Crónica de Jorge Gutman
MONSIEUR IBRAHIM ET LES FLEURS DU CORAN. – Autor e Intérprete: Eric-Emmanuel Schmitt – Dirección: Anne Bourgeois — Representaciones: Hasta el 4 de Marzo de 2017 en el Théâtre du Nouveau Monde (www.tnm.qc.ca)
Aunque en 1999, año en que la novela ha sido concebida, no podía hablarse de la islamofobia que rige hoy día, pareciera como si hubiese sido escrita en 2017. En el mundo lamentablemente violento en que se vive actualmente, en donde el odio conjugado con la ignorancia motiva a que resulte sospechosa la gente que profesa la religión musulmana, el texto de Eric-Emmanuel Schmitt cobra total vigencia; así es encomiable su mensaje de paz, respeto y aceptación de la fe emergente de las diferentes religiones existentes en nuestra civilización.
Si bien la pieza del prolífico autor ya fue trasladada exitosamente al cine en 2003 en un film dirigido por François Dupeyron, aunque ya había sido representada en Montreal, recién ahora es que el que suscribe estas líneas ha tenido la oportunidad de juzgarla en una actuación unipersonal del propio escritor que se está representando en el escenario del TNM.
Como bien Schmitt lo manifiesta, él es la fuente de la obra que interpreta donde no tiene más que abrir su pequeño teatro interior para que sus personajes salgan a relucir. Efectivamente, la actuación suya no puede ser más natural y emotiva al transmitir en primera persona las vivencias de uno de los dos personajes principales y a su vez caracterizar al resto que lo circunda.
Schmitt anima al adulto Mosés quien pasa revista a su vida infantil. Sus recuerdos se remontan a la ciudad de París, en la década del 60 cuando como un niño judío de 12 años de edad vive en un barrio humilde con un padre que está ausente la mayor parte del día y de quien no recibe mucho afecto; tampoco cuenta con su madre que lo abandonó. Esa carencia afectiva será suplida por Monsieur Ibrahim, un alma noble de fe musulmana que es dueño de una pequeña tienda de comestibles y que rebautiza al chico con el nombre de Momo.
Las frecuentes visitas del menor al negocio de Ibrahim van cimentando una profunda relación de cariño entre ambos, donde Momo verá en su amigo a un progenitor sustituto que lo va educando con sus sabias lecciones y reflexiones filosóficas existenciales. A pesar de pertenecer a dos concepciones religiosas diferentes, las enseñanzas que el maduro mahometano sufista inculca a Momo habrán de nutrirlo con los principios morales del Corán más allá de cualquier connotación ideológica. El contenido de la obra se complementa con algunos episodios secundarios; entre los mismos se encuentra el entusiasmo de Momo cuando Brigitte Bardot llega a su barrio para filmar unas escenas de una película de Jean Luc Godard (El Desprecio), agregándole una nota distintiva al contexto global del relato.
En un tour de force de casi dos horas de duración sin intervalo, el notable dramaturgo demuestra ser un consumado actor al mantener constantemente la atención de la audiencia transmitiendo convincentemente las diferentes emociones que emanan de los personajes por él concebidos. Al concluir la representación queda en el ánimo del espectador la satisfacción de haber sido testigo de un relato cálido, humano y profundamente espiritual.
Dentro del triste marco vivido en las últimas semanas con el brutal atentado a una mezquita en la ciudad de Quebec, la representación de esta obra no puede resultar más oportuna al pregonar la solidaridad, el amor y la tolerancia religiosa. Al salir de la sala después de la representación uno se pregunta si sería mucho anhelar que todos los hombres del mundo se comportaran como Monsieur Ibrahim. Esperemos que este utópico deseo algún día pueda convertirse en realidad.