Crónica de Jorge Gutman
ILS ÉTAIENT TOUS MES FILS – Autor: Arthur Miller — Dirección: Frédéric Dubois – Traducción: David Laurin — Elenco: Michel Dumont, Benoît McGinnis, Gary Bouldreault, Simon Dépot, Milène Leclerc, Xavier Loyer, Vincent-Guillaume Otis, Évelyne Rompré, Julie Roussel y Louise Turcot — Escenografía: Olivier Landreville — Vestuario: Linda Brunelle — Iluminación: André Rioux – Música: Pascal Robitaille. Duración: 1h 55 sin intervalo. Representaciones: Hasta el 5 de diciembre de 2015 en el Théâtre Duceppe (www.duceppe.com)
Hacer referencia a Arthur Miller es tener en cuenta a uno de los más extraordinarios dramaturgos del siglo pasado; eso es debido en gran parte por el sustancioso contenido que aportó en cada una de sus obras, siempre impregnadas de un profundo humanismo. Por lo tanto volver a presenciar su segunda pieza publicada en 1947, cuyo título original inglés es All My Sons, implica sumergirse en una profunda experiencia emocional.
Lo primero que se puede afirmar de esta gran producción ofrecida por la compañía Duceppe es que la acertada traducción realizada por David Laurin permite que Ils Étaient Tous Mes Fils retenga todo el espíritu de su versión original. Convertida en un clásico, los hechos que acontecen en esta obra concebida hace casi 7 décadas mantienen plena vigencia donde la visión humanista de su autor obliga al espectador a involucrarse de lleno en el debate moral que propone.
La acción transcurre en Estados Unidos, poco después de haber concluido la Segunda Guerra Mundial y en su comienzo se presencia una familia de buena posición económica que aparentemente es feliz; sin embargo, una sombra enluta al núcleo integrado por el industrial Joe Keller (Michel Dumont), su esposa Kate (Louise Turcot) y Christian (Benoît McGinnis), uno de los dos hijos adultos de la pareja. Acontece que Larry, el primogénito, desempeñándose como piloto de la aviación norteamericana ha desaparecido en la guerra. Si bien ese factor constituye un aspecto importante del relato, el otro nudo dramático que finalmente termina vinculándose con el anterior es la implicación de Keller junto con su asociado en la venta de partes defectuosas para aviones de caza B‑40 salidas de su fábrica que ocasionó la muerte de 21 pilotos americanos. Ambos hechos van generando en el desarrollo de la trama una serie de acontecimientos que desemboca en un camino sin retorno.
Miller aborda aquí tópicos trascendentes exponiendo las contradicciones del comportamiento humano con extraordinaria lucidez, donde al igual que llegó a expresarlo dos años después en Death of a Salesman refleja la utopia del sueño americano. Para realzar los valores de esta obra el director Frédéric Dubois reunió un elenco brillante encabezado por tres magníficos actores. Dumont no tiene desperdicio alguno caracterizando al patriarca familiar que trata vanamente de justificar su conducta inmoral por el hecho de haber querido “salvar a su familia”. Turcot brinda conmovedora vulnerabilidad como la madre que alienta esperanzas de que su hijo ausente está vivo y que como esposa sabe muy bien que su marido es culpable aunque se resista a admitirlo. Excelente es también el desempeño de McGinnis quien como el vástago viviente que idolatra a su padre reacciona con genuina rabia y amargura cuando la verdad llega a esclarecerse; así, el enfrentamiento final con Joe origina una de los momentos de mayor envergadura emocional. En los papeles secundarios Évelyne Rompré se destaca como la hija del socio de Joe que fuera novia de Larry y que ahora está unida sentimentalmente a su hermano. El resto del reparto se desempeña con completa convicción.
Al concluir la representación uno queda una vez más sorprendido al redescubrir la grandeza literaria de Miller que llega a sacudir al espectador porque siente completa empatía con la tragedia vivida por sus personajes. Todo ello, unido a la alta calidad de esta producción, permite que uno asista a una gratificante velada teatral.
Conclusión: Una producción altamente recomendable y sin reserva alguna.