A la Deriva

ADRIFT. Esta­dos Uni­dos, 2018. Un film de Bal­ta­sar Kormákur

La super­vi­ven­cia y la bata­lla del ser humano enfren­tan­do a la natu­ra­le­za es lo que tra­ta Adrift, una odi­sea de la vida real basa­da en el vía cru­cis sufri­do por Tami Oldham Ash­craft jun­to con su novio Richard Sharp nave­gan­do en alta mar.

Sam Caflin y Shai­le­ne Woodley

El rela­to que trans­cu­rre en 1983 enfo­ca en su pri­me­ra ima­gen a Tami (Shai­le­ne Wood­ley) reco­bran­do con­cien­cia des­pués de que una fuer­te tem­pes­tad en alta mar embis­tió al yate en que se encon­tra­ba con Richard (Sam Caflin). Un pri­mer flash­back retro­trae la acción 5 meses antes don­de se ve a la joven de 23 años, quien sedien­ta de nue­vas expe­rien­cias, ha deja­do su ciu­dad natal de San Die­go para reco­rrer el mun­do sin un des­tino fijo, En el para­di­sía­co para­je cono­ce a Richard, un nave­gan­te bri­tá­ni­co nue­ve años mayor que ella quien es un apa­sio­na­do del mar. La cone­xión entre ambos es inme­dia­ta dan­do como resul­ta­do un apa­sio­na­do amor. Quie­re la casua­li­dad que Richard encuen­tre a una pare­ja de ami­gos de exce­len­te situa­ción eco­nó­mi­ca que les ofre­ce una suma de 10.000 dóla­res y dos bille­tes aéreos de pri­me­ra cla­se a cam­bio de pilo­tar el lujo­so yate que les per­te­ne­ce has­ta San Diego.

Acep­ta­da la pro­pues­ta, comien­za lo que supo­ne ser un pla­cen­te­ro via­je a tra­vés del Pací­fi­co don­de en su trans­cur­so el román­ti­co Richard le pro­po­ne matri­mo­nio a su feliz ama­da. La dicha se inte­rrum­pe cuan­do un hura­cán arre­cia devas­ta­do­ra­men­te. Vol­vien­do a la pri­me­ra esce­na del rela­to, una deses­pe­ra­da Tami des­cu­bre que su novio no se encuen­tra en la embar­ca­ción sino que ha sido expul­sa­do hacia las aguas oceá­ni­cas debi­do al impac­to pro­du­ci­do por la tem­pes­tad. Es ahí, don­de ella se lan­za al mar y rea­li­za un tre­men­do esfuer­zo para car­gar a Richard y subir­lo a la nave, sobre todo por­que se encuen­tra con sus cos­ti­llas que­bra­das ade­más de tener una pier­na gra­ve­men­te heri­da. Sobre­vie­ne la eta­pa más dura para esta joven al tener que repa­rar el yate, tra­tan­do de curar a su novio, preo­cu­par­se por ali­men­tar­lo y ali­men­tar­se ella mis­ma con la comi­da que aún res­ta en el vele­ro, ade­más de vivir en la deses­pe­ra­ción al no vis­lum­brar en el hori­zon­te la posi­bi­li­dad de ayu­da algu­na; el dra­ma se acre­cien­ta en la medi­da que Richard se va agra­van­do con su pier­na infec­ta­da que ter­mi­na gan­gre­nán­do­se. La angus­tio­sa sen­sa­ción de encon­trar­se a la deri­va se pro­lon­ga­rá por espa­cio de 41 días has­ta que Tami final­men­te es res­ca­ta­da por una tri­pu­la­ción al paso.

El film basa­do en el libro de Ash­craft y Susea McGearhart tenía toda la poten­cia para lle­gar a inte­re­sar fuer­te­men­te, sobre todo por tra­tar­se de un caso real, pero tal como está pre­sen­ta­do no es así. A dife­ren­cia de lo que el direc­tor y guio­nis­ta J. C. Chan­dor lo logró abor­dan­do un tema simi­lar en All is Lost (2013) con la actua­ción exclu­si­va de Robert Red­ford don­de una his­to­ria de fic­ción adquie­re máxi­mo rea­lis­mo, aquí el efec­to es pre­ci­sa­men­te inver­so. El dra­ma de esta his­to­ria verí­di­ca se dilu­ye por la narra­ción no cro­no­ló­gi­ca adop­ta­da por el direc­tor Bal­ta­sar Kor­má­kur; resul­ta difí­cil com­pe­ne­trar­se de lleno con sus dos per­so­na­jes en la medi­da que cada dos a tres minu­tos, su acción inne­ce­sa­ria­men­te se des­pla­za del pre­sen­te al pasa­do vol­vien­do al pre­sen­te, retor­nan­do hacia atrás y así suce­si­va­men­te; no se exa­ge­ra en afir­mar que en los 95 minu­tos de dura­ción hay por lo menos 20 idas y vuel­tas com­ple­ta­men­te super­fluas. A todo ello, hay esce­nas que se tor­nan infun­da­da­men­te repe­ti­ti­vas, como las que trans­cu­rren des­de el pri­mer día de pro­du­ci­do el acci­den­te has­ta el momen­to final.

De todos modos, que­da como resul­ta­do una his­to­ria que a pesar de su débil expo­si­ción está muy bien fil­ma­da, cap­tan­do el pin­to­res­quis­mo de algu­nas de sus esce­nas y sobre todo enfo­can­do la mag­né­ti­ca y pode­ro­sa fuer­za del océano. Las inter­pre­ta­cio­nes de los dos acto­res son bue­nas, exudan­do cali­dez en la medi­da que el rela­to les per­mi­te hacer­lo; en todo caso, cabe dis­tin­guir la pres­ta­ción de Wood­ley que trans­mi­te con inten­si­dad el des­am­pa­ro de Tami con su novio ago­ni­zan­do a la vez que tra­tan­do de sobre­vi­vir a los capri­chos del destino.

Dicho lo que ante­ce­de, este film se deja ver pero sin alcan­zar la reso­nan­cia nece­sa­ria como para ser recor­da­do. Jor­ge Gutman

Con­fu­sos Fantasmas

LES FAN­TO­MES D’IS­MAEL / ISMAE­L’S GHOSTS. Fran­cia, 2017. Un film de Arnaud Desplechin

De tan­to en tan­to sue­le ocu­rrir que impor­tan­tes direc­to­res tro­pie­cen en su camino. Ése es el caso del vete­rano rea­li­za­dor Arnaud Des­ple­chin quien con­tan­do con una muy bue­na fil­mo­gra­fía a su favor, en este caso Les Fan­tô­mes d’Is­mael no satis­fa­ce las expec­ta­ti­vas aguar­da­das. Entre­mez­clan­do varios temas expues­tos de mane­ra con­fu­sa y des­igual, el rela­to se tor­na incohe­ren­te a la vez que frustrante.

Marion Coti­llard y Char­lot­te Gainsbourg

La entre­ve­ra­da tra­ma urdi­da por Des­ple­chin, Julie Peyr y Léa Mysius se cen­tra en Ismael (Mathieu Amalric) quien es un cineas­ta que está rea­li­zan­do una pelí­cu­la de espio­na­je basa­da en su her­mano Ivan Deda­lus (Louis Garrel) que ofi­cial­men­te se desem­pe­ña como diplo­má­ti­co aun­que se cree que pue­de ser espía. En el ámbi­to per­so­nal, Ismael ha sufri­do la des­apa­ri­ción de su espo­sa Car­lot­ta (Marion Coti­llard), acon­te­ci­da hace dos déca­das y que tiem­po des­pués fue decla­ra­da muer­ta. Tras una serie de des­en­cuen­tros amo­ro­sos que han ido jalo­nan­do su exis­ten­cia, aho­ra recons­tru­ye su vida sen­ti­men­tal con Syl­via (Char­lot­te Gains­bourg), una astrofísica.

El nudo dra­má­ti­co del film se pro­du­ce cuan­do inex­pli­ca­ble­men­te Car­lot­ta reapa­re­ce como si nada hubie­ra pasa­do. Nada se sabe qué es lo que moti­vó su ausen­cia, qué le suce­dió duran­te los últi­mos 20 años, como tam­bién se igno­ra cuá­les son las inten­cio­nes que alber­ga con su retorno. De este modo, que­da plan­tea­do un trián­gu­lo sen­ti­men­tal don­de Syl­via debe com­par­tir su pare­ja con un fan­tas­ma del pasa­do. ¿Pero real­men­te Car­lot­ta ha regre­sa­do como se la ve en pan­ta­lla o es qui­zá pro­duc­to de la ima­gi­na­ción de Ismael? Sin la inge­nio­si­dad que Hitch­cock emplea­ra en su obra maes­tra Ver­ti­go, cual­quier com­pa­ra­ción en tal sen­ti­do resul­ta fútil; tal como el rela­to es ilus­tra­do no exis­te inda­ga­ción psi­co­ló­gi­ca algu­na que per­mi­ta invo­lu­crar­se en la pro­ble­má­ti­ca de Ismael como tam­po­co en la de los otros dos per­so­na­jes feme­ni­nos. A todo ello, a fin de ali­men­tar aún más el des­con­cier­to del rela­to, la pelí­cu­la que se rue­da den­tro del film no ter­mi­na de inser­tar­se ade­cua­da­men­te, gene­ran­do un inco­ne­xo rompecabezas.

La actua­ción del trío pro­ta­gó­ni­co es bue­na. Tan­to Coti­llard, como Amalric y Gains­bourg reafir­man una vez más sus exce­len­tes con­di­cio­nes inter­pre­ta­ti­vas cum­plien­do con lo que el guión les deman­da, aun­que sin poder supe­rar las limi­ta­cio­nes del mismo.
Jor­ge Gutman

El Clá­si­co Ballet de Délibes

COP­PÉ­LIA

Nue­va­men­te el públi­co cana­dien­se podrá asis­tir a otra gran pro­duc­ción del Ballet Bolshoi. Clau­su­ran­do la sép­ti­ma tem­po­ra­da de trans­mi­sio­nes direc­ta­men­te des­de Mos­cú, la pres­ti­gio­sa com­pa­ñía ofre­ce­rá Cop­pé­lia, el ballet más clá­si­co de Fran­cia. Esta obra fue estre­na­da en mayo de 1870 en la Ópe­ra de París y a lo lar­go del tiem­po ha sido repre­sen­ta­do por las más impor­tan­tes com­pa­ñías de dan­za del mun­do inclu­yen­do la del Bolshoi.

(Foto: Ballet Bolshoi)

Resul­ta fácil com­pren­der las razo­nes que asis­ten para que este ballet man­ten­ga su vigen­cia y el favor del públi­co inter­na­cio­nal, inclu­yen­do adul­tos y niños. En pri­mer lugar se encuen­tra la melo­dio­sa músi­ca de Leo Déli­bes que audi­ti­va­men­te pre­dis­po­ne favo­ra­ble­men­te; en segun­do tér­mino el suce­so se debe a la his­to­ria esbo­za­da en el libre­to de Char­les Nuit­ter y Arthur Saint-Leon basa­do en el cuen­to “Der Sand­mann” de Ernst Theo­do­re Ama­deus Hoff­mann, don­de su roman­ti­cis­mo se fun­de mag­ní­fi­ca­men­te con el háli­to de fan­ta­sía que del mis­mo se desprende.

(Foto: Ballet Bolshoi)

A pro­pó­si­to de su argu­men­to, la tra­ma sigue las andan­zas del Doc­tor Cop­pé­lius, un inven­tor mis­te­rio­so que ha idea­do una muñe­ca dan­zan­te de tama­ño real. Tal es así que el joven pue­ble­rino Franz se ena­mo­ra per­di­da­men­te de ella dejan­do de lado a su novia Swanhil­da. Des­pe­cha­da por la acti­tud de Franz y en un esta­do de furia, ella deci­de pene­trar secre­ta­men­te en el taller de Cop­pé­lius para deter­mi­nar quién es su rival; allí se sor­pren­de­rá al des­cu­brir un lugar pobla­do de secre­tos y encan­tos. Para quie­nes no hayan vis­to este ballet es mejor no pro­se­guir rela­tan­do sobre lo que acon­te­ce des­pués, pero en todo caso lo impor­tan­te es que su repre­sen­ta­ción cuen­te con una bue­na coreo­gra­fía y un efi­cien­te cuer­po de bai­la­ri­nes; eso es pre­ci­sa­men­te lo que carac­te­ri­za al pres­ti­gio­so con­jun­to de dan­za del Bolshoi.

(Foto: Ballet Bolshoi)

La coreo­gra­fía es de Ser­gei Vikha­rev basa­da en la ori­gi­nal de Marius Peti­pa y Enri­co Cec­chet­ti. El dise­ño del ves­tua­rio es de Tat­ya­na Nogi­no­va y la ilu­mi­na­ción de Damir Isma­gi­lov. Para esta pre­sen­ta­ción la Orques­ta Sin­fó­ni­ca del Tea­tro Bolshoi será diri­gi­da por el maes­tro Igor Dro­nov y ten­drá como prin­ci­pal bai­la­rín a Ser­gei Vikha­rev quien será acom­pa­ña­do por el cuer­po de ballet de la compañía.

La repre­sen­ta­ción de Cop­pé­lia de 2h40 de dura­ción tie­ne dos entre­ac­tos y será trans­mi­ti­da el domin­go 10 de junio de 2018. Para infor­ma­ción sobre los cines par­ti­ci­pan­tes de Cana­dá y los hora­rios loca­les res­pec­ti­vos pre­sio­ne aquí 

Mag­ní­fi­ca Adap­ta­ción de La Gaviota

THE SEA­GULL. Esta­dos Uni­dos, 2018. Un film de Michael Mayer

Entre las obras maes­tras del céle­bre escri­tor ruso Anton Ché­jov se encuen­tra The Sea­gull (“La Gavio­ta”), escri­ta en 1896 y repre­sen­ta­da en los esce­na­rios de los dife­ren­tes rin­co­nes del mun­do. El cine ame­ri­cano la adap­tó en 1968 por par­te del direc­tor Sid­ney Lumet y aho­ra nue­va­men­te ha sido con­si­de­ra­da por el rea­li­za­dor Michael Mayer. Afor­tu­na­da­men­te tan­to los aman­tes de la lite­ra­tu­ra che­jo­via­na como quie­nes han vis­to la ori­gi­nal ver­sión tea­tral no se sen­ti­rán de modo alguno defrau­da­dos con esta mag­ní­fi­ca adap­ta­ción cinematográfica.

Annet­te Bening

Mayer y el guio­nis­ta Stephen Karam han logra­do que el film disi­mu­le su ori­gen tea­tral sin­te­ti­zan­do su con­te­ni­do en poco más de una hora y media de dura­ción, a tra­vés de una narra­ción flui­da que en todo momen­to res­pe­ta el espí­ri­tu de la tra­gi­co­me­dia con­ce­bi­da por su autor. En esen­cia la tra­ma que trans­cu­rre duran­te los últi­mos años del zaris­mo se cen­tra en las inci­den­cias román­ti­cas de amo­res no corres­pon­di­dos. como tam­bién refle­ja las vici­si­tu­des artís­ti­cas de algu­nos de sus personajes.

Iri­na Arka­di­na (Annet­te Bening) es una cele­bra­da diva tea­tral, muy cen­tra­da en sí mis­ma y vani­do­sa por aña­di­du­ra. Des­pués de una exi­to­sa repre­sen­ta­ción en Mos­cú efec­túa una visi­ta a la man­sión cam­pes­tre de su dis­ca­pa­ci­ta­do y ave­jen­ta­do her­mano Sorin (Brian Den­nehy); es allí don­de están reu­ni­dos los res­tan­tes per­so­na­jes de esta his­to­ria. Entre los mis­mos se encuen­tra Kons­tan­tin (Billy How­le), el hijo de Iri­na, quien es un poten­cial dra­ma­tur­go des­es­ti­ma­do por su madre; él ama a la inge­nua Nina (Saoir­se Ronan), la hija de un rico terra­te­nien­te, quien es una aspi­ran­te a actriz; el roman­ce entre los jóve­nes se ve obs­ta­cu­li­za­do fren­te a la pre­sen­cia de Tri­go­rin (Corey Stoll), un afa­ble escri­tor que es aman­te de Iri­na pero que logra con­quis­tar a Nina. En esa cade­na de amo­res con­tra­ria­dos se verá que Masha (Eli­sa­beth Moss), la hija del encar­ga­do (Glenn Flesh­ler) de admi­nis­trar la man­sión de Sorin, se encuen­tra atraí­da por Kons­ta­tin recha­zan­do de este modo el cor­te­jo del maes­tro local Med­ve­den­ko (Michael Zegen) por­que ella se encuen­tra atraí­da por Kons­tan­tin. La rue­da sen­ti­men­tal sigue su cur­so cuan­do se apre­cia que Poli­na (Mare Win­ningham) ‑la madre de Masha- está ena­mo­ra­da del médi­co local (Jon Ten­ney) que por su par­te lan­gui­de­ce por Iri­na con quien años atrás él man­tu­vo amo­ríos. Mayer ha logra­do con­ser­var el cli­ma inti­mis­ta y nos­tál­gi­co que exuda la obra de Che­jov don­de las ten­sio­nes gene­ra­das por los sen­ti­mien­tos no corres­pon­di­dos de este gru­po humano se van mani­fes­tan­do a tra­vés de la dife­ren­te gama de emo­cio­nes inter­nas expe­ri­men­ta­das por cada uno de sus inte­gran­tes. Ade­más de la exce­len­te des­crip­ción de cada uno de los dife­ren­tes carac­te­res, el rea­li­za­dor ha logra­do reu­nir un remar­ca­ble con­jun­to de acto­res que viven ple­na­men­te sus roles, con espe­cial men­ción de Annet­te Bening y Saoir­se Ronan quie­nes des­lum­bran en los pape­les protagónicos.

En suma, he aquí una muy bue­na ver­sión de la cono­ci­da pie­za de Che­jov per­mi­tien­do que el espec­ta­dor selec­ti­vo encuen­tre en la mis­ma un film de cali­dad alta­men­te gra­ti­fi­can­te. Jor­ge Gutman

La Gran Dama de la Justicia

RBG. Esta­dos Uni­dos, 2018. Un film diri­gi­do y pro­du­ci­do por Betsy West y Julie Cohen

¡Qué pla­cer y emo­ción cau­sa ver este docu­men­tal! Aun­que fue rea­li­za­do con ante­rio­ri­dad al movi­mien­to que sur­gió valo­ri­zan­do la con­di­ción feme­ni­na debi­do al lamen­ta­ble caso Weins­tein, este film no pue­de ser más opor­tuno al resal­tar la per­so­na­li­dad de Ruth Bader Gins­burg, cari­ño­sa­men­te bau­ti­za­da RBG. A los 85 años de edad, inte­gran­do la Cor­te Supre­ma de Jus­ti­cia de los Esta­dos Uni­dos, demues­tra una vita­li­dad a toda prue­ba y no está dis­pues­ta a resig­nar su car­go mien­tras siga estan­do en for­ma para cum­plir con com­ple­ta sol­ven­cia sus fun­cio­nes como has­ta el pre­sen­te lo ha esta­do realizando.

Ruth Bader Ginsburg

Betsy West y Julie Cohen han logra­do un exce­len­te docu­men­tal per­mi­tien­do que la audien­cia pue­da cono­cer minu­cio­sos deta­lles de un ser que se ha trans­for­ma­do en un ícono popu­lar de la cul­tu­ra ame­ri­ca­na. Para tal pro­pó­si­to ha sido muy impor­tan­te la cola­bo­ra­ción pres­ta­da por su pro­ta­go­nis­ta como así tam­bién por varias cabe­zas par­lan­tes inclu­yen­do a varios inte­gran­tes de su fami­lia cer­ca­na, ami­gos, cole­gas como así tam­bién al pre­si­den­te Bill Clinton.

A tra­vés de la insig­ne jue­za se lle­ga a saber que cuan­do con­clu­yó sus estu­dios de ense­ñan­za media, su madre le incul­có que como bue­na dama supie­ra con­tro­lar sus emo­cio­nes, como así tam­bién que man­tu­vie­ra su inde­pen­den­cia en el sen­ti­do de ser auto­su­fi­cien­te sin impor­tar con quien pudie­ra unir su vida futu­ra. Y vaya si ha sabi­do apli­car sus consejos.

https://www.youtube.com/watch?v=btcpG9APacU

A los 17 años de edad comien­za sus estu­dios uni­ver­si­ta­rios en la Uni­ver­si­dad de Cor­nell en Itha­ca, Nue­va York; en ese medio cono­ce a quien sería el ama­do hom­bre de su vida, Marty Gins­burg, un año mayor que ella, con quien con­vi­vi­ría duran­te 56 años en ple­na feli­ci­dad con­yu­gal y con dos hijos, con­for­man­do de este modo una her­mo­sa familia.

En tal sen­ti­do, es impor­tan­te des­ta­car cómo la gene­ro­si­dad de un hom­bre pue­de con­tri­buir a real­zar los valo­res excep­cio­na­les de una mujer. Eso ha sido Marty; así, cuan­do Ruth es nom­bra­da por el pre­si­den­te Car­ter para inte­grar la Cor­te de Ape­la­cio­nes del cir­cui­to de D.C, él deja su aso­cia­ción com­par­ti­da en un bufe­te de abo­ga­dos para seguir­la a ella en el lugar don­de debe des­en­vol­ver­se. La nie­ta Cla­ra Spe­ra hace refe­ren­cia a las car­tas que su abue­lo reco­gió de los admi­ra­do­res de Ruth en oca­sión de cele­brar su quin­cua­gé­si­mo ani­ver­sa­rio en 1983 para for­mar par­te de un libro de recor­tes a ella dedi­ca­do. Años des­pués él sería el motor que impul­sa­ría la pro­mo­ción de su espo­sa a fin de que el pre­si­den­te Clin­ton, reco­no­cien­do sus méri­tos la desig­na­ra en 1993 como miem­bro inte­gran­te de la Cor­te Supre­ma de Jus­ti­cia, que dicho sea de paso ha sido la segun­da mujer en la his­to­ria de los Esta­dos Uni­dos en ocu­par tal alto ran­go des­pués de San­dra Day O’Con­nor en 1981. Ruth es amplia­men­te reco­no­ci­da de lo que su espo­so hizo por ella mani­fes­tan­do que haber cono­ci­do a Marty fue lo más afor­tu­na­do que acon­te­ció en su vida; de allí que no resul­ta extra­ño el dolor que le pro­du­jo su muer­te en 2010 y que a pesar de todo, due­ña de una for­ta­le­za a toda prue­ba, siguió ade­lan­te sin que el tris­te suce­so empa­ña­ra su trabajo.

Entre los tes­ti­mo­nios se encuen­tran el de sus hijos Jane y James, recor­dan­do anéc­do­tas de su infan­cia rela­ti­vas a su madre; igual­men­te se asis­te a las mani­fes­ta­cio­nes elo­gio­sas ver­ti­das por quie­nes la han cono­ci­do inclu­yen­do las de aque­llas per­so­nas que ideo­ló­gi­ca­men­te han disen­ti­do con su posi­ción libe­ral, como ha sido el caso del con­ser­va­dor juez y cole­ga Anto­nin Scalia.

El film se nutre de varias anéc­do­tas, todas ellas muy bien ensam­bla­das, y que en con­jun­to tras­cien­den la figu­ra de una mujer que afron­tó estoi­ca­men­te la miso­gi­nia, luchó por los dere­chos igua­li­ta­rios de la mujer a fin de eli­mi­nar la dis­cri­mi­na­ción basa­da en el sexo y que con inma­cu­la­da inte­gri­dad tra­tó de adop­tar deci­sio­nes que se atu­vie­ran al estric­to sen­ti­do de justicia.

Rea­li­za­do de mane­ra clá­si­ca, este remar­ca­ble docu­men­tal es un bello tri­bu­to a esta extra­or­di­na­ria mujer, ver­da­de­ro sím­bo­lo del femi­nis­mo. ¡Qué Dios la siga ben­di­cien­do en el sabio cum­pli­mien­to de sus altas fun­cio­nes! Jor­ge Gutman