DANNY COLLINS. Estados Unidos, 2015. Un film escrito y dirigido por Dan Fogelman
Si hasta el presente Dan Fogelman era conocido como guionista, aquí se ubica por primera vez detrás de la cámara para abordar una historia sentimental, ciertamente edulcorada pero decididamente humana a pesar de los clisés y situaciones que ya se han visto en anteriores películas de este género.
El personaje central es Danny Collins (Al Pacino), un veterano cantante de rock septuagenario que habiendo conquistado el éxito cuando joven lo sigue manteniendo a pesar de su edad. Si bien en sus apariciones públicas demuestra con sus canciones y movimientos una arrolladora energía que transmite a una audiencia motivada a seguirlo, fuera de escena uno contempla a un hombre patético y solitario de rostro ajado; así, a pesar de disponer de dinero, fama, confort, cocaína y una bella baby doll cuarenta años más joven que él, eso no alcanza a brindarle felicidad.
El único sincero vínculo que mantiene Danny es con Frank, su amigo y manager (Christopher Plummer) quien a través de toda su carrera le dio pruebas de su afecto, honestidad y lealtad; precisamente, es él quien le ofrece como regalo de cumpleaños una sorpresiva nota que data de principios de la década del 70 y que en su momento no le había llegado. Se trata de una carta que John Lennon le había dirigido donde le indica que debe seguir sus convicciones de artista y ser sincero consigo mismo. Conmovido por lo que el inolvidable integrante de los Beatles le había transmitido, donde quizá de haberse impuesto de su contenido su carrera se habría desarrollado de modo diferente, Danny decide cancelar su última gira además de poner fin a sus actuaciones en público y tratar de comenzar una nueva vida.
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De allí en más, el guión transita por senderos demasiado transitados. Así, en búsqueda de redención, decide trasladarse de Los Ángeles a New Jersey para visitar a Tom (Bobby Cannavale), un hijo adulto que jamás había conocido y que resultó producto de una aventura nocturna, así como a su agradable esposa (Jennifer Garner) y su hiperactiva hijita (Giselle Eisenberg); como era de esperar, un nada amigable Tom rechaza la presencia de un padre que jamás se interesó en él. Sin embargo, Danny no se da por vencido y persiste en lo suyo hasta lograr que el resentimiento, enojo y fastidio de su hijo comience a diluirse a través de gestos paternales que hasta ese entonces no se habían evidenciado. Fogelman no es reluctante para que su relato se vuelva más sentimental con la presencia de una grave enfermedad por parte de uno de sus personajes; a todo ello habrá que agregar el fino flirteo que se produce entre Danny y Mary (Annette Bening), la siempre sonriente gerenta del hotel donde se aloja, para que la historia se insinúe románticamente.
Ciertamente, habrá que vencer cierta resistencia de verosimilitud para aceptar lo que el relato propone; así, resulta difícil comprender que el efecto de una carta pueda producir el milagro de un padre ausente que además de acordarse de que tiene un hijo de más de treinta años, ese hecho pueda despertarle profundos sentimientos paternales que hasta ese momento no habían existido; además la familiaridad del tema sobre el hombre arrepentido que trata de cubrir los baches del pasado buscando su redención, bordea peligrosamente con el melodrama.
Ahora bien, esta historia se hace potable, entre otras razones, por el afecto que el director-guionista tiene hacia sus personajes y el alto nivel que obtiene del desempeño de su elenco. En el rol central cabe distinguir la extraordinaria interpretación de Pacino; es uno de los auténticos autores de raza, donde resulta altamente grato observar sus gestos, movimientos, tono de voz y su forma expresiva de hablar; Beijing convence con su enorme simpatía y la forma en que su personaje interacciona con Danny a través de sabrosos diálogos. Del resto del elenco, se distingue ampliamente Plummer dando una vez más muestras que aún en un papel menor es el gran actor de siempre; dentro de lo que el guión les demanda tanto Cannavale como Garner salen airosos del paso y finalmente la niña Eisenberg es todo un hallazgo por la forma natural en que se desempeña donde ciertamente su forma rápida de hablar y moverse parecería que se está en presencia de una verdadera criatura hiperactiva. Otro de los factores que contribuye a realzar al film es el logrado soundtrack con las canciones de John Lennon donde siempre es motivo de deleite escuchar la maravillosa música y letra de “Imagine”.
Conclusión: Un relato pequeño, sincero y amable, que a pesar de sus limitaciones llega al corazón del espectador sobre todo presenciando la actuación del extraordinario y carismático Pacino. Jorge Gutman