SON OF SAUL (Saul Fia). Hungría, 2015. Un film de Lászlo Nemes.
En su primer largometraje el director húngaro Lászlo Nemes evidencia en Son of Saul una considerable madurez abordando el tema del Holocausto. A pesar del gran número de producciones vistas sobre este doloroso tópico, el relato de Clara Royer escrito con la colaboración del realizador demuestra que no todo está dicho sobre el mismo, existiendo aún material importante para ser explorado. Teniendo en cuenta que Nemes nació en 1977, poco más de tres décadas después de haber terminado el conflicto bélico donde parte de su familia fue asesinada en Auschwitz, es notable apreciar el impactante realismo que emplea para transmitir el horror de una época nefasta. Así, con profundidad inusual analiza hasta dónde llega el comportamiento humano en la aferrada lucha por la sobrevivencia frente a situaciones extremas.
El ficticio relato se concentra en Saul Ausländer (Geza Röhrig), un judío húngaro que en octubre de 1944 es uno de los miembros del Sonderkommando. Esta brigada especial está integrada por selectivos prisioneros judíos quienes aislados del resto del campo de concentración de Auschiwitz-Birkenau se encuentran forzados a colaborar en las tareas de exterminio de sus pares que implementa el régimen nazi; a cambio de dicha labor, ven extendidas sus vidas por algunos meses más porque a la postre también serán ejecutados. El trabajo de estos obreros de la muerte consiste en recibir a las víctimas que van llegando al lugar y escoltarlas a la cámara de gas; después de haber sido asfixiados, extraen sus cuerpos inertes, los incineran y finalmente esparcen las cenizas. La rutina de Saul se ve alterada cuando descubre que uno de los cadáveres que debe cremar es el de un chico al que él cree reconocer o quizás imaginar –nunca queda claro- como su hijo. Mientras que en el comando se está gestando una revuelta general, en medio del caos existente el consternado padre realiza una misión imposible; la misma consiste en evitar que el cuerpo de su hijo sea consumido por el fuego, encontrar un rabino que recite el “kadish” ‑plegaria principal de la religión judía para honrar a los muertos- y ofrecerle a continuación una digna sepultura.
Con cámara en mano otorgando a su relato un ritmo vertiginoso y febril, Nemes ha logrado un film de escaso diálogo y gran intensidad dramática; sin recurrir a sentimentalismo alguno, en lugar de exponer a las víctimas frente a las cámaras, el realizador sugiere lo que está aconteciendo, generando un clima de envolvente angustia. En su trabajo cuenta con el apoyo visual de la esmerada fotografía de Mátyás Erdély y los logrados efectos sonoros de Tamás Zányi donde predominan los murmullos, gritos, ruido de balas y las mezcladas conversaciones en off mantenidas por prisioneros y guardianes en varios idiomas.
Mención especial merece el trabajo de Röhrig quien prácticamente está presente a lo largo del film; este poeta húngaro que debuta como actor proyecta admirablemente la imagen de Saul, un hombre que alienado en lo que realiza e ignorando lo que acontece a su alrededor, llega a adquirir conciencia y rescatar la dimensión humana de su persona al tratar de de expiar su culpa frente al cadáver de su hijo.
A pesar de que en algunos momentos el relato se vuelve efectista, el film se distingue por su formal rigurosidad y distintivo estilo, a la vez que cala hondamente en el ánimo del espectador. En esencia, este tenso y perturbador drama que cuenta con un inteligente tratamiento cinematográfico es de visión obligada para los amantes del buen cine.
Jorge Gutman