Blan­ca­nie­ves en Ver­sión Muda

BLAN­CA­NIE­VES. Espa­ña, 2012. Un film escri­to y diri­gi­do por Pablo Berger

Pro­ba­ble­men­te ins­pi­ra­do esté­ti­ca­men­te por el reso­nan­te éxi­to crí­ti­co y de públi­co obte­ni­do por The Artist, el rea­li­za­dor espa­ñol Pablo Ber­ger resol­vió adop­tar para su ver­sión de Blan­ca­nie­ves el cri­te­rio simi­lar de rodar en blan­co y negro y en for­ma muda. El resul­ta­do es un tan­to dis­cu­ti­ble por­que mien­tras que el film de Michel Haza­na­vi­cius se basa en una his­to­ria que se pres­ta mag­ní­fi­ca­men­te a ese esti­lo, aquí el mis­mo no lle­ga a ser apre­cia­do dra­má­ti­ca­men­te. Con todo, lo que cuen­ta ver­da­de­ra­men­te es el cli­ma atmos­fé­ri­co que la exce­len­te foto­gra­fía brin­da al rela­to así como la bue­na actua­ción de su elen­co, espe­cial­men­te el femenino.

Ber­ger ubi­ca su rela­to en la déca­da del 20 en la ciu­dad de Sevi­lla den­tro de un ambien­te tau­rino don­de no fal­ta el fla­men­co, sus entu­sias­tas bai­la­ri­nes y obvia­men­te los tore­ros. Den­tro de ese mar­co, la Blan­ca­nie­ves de los her­ma­nos Grimm es aquí Car­men­ci­ta (Sofía Oria de peque­ña y Maca­re­na Gar­cia de adul­ta), la niñi­ta que que­dó huér­fa­na de madre (Inma Cues­ta) a su naci­mien­to y cuyo padre Anto­nio (Daniel Gimé­nez Cacho), tore­ro de pro­fe­sión, ha que­da­do para­li­za­do por las heri­das reci­bi­das por un toro. Mien­tras que la peque­ña es cria­da por su abue­la (Ánge­la Moli­na), su padre se casa con su enfer­me­ra Encar­na (Mari­bel Ver­du). Cuan­do su abue­la mue­re, ella pasa a vivir con su madras­tra que la odia al pun­to de soli­ci­tar a su cho­fer para que la mate. Car­men logra esca­par y en su hui­da des­pués de haber­se gol­pea­do la cabe­za, pier­de su memo­ria y es res­ca­ta­da por un gru­po de enanos torea­do­res que con­tri­bu­yen a que Car­men, adop­tan­do el nom­bre de Blan­ca­nie­ves, logre con­ver­tir­se en vale­ro­sa tore­ra, habien­do apren­di­do de su padre las lec­cio­nes bási­cas de esta pro­fe­sión.  

Macarena García

Maca­re­na García

Con míni­mos diá­lo­gos ayu­da­dos por tar­je­tas sobre­im­pre­sas, Ber­ger logra que el film adquie­ra el carác­ter de una fábu­la de suges­ti­va belle­za res­pal­da­da por la foto­gra­fía de Kiko de la Rica ya men­cio­na­da, así como tam­bién por la encan­ta­do­ra músi­ca de Alfon­so de Villa­lon­ga y las inob­je­ta­bles actua­cio­nes de Moli­na, Gar­cia y sobre todo la de Ver­dú en una cari­ca­tu­res­ca com­po­si­ción de la mal­va­da y odio­sa har­pía del relato.