TONI ERDMANN. Alemania-Austria, 2016. Un film escrito y dirigido por Maren Ade
Con el buen antecedente de haber obtenido el Oso de Plata y el premio a la mejor actriz (Birgit Minichmayr) en el Festival de Berlín de 2009 con Everyone Else en un drama que narra magníficamente la desintegración en las relaciones de una pareja, la directora Maren reafirma su madurez de gran cineasta en Toni Erdmann abordando un género completamente diferente. Analizando la relación existente entre un padre y su hija adulta, la directora brinda una comedia brillante que a pesar de su duración que se prolonga poco más de dos horas y media logra divertir saludablemente, tal como lo reconocieron los críticos en el último festival de Cannes donde obtuvo el premio de la FIPRESCI.
La historia concebida por Ade se centra en dos personajes. Uno de ellos es Winfried (Peter Simonischek), un excéntrico músico jubilado divorciado que vive en Alemania; el otro personaje es Ines (Sandra Hüller), su hija que es una joven altamente adicta a su trabajo; para evitar que su empleo la aliene y pueda convertirse en una persona más humanizada, Winfried deja Alemania para dirigirse a Bucarest donde ella trabaja como consultora de una importante empresa internacional; es allí donde asume un personaje ficticio con el nombre de Tony Erdmann y a partir de ese momento comienza a jugarle a Ines varias bromas pesada” donde a la postre llegará a consolidarse una relación más íntima y personal entre los dos.
A través de situaciones imposibles de predecir, este hilarante film contiene algunos momentos impagables de gracia que han motivado que durante la exhibición de prensa realizada en el Festival de Cannes el público aplaudiera fuertemente en dos oportunidades; una de las mismas es cuando en una fiesta padre e hija espontáneamente entonan una canción de Whitney Houston; la otra es cuando la joven improvisa una fiesta donde los invitados deben llegar sin ropa alguna.
Si bien la historia de Ade nunca pierde interés por la forma fluida en que está narrada y por la incomparable gracia que destila, no menos importante es la valiosa contribución realizada por las excelentes interpretaciones de sus dos protagonistas. Simonischek se adueña de la simpatía del público como el insólto y despreocupado bromista, en tanto que Hüller igualmente impresiona favorablemente como la fría y distante hija que envuelta por completo en sus ocupaciones es reacia a mantener una mejor relación con su padre.
Más allá del contagioso efecto reidero que exuda esta adorable y absurda comedia se percibe un claro mensaje de la realizadora sobre la necesidad de revitalizar los valores humanos para permitir que éstos prevalezcan en la comunicación social porque en última instancia es uno de los factores que dan sentido a la vida. Jorge Gutman