El Gran Impostor

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

TAR­TUF­FE.  Tex­to: Moliè­re — Direc­ción: Denis Mar­leau con la cola­bo­ra­ción artís­ti­ca de Stépha­nie Jas­min – Elen­co: Carl Béchard, Benoît Briè­re, Anne-Marie Cadieux, Vio­let­te Chau­veau, Nico­las Dion­ne-Simard, Annie Éthier, Maxi­me Genois, Rachel Gra­ton, Denis Lava­lou, Bruno Mar­cil, Moni­que Miller, Jérȏ­me Miniè­re, Emma­nuel Sch­wartz — Esce­no­gra­fía: Max-Otto Fau­teux. — Ves­tua­rio: Michè­le Hamel – Ilu­mi­na­ción: Mar­tin Labrec­que – Músi­ca Ori­gi­nal y Ambien­ta­ción Sono­ra: Jérô­me Miniè­re – Dura­ción: 2 horas y 40 minu­tos (inclu­yen­do un entre­ac­to de 20 minu­tos). Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 22 de octu­bre de 2016 en el  Théâ­tre du Nou­veau Mon­de (www.tnm.qc.ca)

En su pri­me­ra pro­duc­ción para esta tem­po­ra­da el TNM pre­sen­ta Tar­tuf­fe, la muy cele­bra­da come­dia del inmor­tal Moliè­re. Esta obra pre­sen­ta­da por pri­me­ra vez en 1664 en Ver­sai­lles fue inme­dia­ta­men­te prohi­bi­da debi­do a la áci­da crí­ti­ca del autor de la socie­dad en que vivía con espe­cial refe­ren­cia al com­por­ta­mien­to hipó­cri­ta de la igle­sia cató­li­ca; para miti­gar ese impac­to, el dra­ma­tur­go efec­tuó algu­nas modi­fi­ca­cio­nes al tex­to a fin de que la pie­za pudie­ra estre­nar­se, lo que acon­te­ció en 1669 en el tea­tro Palais Royal de París.

Fun­da­men­tal­men­te el pro­pó­si­to de Moliè­re era demos­trar cómo fal­sos devo­tos de la reli­gión uti­li­zan­do el arte de la simu­la­ción podían mani­pu­lar a ter­ce­ros para poder en últi­ma ins­tan­cia apro­piar­se de sus bie­nes. Con el trans­cur­so del tiem­po, Tar­tuf­fe ha sido obje­to de varias ver­sio­nes y es así que casi 4 siglos des­pués es con­si­de­ra­da un clá­si­co de la lite­ra­tu­ra universal.

Denis Mar­leau deci­dió con la cola­bo­ra­ción de Stépha­nie Jas­min adap­tar la pie­za ubi­cán­do­la en Que­bec en 1969. Esa fecha está aso­cia­da con la Revo­lu­ción Tran­qui­la que había comen­za­do en la déca­da del 60 don­de uno de sus efec­tos ha sido la pér­di­da de influen­cia que tra­di­cio­nal­men­te ejer­cía la igle­sia en la pobla­ción de esta pro­vin­cia. Que­rien­do res­pe­tar ínte­gra­men­te el con­te­ni­do de la obra, el direc­tor recu­rre a los mis­mos per­so­na­jes de la ver­sión ori­gi­nal pero sin tener en cuen­ta que la socie­dad actual dis­ta de ase­me­jar­se al entorno social vivi­do por Molière.

Anne-Marie Cadieux y Emmanuel Schwartz (Foto de Yves Renaud)

Anne-Marie Cadieux y Emma­nuel Sch­wartz (Foto de Yves Renaud)

Es difí­cil ima­gi­nar que den­tro del núcleo fami­liar de fines de los años sesen­ta, Orgon (Benoît Briè­re), el jefe de una fami­lia bur­gue­sa que con cier­to auto­ri­ta­ris­mo mane­ja su hogar, haya invi­ta­do como hués­ped per­ma­nen­te a Tar­tuf­fe (Emma­nuel Sch­wartz), un impos­tor que valién­do­se de la reli­gión actúa como su guía espi­ri­tual domi­nan­do su volun­tad por com­ple­to; eso con­tri­bu­ye para que este far­san­te ten­ga en men­te casar­se con Maria­ne (Rachel Gra­ton), la hija del anfi­trión, y de este modo tener el cam­po libre para apro­piar­se de la for­tu­na fami­liar. A todo ello tam­bién pla­nea con­quis­tar a la bella Elmi­re (Anne-Marie Cadieux), la joven espo­sa en segun­das nup­cias de Orgon. A pesar de que su hijo Damis (Maxi­me Genis), Elmi­re y su her­mano Cléan­te (Carl Béchard) y la fiel cria­da Dori­ne (Vio­let­te Cha­veau) tra­tan de demos­trar a Orgon la impos­tu­ra de Tar­tuf­fe, el due­ño de casa se obs­ti­na en creer más al gran simu­la­dor que a los suyos.

Benoît Brière y Anne-Marie Cadieux (Foto de Yves Renaud)

Benoît Briè­re y Anne-Marie Cadieux (Foto de Yves Renaud)

La obser­va­ción pre­ce­den­te es la obje­ción mayor que mere­ce la ver­sión actual. Si se quie­re ubi­car la acción en la épo­ca actual, es nece­sa­rio cono­cer con más pre­ci­sión cuá­les son los moti­vos por los cua­les un hom­bre de carác­ter y deter­mi­na­ción como Orgon pue­de trans­for­mar­se en un ser com­ple­ta­men­te inge­nuo que cae en la tram­pa de un nefas­to mani­pu­la­dor; eso es lo que no que­da cla­ro en esta moder­na adaptación.

Lo más tras­ce­den­te de esta pro­duc­ción es su homo­gé­neo y cali­fi­ca­do elen­co. Sch­wartz en el papel pro­ta­gó­ni­co actúa de mara­vi­llas como el embau­ca­dor de apa­rien­cia tran­qui­la y apa­ci­ble cuya mali­cia y des­fa­cha­tez lo con­vier­ten en un per­so­na­je amo­ral­men­te repe­len­te. Es tam­bién remar­ca­ble la carac­te­ri­za­ción de Briè­re como el con­fia­do padre que se deja enga­tu­sar por un rec­tor de con­cien­cia; la esce­na en que como sumi­so pupi­lo se arro­di­lla fren­te al maquia­vé­li­co Tar­tuf­fe da lugar a uno de los momen­tos más gra­cio­sos de la pie­za. Al pro­pio tiem­po, habrá que dis­tin­guir las impe­ca­bles pres­ta­cio­nes de Cadieux y Chau­veau quie­nes en sus res­pec­ti­vos per­so­na­jes rea­li­za­rán lo impo­si­ble para des­en­mas­ca­rar al tram­po­so huésped.

Benoît Brière y Emmanuel Schwartz (Foto de Yves Renaud)

Benoît Briè­re y Emma­nuel Sch­wartz (Foto de Yves Renaud)

En otros aspec­tos la esce­no­gra­fía de Max Otto Fau­teux, el buen dise­ño de luces de Mar­tin Labrec­que y la ambien­ta­ción sono­ra musi­cal de Jérô­me Miniè­re se ajus­tan ade­cua­da­men­te a los reque­ri­mien­tos del relato.

En esen­cia, hacien­do abs­trac­ción de la épo­ca en que trans­cu­rre el públi­co tie­ne la opor­tu­ni­dad de asis­tir a un deco­ro­so y entre­te­ni­do espec­tácu­lo con una obra que sar­cás­ti­ca­men­te cri­ti­ca el enga­ño, el abu­so de con­fian­za y la hipo­cre­sía humana.