Los Acan­ti­la­dos de Lvov

In Dark­ness. Polo­nia-Ale­ma­nia-Cana­dá, 2011. Un film de Agniesz­ka Holland.

LOS ACANTILADOS DE LVOVAgniesz­ka Holland retor­na nue­va­men­te al esce­na­rio de la Segun­da Gue­rra Mun­dial, des­pués de haber­lo hecho exi­to­sa­men­te en Angry Har­vest (1985) y Euro­pa, Euro­pa, (1990) rela­tan­do una his­to­ria verí­di­ca sobre el Holo­caus­to. Su afi­ni­dad hacia el dolo­ro­so tema no resul­ta extra­ña si se con­si­de­ra que todos los miem­bros de la fami­lia de su padre pere­cie­ron en el gue­to de Var­so­via, en tan­to que su madre pola­ca actuó en la resis­ten­cia sal­van­do a judíos. 

A comien­zos de 1944, los nazis comen­za­ron en Lvov, Polo­nia (hoy se lla­ma Lviv y per­te­ne­ce a Ucra­nia), la tarea de exter­mi­na­ción de judíos quie­nes vivían reclui­dos en un gue­to de la ciu­dad. Eli­gién­do­los al azar, los des­afor­tu­na­dos eran trans­por­ta­dos en camio­nes hacia los cam­pos de con­cen­tra­ción. Fren­te a ese ago­re­ro pano­ra­ma, un gru­po de ellos antes de ser atra­pa­dos, tra­tan de esca­par de una muer­te segu­ra y para ello eli­gen las alcan­ta­ri­llas como refugio. 

La pelí­cu­la comien­za mos­tran­do las acti­vi­da­des delic­ti­vas de Leo­pold Socha (Robert Wiec­kie­wicz), quien jun­to con su com­pin­che Szc­ze­pek (Krsysz­tof Sko­niecznyh) se dedi­can a asal­tar las casas de la región. Socha, quien es un cató­li­co pola­co sin afec­to alguno por los judíos, se desem­pe­ña como emplea­do muni­ci­pal de los alcan­ta­ri­lla­dos y por lo tan­to es un exper­to cono­ce­dor de todos los veri­cue­tos de ese mun­do sub­te­rrá­neo. Cuan­do en uno de sus reco­rri­dos des­cu­bre a los judíos allí apos­ta­dos, para no dela­tar­los les deman­da a cam­bio la suma de 500 zlotych dia­rios y ade­más les seña­la que el gru­po no pue­de supe­rar la doce­na de per­so­nas a fin de res­guar­dar­los con­ve­nien­te­men­te de cual­quier intro­mi­sión nazi. De este modo comien­za una arries­ga­da aven­tu­ra don­de esta gen­te sepa­ra­da de sus fami­lias vivi­rá por un perío­do de 14 meses en con­di­cio­nes infra­hu­ma­nas tra­tan­do de sobre­vi­vir a la tris­te realidad. 

Valién­do­se del guión de David F. Sha­moon, basa­do en el libro In The Sewers of Lvov de Robert Marshall, Holland ilus­tra con sobrie­dad e inten­si­dad las con­di­cio­nes claus­tro­fó­bi­cas y de degra­da­ción de las cloa­cas sub­te­rrá­neas. Con com­ple­ta auten­ti­ci­dad el públi­co se envuel­ve en esa angus­tio­sa atmós­fe­ra don­de sus des­gra­cia­dos mora­do­res están obli­ga­dos a sopor­tar un ambien­te infec­ta­do de ratas, aguas y olo­res putre­fac­tos, comien­do lo que se pue­de, sufrien­do las incle­men­cias del tiem­po cuan­do una gran tor­men­ta pro­vo­ca una inun­da­ción de con­si­de­ra­bles pro­por­cio­nes y tenien­do que coha­bi­tar haci­na­dos don­de no siem­pre la con­vi­ven­cia huma­na resul­ta armo­nio­sa. Den­tro de ese con­tex­to no es muy esti­mu­lan­te obser­var a Yanek (Mar­cin Bosak) man­te­ner rela­cio­nes sexua­les con su ami­ga Cha­ja (Julia Kijows­ka) duran­te la noche mien­tras que su espo­sa e hiji­ta des­pier­tas obser­van calla­da­men­te ese deplo­ra­ble cua­dro; más incó­mo­do aún resul­ta una cru­da esce­na don­de una madre da a luz en ese lúgu­bre labe­rin­to y ter­mi­na asfi­xian­do a su bebé recién naci­do por temor a que sus llan­tos pue­dan lla­mar la aten­ción de los nazis. 

Uno de los aspec­tos más impor­tan­tes del film es haber des­crip­to muy bien la per­so­na­li­dad de Socha, que de opor­tu­nis­ta explo­ta­dor, gra­dual­men­te se con­vier­te en un alia­do del gru­po que pro­te­ge. Así, a medi­da que el tiem­po trans­cu­rre y cuan­do a los judíos se les aca­ba el dine­ro para seguir finan­cian­do la esta­día, el ini­cial­men­te corrup­to hom­bre les exi­me del pago con­ve­ni­do e inclu­so pone en jue­go su pro­pia vida cuan­do su supe­rior (Michal Zuraws­ki), un ofi­cial nazi, com­prue­ba lo que está hacien­do. A dife­ren­cia de Oskar Schind­ler, Socha se trans­for­ma en un ines­pe­ra­do héroe que encuen­tra un sen­ti­do en su vida que le habrá de redi­mir de su pasa­do tur­bio. Esa con­ver­sión obli­ga nue­va­men­te a refle­xio­nar acer­ca de las difi­cul­ta­des que exis­ten cuan­do se tra­ta de des­lin­dar el bien del mal. Al cons­ta­tar la trans­for­ma­ción de Socha, cre­cien­do en huma­ni­dad y cobran­do con­cien­cia del holo­caus­to judío, el film adquie­re una dimen­sión espe­cial expo­nien­do cla­ra­men­te la con­tra­dic­ción humana. 

A nivel de inter­pre­ta­ción, el elen­co es de pri­mer nivel con la excep­cio­nal actua­ción de Wiec­kie­wicz en el per­so­na­je cen­tral. En los ren­glo­nes téc­ni­cos, la direc­ción de foto­gra­fía por par­te de Jolan­ta Dylews­ka es otro logro nota­ble tenien­do en cuen­ta que la oscu­ri­dad adquie­re una dimen­sión de máxi­mo rea­lis­mo. Tam­bién resul­ta acer­ta­do haber ape­la­do a dife­ren­tes idio­mas (pola­co, ale­mán, ruso, idish, hebreo, entre otros) otor­gan­do una mayor auten­ti­ci­dad a lo que se está rela­tan­do den­tro del mosai­co cul­tu­ral repre­sen­ta­do por sus dife­ren­tes personajes. 

Con­clu­sión: Un film de pro­fun­da visión huma­nis­ta a la vez que un sóli­do dra­ma recrean­do otro tris­te epi­so­dio del Holo­caus­to. Aun­que el tema ya ha sido con­si­de­ra­do en otros elo­gio­sos fil­mes (Schindler’s List, The Pia­nist), el mis­mo sigue man­te­nien­do vali­dez uni­ver­sal por­que, tal como lo ha decla­ra­do la rea­li­za­do­ra, el peli­gro con­ti­núa per­sis­tien­do si se recuer­dan las masa­cres de Ruan­da, Bos­nia, Sre­bre­ni­ca que tuvie­ron lugar en la déca­da del 90, o bien lo que actual­men­te suce­de en Siria. Jor­ge Gutman