Sun­tuo­sa Ver­sión de una Popu­lar Novela

ANNA KARE­NI­NA. Gran Bre­ta­ña, 2012. Un film de Joe Wright

La cele­bra­da nove­la Anna Kare­ni­na de Leo Tols­toy escri­ta en 1877 cobra nue­va vida en la pan­ta­lla a tra­vés de la visión del direc­tor Joe Wright quien se valió de la adap­ta­ción hecha por el renom­bra­do dra­ma­tur­go Tom Stop­pard para apor­tar algo dife­ren­te de lo que has­ta aho­ra se ha vis­to en las nume­ro­sas ver­sio­nes ofre­ci­das tan­to por el cine como la televisión.

Keira Knightley

Kei­ra Knightley

La adap­ta­ción de Stop­pard es fiel al con­te­ni­do de la nove­la ori­gi­nal. El año es 1874 y esta­mos en la ciu­dad de San Peters­bur­go de la Rusia impe­rial. Ahí vive la joven y bella Anna Kare­ni­na (Kei­ra Knightley) gozan­do de un exce­len­te nivel eco­nó­mi­co y social al estar casa­da con Kare­nin (Jude Law), un fun­cio­na­rio de gobierno de impor­tan­te jerar­quía. El matri­mo­nio que tie­ne un peque­ño hijo fun­cio­na más por iner­cia que por la exis­ten­cia de un ver­da­de­ro amor. El día en que Anna via­ja a Mos­cú a pedi­do de su don­jua­nes­co her­mano Oblonsky (Matthew Mac­fad­yen) a fin de que le ayu­de a evi­tar de que su matri­mo­nio con Dolly (Kelly Mac­do­nald) zozo­bre, cuan­do el tren lle­ga a la esta­ción de des­tino cono­ce a Vronsky (Aaron Tay­lor-John­son) un ofi­cial de caba­lle­ría e hijo de una dis­tin­gui­da con­de­sa (Oli­via Williams). El fle­cha­zo amo­ro­so entre ellos es ful­mi­nan­te y al poco tiem­po Anna se con­vier­te en su aman­te, trans­gre­dien­do de ese modo las con­ven­cio­nes de la socie­dad en que ella se desenvuelve.

Si hay un ras­go impor­tan­te que jus­ti­fi­ca el paso impro­pio come­ti­do por Anna es que Tols­toy con­ci­bió a su heroí­na como un ser vul­ne­ra­ble con­su­mi­do por una incon­men­su­ra­ble pasión; es en ese aspec­to que radi­ca el víncu­lo o empa­tía que el lec­tor o bien en este caso el espec­ta­dor debe­ría sen­tir por la pro­ta­go­nis­ta; sin embar­go, en este film, esa pasión está ausen­te. Hay dos razo­nes impor­tan­tes por la que la fuer­za emo­cio­nal de esta tra­ge­dia román­ti­ca que­da dilui­da: en pri­mer lugar, Anna es aquí des­crip­ta no como la mujer vul­ne­ra­ble a quien el des­tino le depa­ró un amor irre­sis­ti­ble que la con­du­ce a la infi­de­li­dad matri­mo­nial, sino más bien la pre­sen­ta como una per­so­na mima­da, capri­cho­sa, neu­ró­ti­ca que difí­cil­men­te logra ganar la sim­pa­tía del públi­co; otro fac­tor impor­tan­te es la fal­ta de quí­mi­ca exis­ten­te entre los aman­tes, don­de uno no alcan­za com­ple­ta­men­te a con­sus­tan­ciar­se con la gran atrac­ción que Vronsky des­pier­ta en Anna y su con­se­cuen­te affair que des­tru­ye su vida con­yu­gal y la apar­ta del hijo que tan­to quie­re. 

El mayor méri­to del film des­can­sa en el sun­tuo­so toque de dis­tin­ción que el direc­tor brin­da a esta his­to­ria. Visual­men­te, lo que se obser­va es irre­pro­cha­ble y uno se sien­te ten­ta­do de par­ti­ci­par de la mag­ni­fi­cen­cia de los bai­les de salón mag­ní­fi­ca­men­te coreo­gra­fia­dos y bella­men­te foto­gra­fia­dos; así tam­bién la pin­tu­ra de épo­ca y las cos­tum­bres de la alta socie­dad están bien refle­ja­das. 

A nivel de inter­pre­ta­ción Law es el que más se des­ta­ca como el heri­do cón­yu­ge que por razo­nes de dig­ni­dad de nin­gu­na mane­ra pue­de con­sen­tir que el adul­te­rio de su espo­sa per­sis­ta. Knightley cola­bo­ra por ter­ce­ra vez (Ato­ne­ment, Pri­de and Pre­ju­di­ce) con el rea­li­za­dor con lo que se supo­ne la exis­ten­cia de una ver­da­de­ra sin­to­nía entre ambos; sin embar­go, su actua­ción aun­que correc­ta no logra expre­sar total­men­te los sen­ti­mien­tos entre­mez­cla­dos de pasión, cul­pa y deses­pe­ra­ción que Gre­ta Gar­bo (en 1927 y 1935) y/ Vivien Leigh (en 1948) tan bien brin­da­ron en sus res­pec­ti­vas carac­te­ri­za­cio­nes de la román­ti­ca heroí­na. Final­men­te, la par­ti­ci­pa­ción de Aaron Tay­lor-John­son como Vronsky está com­ple­ta­men­te fue­ra de tipo al ofre­cer una inter­pre­ta­ción uni­di­men­sio­nal y ano­di­na. 

Con­clu­sión: Joe Wright ofre­ce una pro­duc­ción ambi­cio­sa cuya frial­dad impi­de trans­mi­tir el impac­to emo­cio­nal de la nove­la ori­gi­nal; con todo lle­ga a atraer por su ele­gan­cia y exu­be­ran­te rique­za visual.  Jor­ge Gutman