Hacia la Mon­ta­ña Solitaria

THE HOB­BIT: AN UNEX­PEC­TED JOUR­NEY. Esta­dos Uni­dos , 2012. Un film de Peter Jacson

Des­pués de 9 años de la últi­ma par­te de Lord of the Rings, su direc­tor Peter Jack­son reto­ma nue­va­men­te el uni­ver­so de J.R.R. Tol­kien basán­do­se esta vez en su nove­la The Hob­bit (1937) que fue escri­ta con ante­la­ción a aqué­lla. En este caso, el pro­pó­si­to del autor fue el de con­ce­bir una fan­ta­sía infan­til sin la pro­fun­di­dad filo­só­fi­ca con­te­ni­da en El Señor de los Ani­llos; eso impli­ca que su con­te­ni­do sea menos som­brío y que con­ten­ga algu­nas notas de humor.

El cri­te­rio del equi­po invo­lu­cra­do en la pro­duc­ción de este film juz­gó opor­tuno divi­dir­lo en tres par­tes y es así que este año sola­men­te se apre­cia su pri­mer capí­tu­lo deno­mi­na­do Un via­je ines­pe­ra­do para recién cono­cer el que le sigue en 2013 y su con­clu­sión en 2014. Eso impi­de que se pue­da tener una impre­sión sobre toda la obra sino sim­ple­men­te juz­gar lo que has­ta aquí se muestra. 

El esce­na­rio sigue sien­do la Tie­rra Media aun­que la acción tie­ne lugar 60 años antes de la aven­tu­ra empren­di­da por Fro­do y su séqui­to. El pró­lo­go enfo­ca a la ciu­dad sub­te­rrá­nea de Ere­bor, don­de los habi­tan­tes de este rei­no viven tran­qui­los y feli­ces has­ta el momen­to en que el des­co­mu­nal y feroz dra­gón Smung inva­de el lugar y expul­sa a su gen­te des­pués de una nefas­ta bata­lla. Poco tiem­po des­pués el mago Gan­dalf (Ian McKe­llen) deci­de que ha lle­ga­do la hora de recu­pe­rar la tie­rra usur­pa­da. De este modo, reclu­ta al hob­bit Bil­bo (Mar­tin Free­man) para que jun­to a un gru­po de 13 enanos gue­rre­ros lide­ra­dos por el prín­ci­pe Tho­rin (Richard Armi­ta­ge) ini­cie un via­je hacia la Mon­ta­ña Soli­ta­ria don­de se encuen­tra el terri­ble enemi­go. Natu­ral­men­te, dado de que se tra­ta de la pri­me­ra par­te, el públi­co –si no ha leí­do la obra ori­gi­nal- igno­ra cómo habrá de pro­se­guir esta historia. 

Mar­tin Freeman

No hay duda que Jack­son se mue­ve cómo­da­men­te rela­tan­do las nove­las de Tol­kien. Es un con­su­ma­do direc­tor y el film que ofre­ce tie­ne valo­res sóli­dos inne­ga­bles. Con todo, por lo has­ta aquí vis­to, este pri­mer epi­so­dio dis­ta de tener el mis­mo impac­to que el pri­mer capí­tu­lo de Lord of the Rings. Eso se debe a que la narra­ción se alar­ga dema­sia­do y las casi tres horas de dura­ción lle­gan en cier­tos momen­tos a pro­du­cir fati­ga, sobre todo en su pri­me­ra hora don­de Jack­son siguien­do minu­cio­sa­men­te al libro deja de lado la sín­te­sis nece­sa­ria que per­mi­ta flui­dez a lo que rela­ta. En tal sen­ti­do, pare­ce­ría que la divi­sión en tres par­tes adop­ta­da obe­de­ce­ría más que nada a razo­nes de mar­ke­ting antes que a cri­te­rios estric­ta­men­te cinematográficos. 

Ana­li­za­do téc­ni­ca­men­te, el film es impe­ca­ble. La con­jun­ción de la fil­ma­ción en vivo más la visua­li­za­ción logra­do por las imá­ge­nes compu­tado­ri­za­das dan como resul­ta­do un espec­tácu­lo de inne­ga­ble valor visual. Jack­son es un maes­tro en la mate­ria sabien­do explo­tar al máxi­mo los ade­lan­tos tec­no­ló­gi­cos exis­ten­tes. En ese aspec­to, el rea­li­za­dor uti­li­zó en el roda­je el sis­te­ma HFR 3D que con­sis­te en fil­mar con una velo­ci­dad de 48 cua­dros por segun­do, o sea al doble de la velo­ci­dad habi­tual, con el pro­pó­si­to de obte­ner imá­ge­nes más rea­lis­tas, de supe­rior cla­ri­dad y niti­dez; cier­ta­men­te, el pro­pó­si­to ha sido amplia­men­te logrado.

A nivel acto­ral, los acto­res cum­plen bien su come­ti­do den­tro de los roles que les han sido asig­na­dos; sin embar­go si habría que dis­tin­guir a alguien en par­ti­cu­lar, Andy Ser­kis vuel­ve a trans­mi­tir mag­ní­fi­ca­men­te el pate­tis­mo del cono­ci­do per­so­na­je Gollum, logra­do con la téc­ni­ca cap­tu­ra de movi­mien­to

Con­cu­sión: Con un pri­mer epi­so­dio un tan­to des­igual, habrá que aguar­dar los dos siguien­tes para valo­rar al film en su total dimen­sión. Has­ta aquí, la ins­pi­ra­da y efi­caz tec­no­lo­gía es lo más remar­ca­bleJor­ge Gutman

El Otro Hijo

LE FILS DE L’AUTRE. Fran­cia, 2012. Un film de Lorrrai­ne Levy. Elen­co: Emma­nue­lle Devos, Pas­cal Elbé, Jules Sitruk, Meh­di Deh­bi, Areen Oma­ri, Kha­li­fa Natour, Mah­mud Sha­la­bi 

Este film es uno más que se inclu­ye en la lis­ta de aqué­llos que tra­tan de brin­dar un háli­to de espe­ran­za para el enten­di­mien­to, com­pren­sión, tole­ran­cia y mutuo res­pe­to entre pales­ti­nos e israe­líes en la con­flic­ti­va región de Medio Orien­te. La rea­li­za­do­ra fran­ce­sa Lorrai­ne Levy adop­tó un cri­te­rio dra­má­ti­co-rea­lis­ta per­mi­tien­do que el espec­ta­dor se invo­lu­cre por com­ple­to en este rela­to don­de el tema de la iden­ti­dad y filia­ción es pues­to a prue­ba para los hijos de dos fami­lias com­ple­ta­men­te opues­tas por la com­ple­ja reali­dad polí­ti­ca que las sepa­ran. 

En opor­tu­ni­dad de rea­li­zar los pro­ce­di­mien­tos buro­crá­ti­cos para poder efec­tuar el ser­vi­cio mili­tar, se lle­ga a des­cu­brir que Joseph (Jules Sitruk), el aspi­ran­te israe­lí de 18 años de edad, tie­ne un gru­po san­guí­neo que resul­ta incom­pa­ti­ble con el de sus padres. Ésa es la cau­sa por la que se pone en mar­cha el engra­na­je del rela­to al lle­gar­se a deter­mi­nar que cuan­do él nació en 1991 en un hos­pi­tal de Hai­fa, acci­den­tal­men­te fue inter­cam­bia­do con otro bebé que vio la luz ese mis­mo día y en el mis­mo lugar. De este modo y sin que nadie lo haya sos­pe­cha­do Joseph, cuyos padres bio­ló­gi­cos Lei­la (Areen Oma­ri) y Said (Kha­di­fa Natour) son pales­ti­nos vivien­do en Cis­jor­da­nia, ha sido cria­do y edu­ca­do por la fami­lia israe­lí inte­gra­da por Orith (Emma­nue­lle Devos) y su mari­do Alon (Pas­cal Elbé).  

Pascal Elbé y Emmannuelle Devos

Pas­cal Elbé y Emman­nue­lle Devos

Fren­te a la cru­cial reve­la­ción sobre­vie­nen los efec­tos del error come­ti­do afec­tan­do a todas las par­tes impli­ca­das, cir­cuns­tan­cia que se agra­va tenien­do en cuen­ta el cis­ma que sepa­ra a Israel de sus veci­nos pales­ti­nos. Mien­tras que Joseph sien­te que es un autén­ti­co judío pero se pre­gun­ta si sigue sién­do­lo para los demás, Yaci­ne (Meh­di Deh­bi), el otro mucha­cho que con­si­de­ra a Lei­la y Said como sus ver­da­de­ros padres, alien­ta la cau­sa pales­ti­na por­que duran­te su bre­ve exis­ten­cia estu­vo natu­ral­men­te embe­bi­do en dicha cul­tu­ra. 

Sin entrar en deta­lles ulte­rio­res, el rela­to que adop­ta el tono de una ale­go­ría polí­ti­ca, ilus­tra la for­ma cómo las res­pec­ti­vas madres lle­gan a con­ge­niar y esta­ble­cer un lazo de unión al tener que acep­tar la iden­ti­dad de sus res­pec­ti­vos hijos des­pués de 18 años de vida; así, ambos jóve­nes per­te­ne­cen a las dos madres, sin que exis­ta que­re­lla ni sen­ti­mien­tos encon­tra­dos que pue­dan dañar esa rela­ción. Aun­que más com­pli­ca­do por las dife­ren­cias polí­ti­cas que los sepa­ran, Alon –un ofi­cial mili­tar israe­lí de alto ran­go- y el pales­tino Said ter­mi­na­rán por aco­mo­dar­se a los hechos impues­tos por la realidad.

La inter­pre­ta­ción gene­ral es muy bue­na, dis­tin­guién­do­se la de Sitruk y Deh­bi como los dos jóve­nes afec­ta­dos por el cam­bio que a medi­da que van cono­cién­do­se irán inte­grán­do­se uno con el otro como si fue­ran ver­da­de­ros her­ma­nos de sangre.

Con­clu­sión: Levy logró un rela­to muy emo­ti­vo, fil­ma­do sin estri­den­cia algu­na y dejan­do un cla­ro men­sa­je de paz a tra­vés de dos fami­lias que ter­mi­nan con­for­man­do una sola, lle­gan­do a com­pren­der que más allá de cual­quier con­flic­to polí­ti­co impe­ran­te son los valo­res huma­nos que deben pre­va­le­cer Jor­ge Gutman

De Oxi­do y Hueso

DE ROUI­LE ET D’OS (Rust and Bone) Fran­cia, 2012. Un film de Jac­ques Audiard

Des­pués de la mag­ní­fi­ca pelí­cu­la Un Pro­fe­ta (2009) don­de el rea­li­za­dor Jac­ques Audiard abor­dó un dra­ma car­ce­la­rio, aho­ra con­si­de­ra en Rust and Bone una com­ple­ja his­to­ria román­ti­ca. 

Marion Coti­llard, la sen­si­ble actriz que ganó un Oscar inter­pre­tan­do a Edith Piaf en La vie en rose (2007) vuel­ve a ofre­cer otra nota­ble inter­pre­ta­ción ani­man­do a Sté­pah­nie, una joven doma­do­ra de orcas en un del­fi­na­rio de la rivie­ra fran­ce­sa. Su des­preo­cu­pa­da vida no des­pro­vis­ta de pla­cer sexual, cobra un giro ines­pe­ra­do cuan­do un des­gra­cia­do acci­den­te en su lugar de tra­ba­jo moti­va que se le deban ampu­tar sus dos piernas.

Matthias Schoenaerts y Marion Cotillard

Matthias Schoe­naerts y Marion Cotillard

Por su lado, el efi­cien­te actor bel­ga Matthias Schoe­naerts es Ali, un padre mono­pa­ren­tal que deja su lugar nati­vo de Bél­gi­ca jun­to con su peque­ño hijo Sam (Armand Ver­du­re) para comen­zar una nue­va exis­ten­cia en Fran­cia don­de vive su her­ma­na (Corin­ne Masie­ro) con su espo­so. Sin dine­ro alguno, logra salir del apu­ro tra­ba­jan­do como guar­dia de segu­ri­dad de un club noc­turno, par­ti­ci­pan­do con su cuer­po muscu­loso en com­ba­tes de lucha y valién­do­se de peque­ños hur­tos para sobrevivir.

Antes de que acon­te­cie­ra el dra­má­ti­co hecho que cam­bió su exis­ten­cia, Stépha­nie lle­ga a cono­cer a Ali. A pesar de que sus per­so­na­li­da­des son com­ple­ta­men­te opues­tas, — la sen­sua­li­dad y femi­nei­dad de ella con­tras­ta con las carac­te­rís­ti­cas del hom­bre pri­mi­ti­vo, bru­to y mar­gi­nal que deno­ta Alí- al poco tiem­po se pro­du­ce entre ambos una atrac­ción estric­ta­men­te car­nal y vis­ce­ral, en la que los sen­ti­mien­tos que­dan com­ple­ta­men­te de lado. Con todo hay algo en común que los vin­cu­la: la dis­ca­pa­ci­dad físi­ca de ella con la vul­ne­ra­bi­li­dad emo­cio­nal de Ali lle­van­do una vida erran­te sin rum­bo fijo.

Aun­que esta his­to­ria escri­ta por el rea­li­za­dor y Tho­mas Bide­gain tie­ne una estruc­tu­ra melo­dra­má­ti­ca, el direc­tor evi­ta sen­ti­men­ta­lis­mo alguno, aun­que eso no impi­de que los sen­ti­mien­tos sub­ya­cen­tes aflo­ren tar­día­men­te en for­ma natu­ral y efec­ti­va. Audiard es uno de esos inte­li­gen­tes direc­to­res que ponen aten­ción a míni­mos deta­lles, tra­tan­do de que a tra­vés de ges­tos, mira­das y movi­mien­tos de sus per­so­na­jes se conoz­can las moti­va­cio­nes que con­du­cen a ocul­tar celo­sa­men­te sus emo­cio­nes. 

El film se valo­ri­za con la exce­len­te labor de Coti­llard y Shoe­naerts quie­nes ade­más de exhi­bir una gran quí­mi­ca trans­mi­ten con gran inten­si­dad la vibran­te situa­ción de dos seres que nece­si­tan­do ayu­da y apo­yo emo­cio­nal, bus­can con tena­ci­dad la reden­ción que los alien­te a seguir vivien­do espe­ran­za­dos. Si bien pue­de resul­tar pre­vi­si­ble el derro­te­ro de los mis­mos tras­pa­san­do la barre­ra de la inti­mi­dad físi­ca para con­cluir en legí­ti­mo amor, esa evo­lu­ción se pro­du­ce en for­ma natu­ral y con­vin­cen­te. 

Visual­men­te ele­gan­te, la músi­ca de Ale­xan­dre Des­plat con bue­na com­bi­na­ción de bala­das y can­cio­nes de rock se adap­ta acer­ta­da­men­te a la his­to­ria narra­da. 

Con­clu­sión: Este atí­pi­co dra­ma román­ti­co no alcan­za a tener la dimen­sión uni­ver­sal de “Un Pro­fe­ta” pero como un aná­li­sis de la fra­gi­li­dad huma­na y su per­se­ve­ran­cia el rela­to es lo sufi­cien­te­men­te sóli­do como para con­for­mar un film de cali­dad.  Jor­ge Gutman

La Visi­ta del Rey

HYDE PARK ON HUD­SON. Esta­dos Uni­dos, 2012. Un film de Roger MIchell

Basán­do­se en el dia­rio per­so­nal de Mar­ga­ret “Daisy” Suc­kley y en algu­nas de sus car­tas ínti­mas ‑des­cu­bier­tos en oca­sión de su muer­te en 1991‑, el guio­nis­ta Richard Nel­son con­ci­bió un rela­to que entre­mez­cla dos his­to­rias: por un lado la rela­ción sen­ti­men­tal de Daisy con el pre­si­den­te Fran­klin Delano Roo­se­velt, y por otra par­te la pri­me­ra visi­ta que un monar­ca de Gran Bre­ta­ña rea­li­za a los Esta­dos Uni­dos. Hyde Park on Hud­son es una pelí­cu­la de tono cos­tum­bris­ta don­de la polí­ti­ca jue­ga aquí un rol muy secun­da­rio, para pri­vi­le­giar su aten­ción en la rela­ción de Roo­se­velt con su fami­lia y entorno que lo rodea así como en su carác­ter de anfi­trión del rey Geor­ge VI.

La acción tie­ne lugar en la man­sión cam­pes­tre de la fami­lia de Roo­se­velt en Hyde Park, Nue­va York, y se desa­rro­lla en el verano de 1939 a pocos meses de irrum­pir la Segun­da Gue­rra Mun­dial. El pre­si­den­te (Bill Murray) con­vo­ca a Daisy (Lau­ra Lin­ney), una pri­ma de lejano gra­do de paren­tes­co, para que como asis­ten­te lo ali­vie y dis­trai­ga de la abul­ta­da car­ga que impli­can sus tareas admi­nis­tra­ti­vas. La narra­ción, que es efec­tua­da adop­tan­do el pun­to de vis­ta de esta parien­te, va hacien­do cono­cer deta­lles sobre las incli­na­cio­nes don­jua­nes­cas de Roo­se­velt, la rela­ción cor­dial pero sola­men­te amis­to­sa que man­tie­ne con su espo­sa Elea­nor (Oli­via Williams), la exis­ten­cia de una madre pose­si­va que vive bajo un mis­mo techo (Eli­za­beth Wil­son), la pre­sen­cia de su secre­ta­ria per­so­nal Missy (Eli­za­beth Mar­vel) ‑que lue­go se reve­la­rá que cons­ti­tu­ye algo más que eso- y final­men­te el affair amo­ro­so con Daisy. 

El otro hilo del rela­to se nutre con la lle­ga­da por un fin de sema­na del rey Geor­ge VI (Samuel West) y su seño­ra, la rei­na Eli­za­beth (Oli­via Col­man), a Hyde Park invi­ta­dos por el pre­si­den­te, para cimen­tar los lazos amis­to­sos entre Gran Bre­ta­ña y Esta­dos Uni­dos. Esta par­te de la his­to­ria es la mejor del film y la que pro­vee algu­nas notas de humor, como la sen­sa­ción de inco­mo­di­dad que en cier­tos momen­tos expe­ri­men­ta la rei­na por la acti­tud extra­ña de sus anfi­trio­nes; así por ejem­plo, ella no se encuen­tra com­pla­ci­da al saber que al día siguien­te debe­rá asis­tir con el rey y su comi­ti­va a un pic­nic cuyo pla­to úni­co de comi­da será hot dogs y que el almuer­zo esta­rá ame­ni­za­do con can­cio­nes autóc­to­nas inter­pre­ta­das por la gen­te nati­va del lugar.

El direc­tor Roger Michell deja de lado el aspec­to polí­ti­co de la visi­ta, a pesar de que es bien sabi­do que el rey esta­ba suma­men­te intere­sa­do en la adhe­sión y ayu­da que Esta­dos Uni­dos le brin­da­ría a su país fren­te a la ame­na­za de Hitler en Europa.

Aun­que el rela­to no se des­ta­ca por la emo­ción, hay una esce­na que real­men­te tras­cien­de. Eso suce­de en una con­ver­sa­ción pri­va­da entre el rey y Roo­se­velt, don­de aquél mal­di­ce su tar­ta­mu­dez por­que le impi­de expre­sar­se con mayor flui­dez; fren­te a los hechos, el pre­si­den­te lo con­sue­la mal­di­cien­do su pará­li­sis par­cial moti­va­da por la polio­mie­li­tis sufri­da varios años atrás y que físi­ca­men­te lo dejó dis­ca­pa­ci­ta­do.  

Laura Linney y Bill Murray
Lau­ra Lin­ney y Bill Murray

A dife­ren­cia de lo vis­to en Lin­coln de Ste­ve Spiel­berg, este film des­car­ta la aris­ta de Roo­se­velt como esta­dis­ta y menos aún resal­ta su rol como pre­si­den­te en momen­tos tan difí­ci­les como los que esta­ban con­mo­cio­nan­do al mun­do . En cuan­to a lo con­cer­nien­te a la rela­ción amo­ro­sa que man­tie­ne con Daisy, la mis­ma está tibia­men­te expues­ta, más bien des­di­bu­ja­da, sin que lle­gue a gra­vi­tar mayor­men­te en el con­te­ni­do del rela­to. 

En líneas gene­ra­les las actua­cio­nes son bue­nas pero sin que nin­gún actor lle­gue a sobre­sa­lir. Murray actúa con correc­ción así como tam­bién lo hace Lin­ney, pero ambos care­cen del sufi­cien­te mate­rial como para que el víncu­lo afec­ti­vo que unió a sus res­pec­ti­vos per­so­na­jes lle­ga­ra a cobrar ver­da­de­ra vida en la pan­ta­lla; otro caso es el de West que aun­que ofre­ce una bue­na com­po­si­ción del monar­ca, su actua­ción está muy por deba­jo de la memo­ra­ble inter­pre­ta­ción que Colin Firth brin­dó en The King’s Speech (2010).

Con­clu­sión: Con dos his­to­rias tenue­men­te entre­la­za­das, Hyde Park on Hud­son es un film entre­te­ni­do bien rea­li­za­do pero a la pos­tre anec­dó­ti­co y sin mucha tras­cen­den­ciaJor­ge Gutman

El Fin del Tiempo

THE END OF TIME. Sui­za-Cana­da, 2012. Un docu­men­tal escri­to y diri­gi­do por Peter Mettler

Peter Mettler, un direc­tor docu­men­ta­lis­ta que ade­más es cono­ci­do como exce­len­te fotó­gra­fo y por sus bue­nos tra­ba­jos en mate­ria de ima­gen y soni­do, deci­dió ana­li­zar un tema de gran com­ple­ji­dad filo­só­fi­ca como lo es el ori­gen y sig­ni­fi­ca­do del tiem­po. El pun­to de par­ti­da es muy ambi­cio­so pero no obs­tan­te los elo­gios que mere­ce el aspec­to visual de este film, el espec­ta­dor corrien­te no incre­men­ta su cono­ci­mien­to sobre la idea que pue­de tener del tiem­po antes de haber vis­to este docu­men­tal. 

Lo pri­me­ro que se con­tem­pla a tra­vés de la pro­yec­ción de un mate­rial de archi­vo es al astro­nau­ta esta­dou­ni­den­se Joe Kit­tin­ger cuan­do en 1960 par­tió de la tie­rra en un glo­bo estra­tos­fé­ri­co lle­gan­do a una altu­ra supe­rior a los 3000 metros; lue­go des­cien­de a una velo­ci­dad pró­xi­ma a la del soni­do, sin­tién­do­se sus­pen­di­do en el tiem­po has­ta lle­gar nue­va­men­te a la super­fi­cie terres­tre. Estas imá­ge­nes sir­ven como pró­lo­go al docu­men­tal pro­pia­men­te dicho que comien­za con una visi­ta que Mettler rea­li­za al Con­se­jo Euro­peo para la Inves­ti­ga­ción Nuclear (CERN), ubi­ca­do cer­ca de Gine­bra, don­de sus cien­tí­fi­cos tra­tan de com­pren­der las dimen­sio­nes del tiem­po a tra­vés del ace­le­ra­dor de par­tí­cu­las. A tra­vés de comen­ta­rios vagos e impre­ci­sos –muchas veces suje­tos a inte­rrup­cio­nes don­de no hay lugar para res­pues­tas- su per­so­nal seña­la que la idea del tiem­po es rela­ti­va, debe con­si­de­rár­se­la en fun­ción del espa­cio –lugar don­de uno se encuen­tra- y en todo caso todo depen­de de la per­cep­ción que cada per­so­na ten­ga de este con­cep­to sobre si se tra­ta de una reali­dad o una ilu­sión. 

Des­pués de Sui­za, el rea­li­za­dor se ubi­ca en la gran isla de Hawai para con­si­de­rar al tiem­po a tra­vés de la geo­lo­gía. Pró­xi­ma para­da es un aban­do­na­do barrio de Detroit, don­de se con­tem­pla un enor­me y decaí­do par­que de esta­cio­na­mien­to cuyo espa­cio ori­gi­nal­men­te fue ocu­pa­do por los pri­me­ros talle­res de la fábri­ca auto­mo­triz de Henry Ford. Que­da en el aire el tra­tar de encon­trar un nexo o la idea de tiem­po entre el pasa­do y el pre­sen­te de esta ciu­dad estadounidense.

La últi­ma visi­ta es la India don­de se con­tem­pla a budis­tas visi­tan­do el árbol de la sabi­du­ría, lugar don­de Buda fue ilu­mi­na­do, a fin de ren­dir­le sus res­pe­tos; Tam­bién se asis­te a un ritual fune­ra­rio de una fami­lia hin­dú don­de el cuer­po del muer­to es lan­za­do a la hogue­ra. 

De todo lo que se apre­cia en el film, qui­zá lo más impor­tan­te o con­cre­to, es la pre­gun­ta que hacia el final el rea­li­za­dor efec­túa a una ancia­na sobre lo que es el tiem­po; ella le res­pon­de que “el tiem­po es para dis­fru­tar todo lo que es posi­ble” para ter­mi­nar agre­gan­do que “del tiem­po que dis­po­ne­mos en nues­tras vidas debe­mos apro­ve­char lo máxi­mo que se pue­da” y que “a medi­da que enve­je­ce­mos el tiem­po trans­cu­rre con mayor rapi­dez”; si las aco­ta­cio­nes de la ancia­na no agre­gan mayor nove­dad, a pesar de su bana­li­dad son menos ambi­guas que algu­nos de los comen­ta­rios ofre­ci­dos por los cien­tí­fi­cos entre­vis­ta­dos en el documental.

Deci­di­da­men­te, resul­ta difi­cul­to­so dis­cu­tir un tópi­co tan intrin­ca­do y mis­te­rio­so como el que per­si­gue este docu­men­tal. Des­de un aspec­to narra­ti­vo la explo­ra­ción rea­li­za­da por Mettler pue­de ser con­si­de­ra­da como una medi­ta­ción per­so­nal con algu­nas con­si­de­ra­cio­nes espi­ri­tua­les y/o filo­só­fi­cas que en últi­ma ins­tan­cia no logran acla­rar el con­cep­to del tiem­po. 

El docu­men­tal se valo­ri­za por sus hip­nó­ti­cos cua­dros visua­les así como por las cau­ti­van­tes imá­ge­nes des­ta­can­do la belle­za de la natu­ra­le­za con sus dife­ren­tes acci­den­tes geo­grá­fi­cos, todo ello com­bi­na­do con asom­bro­sos soni­dos. Si hubie­ra que des­ta­car una sola esce­na, ele­gi­ría aqué­lla en que un gri­llo es trans­por­ta­do por un ejér­ci­to de hor­mi­gas; aho­ra bien, igno­ro en qué for­ma esta secuen­cia está aso­cia­da con la idea del tiem­po. 

Con­clu­sión: Un film poé­ti­co de gran rique­za sen­so­rial, aun­que el aná­li­sis del tiem­po ‑por el cual se mide la dura­ción o sepa­ra­ción de los hechos‑, solo tras­cien­de espo­rá­di­ca­men­te por una difu­sa narra­ti­va que no lle­ga a cohe­sio­nar con las esplen­do­ro­sas imá­ge­nes brin­da­das.  Jor­ge Gutman