THE DEAD DON’T DIE. Estados Unidos, 2019. Un film escrito y dirigido por Jim Jarmush
Después de la excelencia de Paterson causa perplejidad a la vez que desencanto contemplar The Dead Don’t Die, la reciente realización de Jim Jarmush. Incursionando en el tema de los zombies, el relato dista de ser entretenido y menos aún asustar.

Bill Murray y Adam Driver
La historia concebida por Jarmush transcurre en Centreville, un apacible poblado de 738 habitantes, donde repentinamente ciertas irregularidades comienzan a detectarse y que aparentemente tendrían su explicación en un desplazamiento del eje de la tierra. Los primeros en percibir estos cambios son el imperturbable jefe de policía Cliff Robertson (Bill Murray) y su fiel colaborador Ronnie Peterson (Adam Driver), quienes notan, entre otras rarezas, la demora en la puesta del sol así como la corriente eléctrica, los teléfonos y la radio no funcionan de manera normal; frente a ese panorama Ronnie presagia a su jefe que lo que están presenciando no podrá concluir bien.
El relato cobra impulso cuando en el cementerio local emergen de sus tumbas los muertos quienes en su azaroso deambular comienzan a atacar a los vivientes comiendo carne humana y sembrando el consiguiente pánico. A todo ello pareciera que el único personaje libre de ser perseguido es un curioso ermitaño (Tom Waits) quien logra evitar la atención de los antropófagos visitantes. Frente a tal invasión, los moradores tratarán de defenderse cortando la cabeza de los invasores.
El film resulta extremadamente episódico donde para rellenar el metraje de una trama prácticamente inexistente el guión introduce a algunos de los residentes de la aldea, incluyendo entre otros a Mildi Morrison (Chloé Sevigny), la tercera funcionaria policial, el anciano negro Hank (Danny Glover), el empedernido racista Farmer Miller (Steve Buscemi), el gerente de un motel (Larry Fassenden) y en especial la presencia de la escocesa Zelda Winston (Tilda Swinton), quien valiéndose de su espada samurái es la experta en decapitar zombies.
Es difícil determinar lo que Jarmusch trató de ofrecer con este absurdo relato; si acaso se propuso ofrecer una alegoría sobre el apocalipsis de la violencia que envuelve al mundo actual, esa intención está lejos de haber sido concretada. Sin la eficacia de una comedia negra ni la tensión que requiere un buen relato de horror, el film solo se distingue por escasas situaciones graciosas suministradas por Murray, Driver y Swinton.
En suma, ésta es una película insulsa y muy debajo del nivel de calidad de otros filmes de zombies como lo es por ejemplo Night of the Living Dead (1968) de George Romero, uno de los indiscutidos maestros del género. Jorge Gutman