We Need to Talk About Kevin. Gran Bretaña-Estados Unidos, 2011. Un film de Lynne Ramsay.
Basado en una novela de Lionel Shriver, la directora Lynne Ramsay expone en Tenemos que hablar de Kevin la traumática relación existente entre una madre y su hijo. Con tal propósito el relato trata de que el espectador pueda compenetrarse con Eva (Tilda Swinton), una mujer que dio a luz a Kevin, un ser quien a través de su existencia va desarrollando una personalidad psicopática peligrosa.
Narrado de manera no lineal y con permanentes saltos temporales, el espectador sigue el desarrollo de los acontecimientos a través de la óptica de Eva quien, según lo que indica el título del film, trata de discutir con su marido Franklin (John C. Reilly) la conducta de Kevin.
Desde su nacimiento y durante los primeros meses de vida, Kevin (Rocky Duer) va evidenciando un comportamiento extraño que se acentúa en su niñez (Jasper Newell) al comienzar a exhibir su habilidad manipuladora cargada de malevolencia, para terminar agudizándose como muchacho adolescente (Ezra Miller). Cuando aún es niño, el nacimiento de su hermanita Celia (Ashley Gerasimovich) no ayuda mucho a cambiar su actitud ni tampoco modifica el dificultoso clima existente en el entorno familiar; si bien Franklin trata de mantener una actitud positiva con su hijo y obtiene una buena respuesta suya, la convivencia con su madre se torna insostenible y es eso lo que termina afectando a la familia en su conjunto.
Como lo que se observa son trozos de un relato excesivamente fragmentado, es necesario realizar un significativo esfuerzo para unir todas las piezas de este rompecabezas a fin de comprender por qué Kevin desprecia con alma y vida a su progenitora, aunque nunca se llegue a saber la razón. Sin tener en cuenta la novela original ‑porque ningún espectador está obligado a hacerlo‑, lo que uno está juzgando es lo que el film muestra y en tal sentido no hay indicio alguno que pueda justificar la actitud de Kevin hacia su madre. Más aún, el trágico desenlace de la historia que nada tiene que ver con la relación madre-hijo, sugiere que decididamente estamos en presencia de una persona mentalmente enferma. Por lo que antecede, hay motivos para que este film irrite al espectador, a saber: a) ¿Cómo es posible admitir que durante tantos años los padres de Kevin jamás se hayan preocupado de proveerle asistencia psiquiátrica cuando todo demuestra que se está frente a un ser imbuido de una semilla de maldad completamente anormal? ¿Cómo se justifica la actitud extremadamente condescendiente de Franklin con su hijo frente al trato que su esposa recibe del mismo?
Los interrogantes que anteceden quedan sin resolver y lo que en última instancia ofrece este film es un panorama sombrío y descorazonador en la descripción de un cuadro familiar poco tonificante. Si la intención de la realizadora era ilustrar un estudio clínico sobre cómo una criatura puede convertirse en monstruo, el resultado no deja satisfecho porque no se ve razón alguna que justifique el comportamiento de Kevin, salvo la existencia de un desequilibrio mental que en ningún momento es considerado en el relato.
Teniendo en cuenta que todo gira en torno a Eva, puede afirmarse que Swinton ofrece una estupenda labor como la madre impotente de cambiar los hechos y teniendo que lidiar continuamente con un ser malévolo que le es prácticamente desconocido; por su parte los tres actores que animan a Kevin en sus diferentes edades transmiten muy bien el profundo rechazo que este personaje siente por su madre. La actuación de Reilly es efectiva aunque su personaje –completamente pasivo- no esté bien desarrollado.
En general, el film resulta intrigante hasta cierto punto, pero el estilo afectado de su puesta en escena con elementos cargados de simbolismos que nada tienen que ver con el relato, termina disminuyendo el interés inicial despertado.
Conclusión: Aunque muy bien actuado, este deprimente drama promete más de lo que ofrece dejando al espectador una sensación de perplejidad con su horroroso final. Jorge Gutman