ROJO. Argentina-Brasil-Francia-Holanda-Alemania, 2018. Un film escrito y dirigido por Benjamin Naishtat
Después de su estreno mundial en el TIFF 2018, ahora se exhibe en sala Rojo del director Benjamin Naishtat quien ofrece una pintura realista de lo que Argentina ha vivido poco tiempo antes de la sangrienta dictadura militar (1976 – 1983).
La acción transcurre en 1975 en una ciudad provincial donde el miedo comienza a aterrar al país incluyendo las desapariciones de personas como un anticipo de lo que habría de ocurrir pocos meses después. Antes de los créditos, a manera de prólogo se observa a unos residentes de un suburbio que van apropiándose de objetos que aún permanecían en una casa residencial desocupada. Inmediatamente después, el relato del realizador presenta a Claudio Morán (Darío Grandinetti), un reputado abogado de mediana edad, quien un sábado por la noche asiste a un restaurante esperando la llegada de su esposa (Andrea Frigerio). Mientras la está aguardando Morán es abordado por un desconocido (Diego Cremonesi) con cierta inestabilidad mental, que origina un altercado que alcanza una desagradable dimensión. Cuando al salir del establecimiento nuevamente se topa con el extraño sujeto, la tensión adquiere un giro dramático frente a una decisión desesperante adoptada por éste último.

Alfredo Castro y Darío Grandinetti
Tres meses después, un amigo del abogado (Claudio Martínez Bel) le solicita su ayuda para que legalmente lo convierta en el supuesto comprador de la casa abandonada, referencia hecha en el prólogo del relato, a través de un mecanismo decididamente corrupto. Paralelamente, se asiste a una subtrama sobre la relación de Paula (Laura Grandinetti), la hija de Morán, con su celoso amigo Santi (Rafael Federman), que conducirá a la desaparición de un personaje.
Dentro de un ambiente en donde los acontecimientos se van rarificando surge la presencia de un detective chileno (Alfredo Castro) llegado de Buenos Aires con el propósito de indagar el paradero del extraño individuo que el abogado había confrontado tiempo atrás.
La amoralidad de la época sembrada de una violencia latente está eficientemente ilustrada a través de las varias viñetas de esa pequeña comunidad que metafóricamente reflejan lo acontecido en el resto del país en uno de los momentos más oscuros de su historia. Al así hacerlo, Naishtat suministra un muy buen e imprevisible relato a través de los hilos de una intrincada madeja en la que nada queda librado al azar; lo más importante es su habilidad en haber creado una efectiva atmósfera de paranoia inquietante que a la manera de un thriller imbuido de considerable suspenso mantiene en vilo al espectador.
Además de la impecable dirección, el film se ve agraciado con el excelente trabajo de Grandinetti transmitiendo la ambigua contradicción de un hombre que en principio honesto pone a prueba su decencia al adoptar decisiones mal encaminadas. En los factores técnicos se distinguen la magnífica fotografía de Pedro Sotero y la música ominosa de Vincent Van Warmerdam muy bien asociada a la trama planteada. Jorge Gutman