzmán

Patri­cio Guz­mán, uno de los direc­to­res docu­men­ta­lis­tas más impor­tan­tes de Amé­ri­ca Lati­na, pro­si­gue con su cine de com­pro­mi­so polí­ti­co. Des­pués de Nos­tal­gia de la Luz (2010), retor­na con el El Botón de Nácar esta­ble­cien­do nue­va­men­te un víncu­lo entre la his­to­ria de Chi­le con su geografía.

EL BOTÓN DE NÁCARUbi­cán­do­se esta vez en el sur chi­leno en lugar del nór­di­co Desier­to de Ata­ca­ma de su film pre­ce­den­te, la voz en off del rea­li­za­dor va rela­tan­do en for­ma entre tris­te y melan­có­li­ca la vida de la pobla­ción autóc­to­na que allí habi­tó, cuyos inte­gran­tes esta­ban pro­fun­da­men­te aso­cia­dos con las aguas del Océano Pací­fi­co a tra­vés de las tra­ve­sías efec­tua­das en canoas para des­pla­zar­se entre las diver­sas islas. Sin embar­go esa exis­ten­cia armo­nio­sa se vio tras­to­ca­da como con­se­cuen­cia del efec­to devas­ta­dor de las misio­nes y del colo­nia­lis­mo euro­peo. Así, de las tri­bus nati­vas que han sido diez­ma­das, ape­nas unos pocos des­cen­dien­tes sub­sis­ten. Es allí que Guz­mán tra­ta de rela­cio­nar esos hechos con la recu­rren­cia his­tó­ri­ca que acon­te­ció duran­te el bru­tal régi­men mili­tar de Pino­chet en los dra­má­ti­cos vue­los mor­ta­les don­de más de un millar de pri­sio­ne­ros polí­ti­cos fue­ron lan­za­dos al fon­do del mar con sus cuer­pos suje­tos a rie­les ferro­via­rios para evi­tar que pudie­ran emer­ger en la super­fi­cie, impi­dien­do de este modo cual­quier inten­to de sobrevivencia.

Si la ana­lo­gía efec­tua­da por Guz­mán entre los exter­mi­nios pue­de resul­tar en cier­tos casos un poco for­za­da, de todos modos la pro­pues­ta es váli­da; en su inten­to de per­mi­tir que el espec­ta­dor refle­xio­ne sobre la tra­ge­dia de los des­apa­re­ci­dos pue­blos kawés­qar, selk­nam y yáma­nas de hace algu­nos siglos y de las tor­tu­ra­das víc­ti­mas del recien­te pasa­do his­tó­ri­co, la noble ambi­ción del rea­li­za­dor es que con su tra­ba­jo, los dra­má­ti­cos suce­sos rese­ña­dos pue­dan per­du­rar en la memo­ria colec­ti­va de las actua­les y futu­ras generaciones.

El film se com­ple­men­ta con fotos extraí­das de mate­rial de archi­vo, entre­vis­tas rea­li­za­das con un his­to­ria­dor, un antro­pó­lo­go que repro­du­ce el soni­do de los ríos, un poe­ta y algu­nos de los des­cen­dien­tes indí­ge­nas, así como con la crea­ción de pla­nos visua­les que con­tri­bu­yen a ofre­cer al film un tono poé­ti­co y ele­gía­co. Final­men­te, la cui­da­do­sa foto­gra­fía de Katell Djian con­tri­bu­ye a refor­zar los valo­res de esta producción.

Que­da como resul­ta­do un sóli­do docu­men­tal deci­di­da­men­te inte­lec­tual que al pro­pio tiem­po des­te­lla huma­ni­dad y emo­ción. Jor­ge Gutman