PÁJAROS DE VERANO. Colombia-México-Dinamarca-Francia, 2018. Un film de Ciro Guerra y Cristina Gallego.
Después del suceso artístico de El Abrazo de la Serpiente (2015) que fuera nominado al Oscar como mejor film de habla no inglesa, Ciro Guerra confirma sus condiciones de buen realizador con Pájaros de Verano. En este ambicioso drama etnológico, donde Cristina Gallego es la co-realizadora, se aborda la génesis del narcotráfico en Colombia.
La película dialogada en parte en idioma indígena con diferentes dialectos, está ambientada en los años 70 en La Guajira — en el norte de Colombia, cerca de la frontera venezolana, centralizando su atención en el pueblo wayú, integrado por los aborígenes de esa región. Ilustrando el modo de vida, prácticas rituales y supersticiones de esa población, en las primeras imágenes se asiste a la transición hacia el mundo adulto de Zaida (Natalia Reyes), cuya madre Ursula (Carmiña Martínez), es una mujer de fuerte temperamento y matriarca de la comunidad.
Zaida logra generar una fuerte atracción en Rapayet (José Acosta), un empobrecido cortejante que para lograr la dote necesaria a fin de solicitar su mano vislumbra la posibilidad de participar en un buen negocio. Al entrar en contacto con voluntarios de los Cuerpos de Paz de Estados Unidos, Rapayet ‑sin dejar de lado sus tradiciones familiares– se dedica a vender marihuana a los americanos, a través de los cultivos que realiza un clan indígena vecino; así, a medida que el negocio le rinde suculentos ingresos decide expandir esa actividad con su buen amigo Moisés (Jhon Narvaez),
De allí en más, el guión de María Camila Arias y Jacques Toulemonde Vidal ilustra cómo el beneficio producido por el tráfico de drogas hacia Estados Unidos y el poder que eso genera conduce a un enfrentamiento violento entre las diferentes tribus locales haciendo peligrar sus vidas, arrasando las tradiciones y su cultura. En esencia, el film refleja el contraste entre un mundo antiguo tradicional de carácter espiritual y otro moderno donde impera la codicia del materialismo.
Apelando en ciertas instancias a un mágico realismo, tal como García Márquez lo concibiera en su remarcable literatura de América Latina, Guerra y Gallego han logrado un fascinante western autóctono enriquecido por las naturales actuaciones de su elenco, la resplandeciente fotografía de David Gallego y la muy buena música del compositor Leonardo Heiblum mediante instrumentos relacionados con la cultura indígena. Jorge Gutman