QUAI D’ORSAY. Francia, 2013. Un film de Bertrand Tavernier
¿Alocada caricatura?, ¿Sátira política? ¿Farsa fantasiosa? Poco importa si uno acierta o no en el género exacto para encuadrar a Quai d’Orsay; en cambio lo que sí interesa remarcar es que el veterano realizador Bertrand Tavernier al abordar por primera vez la comedia ofrece al público un entretenimiento de nivel superior donde es difícil contener la risa frente a lo que acontece en las oficinas del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, ubicado en el Quai d’Orsay de París. A pesar de que todo lo que se expone es necesario tomarlo con un granito de sal, lo cierto es que esta ágil comedia puede que no oculte mucho de la realidad vivida en el cotidiano y convulsionado ajetreo del lugar donde se adoptan decisiones políticas que afectan a Francia en su relación con el resto del mundo. Con un ritmo dinámico que en ningún momento pierde su impulso, Tavernier junto con Christophe Blain y Abel Lanzac resolvieron tomar como referencia una popular novela gráfica de Abel Lanzac para relatar las absurdas situaciones que le toca vivir a un joven profesional que obtiene un puesto en el gabinete de la gente que maneja al mundo dentro del solemne edificio que alberga al ministerio.
En esta historia de ficción Arthur Vlaminck (Raphael Personnaz), un joven recién graduado en leyes de una prestigiosa facultad, entra a trabajar como asistente y redactor de los discursos de Alexandre Taillard de Worms (Thierry Lhermitte), el Ministro de Asuntos Exterirores. Lejos está de imaginar que tendrá que lidiar con un hombre excesivamente impulsivo que no alcanza a suministrarle por completo lo que tiene que hacer para distraer su atención en varios asuntos simultáneos. Con la fuerza y rapidez de un huracán que arrasa con todo, Alexandre no escatima críticas de los discursos preparados por su subalterno a pesar de no haber leído claramente su contenido y haciendo disquisiciones que nada tienen que ver con la naturaleza del discurso que mandó preparar.
El comportamiento errático y emocional del ministro se manifiesta con todo el mundo que le rodea, repitiendo constantemente los principios de “legitimidad, lucidez y eficiencia” para la consecución de las labores que su ministerio debe cumplir aunque no siempre logran ser satisfechos. Desplazándose continuamente entre las diferentes dependencias que conforman su ministerio, Alexandre es capaz de enloquecer –en el buen sentido de la palabra- a todo su personal incluyendo a Claude Maupas (Neils Arestrup), su tolerante jefe de equipo que actúa como moderador del ímpetu generado por aquél.
El relato se nutre de diferentes situaciones con las que el dinámico y caricaturesco ministro tiene que tratar enfrentando algunas crisis políticas, entre ellas los eventos acaecidos en el ficticio país Ludmenistán, así como los viajes a Africa y a las Naciones Unidas donde debe ensayar para actuar decorosamente en un discurso de gran repercusión política a pronunciar ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Dentro de las varias instancias regocijantes del film es imperdible la escena en que el Alexandre invita a almorzar a la Premio Nóbel de Literatura (Jane Birkin); allí la sorprendida mujer es incapaz de proferir palabra alguna frente a su interlocutor que le impide expresarse al dominar con su verborragia el desarrollo del encuentro.
Más allá de la continuada sonrisa que aflora en el rostro del público contemplando esta brillante comedia, el relato constituye una buena aproximación al mundo caótico del ministerio y a todos los entretelones que por detrás se cuecen para el cumplimiento de una agenda política concebida previamente.
La actuación es impecable con un elenco volcando su máximo entusiasmo al servicio de un film muy bien articulado por Tavernier, en donde las jocosas situaciones jamás recurren a situaciones de dudoso gusto.
Conclusión: Un film ameno, afectivo y divertido capaz de entretener al mortal más imperturbable. Jorge Gutman