Antes de la Medianoche

BEFO­RE MID­NIGHT. Esta­dos Uni­dos, 2013. Un film de Richard Linklater

Julie Delpy y Ethan Hawke

Julie Delpy y Ethan Hawke

Richard Lin­kla­ter ha rein­ven­ta­do la come­dia román­ti­ca dotán­do­la de atri­bu­tos dis­tin­ti­vos que la hacen par­ti­cu­lar­men­te espe­cial, atra­yen­te y sobre todo artís­ti­ca­men­te des­ta­ca­ble. Ese es el caso de Befo­re Mid­night, la ter­ce­ra par­te de una saga comen­za­da en 1994 con Befo­re Sun­ri­se y con­ti­nua­da diez años des­pués con Befo­re Sun­set. Con los mis­mos per­so­na­jes y los mis­mos acto­res Lin­kla­ter logró que el segun­do capí­tu­lo supe­ra­ra las exce­len­cias del pri­me­ro y, por si fue­ra poco, su recien­te film es el mejor de los tres. Se tra­ta de una obra ple­na de encan­to, suges­tión y has­ta diría mági­ca, des­en­tra­ñan­do las carac­te­rís­ti­cas del amor de una pare­ja bien cons­ti­tui­da des­pués de cier­to perío­do de convivencia 

Cabe recor­dar que en la his­to­ria comen­za­da hace dos déca­das en un via­je en tren des­de Buda­pest a Vie­na, se pro­du­ce el encuen­tro entre el ame­ri­cano Jes­se (Ethan Haw­ke) y la fran­ce­sa Celi­ne (Julie Delpy), dos jóve­nes de poco más de 20 años don­de la atrac­ción sur­gi­da entre ambos es inme­dia­ta; como él debía pasar la jor­na­da en Vie­na para abor­dar al día siguien­te el vue­lo que lo lle­va­ría a los Esta­dos Uni­dos y ella debía hacer­lo con des­tino a París, apro­ve­chan esas horas reco­rrien­do román­ti­ca­men­te la ciu­dad has­ta poco antes del ama­ne­cer; cuan­do lle­ga el momen­to de la des­pe­di­da y se pro­me­ten reu­nir­se 6 meses des­pués. Pero el reen­cuen­tro no lle­ga a ocu­rrir has­ta 2004 cuan­do Jes­se con­ver­ti­do en un reco­no­ci­do escri­tor visi­ta París pro­mo­cio­nan­do su últi­ma nove­la y ahí Celi­ne sale a su encuen­tro. Con las esca­sas dos horas que le que­da­ban para lle­gar al aero­puer­to y regre­sar a los Esta­dos Uni­dos, Jes­se le pro­po­ne a Celi­ne un paseo por la ciu­dad de las luces para que cada uno se impon­ga del otro acer­ca de lo acon­te­ci­do en el trans­cur­so de los años pasa­dos; ya más expe­ri­men­ta­dos y en don­de los sue­ños de los jóve­nes no lle­ga­ron a cris­ta­li­zar­se del modo cómo lo habían pla­nea­do, que­da flo­tan­do una sen­sa­ción de arre­pen­ti­mien­to mutuo por haber fra­ca­sa­do la cita que se habían pro­pues­to en su momen­to; como “don­de hubo fue­go ceni­zas que­dan”, el segun­do epi­so­dio con­clu­ye dejan­do el sus­pen­so en si ambos esta­rán dis­pues­tos a asu­mir el com­pro­mi­so emo­cio­nal de vivir jun­tos. Así se lle­ga al momen­to actual don­de Jes­se y Celi­ne han uni­do sus vidas, tie­nen un par de niñas melli­zas y asu­men una res­pon­sa­bi­li­dad com­ple­ta­men­te dife­ren­te a la de las ante­rio­res eta­pas de sus vidas, como con­se­cuen­cia del pasa­je del tiem­po y por una madu­rez adqui­ri­da por los 40 años de edad que lle­van a cuestas. 

Cuan­do comien­za el film el matri­mo­nio se halla en una isla grie­ga con sus hiji­tas dis­fru­tan­do el últi­mo día de vaca­cio­nes de varias sema­nas en casa de unos ami­gos,  antes de retor­nar a París don­de fija­ron su resi­den­cia. Pre­via­men­te, vemos a Jes­se des­pe­dir en el aero­puer­to a Hank (Sea­mus Davey-Fitz­pa­trick) su hijo ado­les­cen­te pro­duc­to de su matri­mo­nio ante­rior quien lo vino a visi­tar  y con quien tie­ne esca­so con­tac­to dado que vive con su madre en Chica­go; de algún modo, el hecho de no haber com­par­ti­do con él sus años de infan­cia así como la pre­sen­te eta­pa de su vida con­tri­bu­yen a que Jes­se se encuen­tre un tan­to apenado.

La estruc­tu­ra narra­ti­va del film no ha cam­bia­do. Con diá­lo­gos escri­tos por el rea­li­za­dor y sus dos pro­ta­go­nis­tas, el públi­co asis­te al igual que en las dos pelí­cu­las ante­rio­res a con­ver­sa­cio­nes que aun­que apa­ren­te­men­te intras­cen­den­tes cobran ímpe­tu y rique­za en las inge­nio­sas répli­cas que se pro­du­cen entre ellos. Des­pués de los pri­me­ros vein­te minu­tos en que en plano fijo la cáma­ra sigue a la fami­lia en el auto con­du­ci­do por Jes­se, el públi­co va impo­nién­do­se de deta­lles que sutil­men­te van ilus­tran­do los egos de ambos per­so­na­jes cuan­do dis­cu­ten sobre un nue­vo empleo que Celi­ne está a pun­to de comen­zar y que Jes­se no está muy de acuer­do para que ella lo acep­te. En la segun­da sec­ción del film se los ve en una comi­da fami­liar ofre­ci­da por sus anfi­trio­nes grie­gos más otros ami­gos ‑jóve­nes y ancia­nos- don­de los temas del amor, la fami­lia, las cos­tum­bres sexua­les, las dife­ren­cias de géne­ro entre hom­bre y mujer, y algu­nos otros tópi­cos de natu­ra­le­za inte­lec­tual –espe­cial­men­te de carác­ter lite­ra­rio- salen a relu­cir en diá­lo­gos abso­lu­ta­men­te natu­ra­les, sin que el  inte­rés por los mis­mos lle­gue a decaer. Pos­te­rior­men­te, y dejan­do a las niñi­tas en casa de sus ami­gos, la pare­ja deci­de pasar la últi­ma noche en un hotel cer­cano para gozar momen­tos ínti­mos. Pero esas inten­cio­nes se frus­tran cuan­do Jes­se reci­be un  lla­ma­do tele­fó­ni­co de Hank, y como con­se­cuen­cia del mis­mo se ori­gi­na una dis­cu­sión con Celi­ne que va gene­ran­do en for­ma cre­cien­te una atmós­fe­ra de ten­sión al sur­gir repro­ches, celos y situa­cio­nes que podrían poner en jaque la rela­ción matri­mo­nial; pero no es así, por­que en últi­ma ins­tan­cia Lin­kla­ter, Haw­ke y Delphy optan por demos­trar que las fric­cio­nes o des­acuer­dos que pue­den acon­te­cer entre los miem­bros de una pare­ja fren­te a situa­cio­nes exter­nas o impo­si­bles de con­tro­lar, de nin­gún modo pue­den aca­llar los ver­da­de­ros sen­ti­mien­tos de com­pren­sión y bue­na volun­tad que los vin­cu­la, en la medi­da que esa unión esta fun­da­da en cimien­tos bien construidos.

¿Es nece­sa­rio hablar de actua­cio­nes? Delpy y Haw­ke ya no exis­ten como acto­res al  inte­grar­se por com­ple­to en las vidas de Jes­se y Celi­ne; estos dos per­so­na­jes son tan vívi­dos, rea­lis­tas y con­vin­cen­tes –ade­más de lograr una quí­mi­ca extra­or­di­na­ria-  que resul­ta impo­si­ble des­en­ten­der­se de lo que dicen, sien­ten o expre­san ges­tual­men­te reve­lan­do sus pen­sa­mien­tos. 

Con­clu­sión: Con con­si­de­ra­ble humor, inge­nio­sos diá­lo­gos sin nin­gu­na fal­sa nota, y una exce­len­te maes­tría de Lin­kla­ter para mon­tar con­ver­sa­cio­nes espon­tá­neas a tra­vés de lar­gas tomas, se ha logra­do un film para recor­dar. Por el momen­to diría­mos que cie­rra una bri­llan­te tri­lo­gía, lo que no sig­ni­fi­ca que den­tro de diez años más, el trío pudie­ra ofre­cer­nos un cuar­to capí­tu­lo que en ese caso sería más que bien­ve­ni­do. Jor­ge Gutman