UN FILS (Bik Eneich). Túnez-Francia-Líbano-Quatar. 2019. Un film escrito y dirigido por Mehdi M. Barsaoui. 96 minutos.
Con la reapertura de las salas de cine en Canadá, el público tiene la ocasión de juzgar en la pantalla grande un muy buen drama del novel director y guionista tunecino Mehdi M. Barsaoui. En Un Fils además de exponer la angustia que enfrenta un matrimonio frente a la posibilidad de perder a su hijo, el realizador ilustra algunos aspectos socioculturales predominantes en su país.
La acción transcurre en Tataouine, al sudeste de Túnez en el verano de 2011, meses después de la llamada revolución del jazmín que motivó la caída del dictador Ben Ali. Allí se encuentran de vacaciones Fares (Sami Bouajila), su mujer Meriem (Najla Ben Abdallah) y Aziz, (Youssef Khemiri), el hijo único de 11 años. Desde las primeras imágenes se puede apreciar un feliz cuadro familiar donde nada hace presumir las oscuras nubes que se avecinan.
Después de un picnic entre amigos donde se celebra la promoción de Meriem como directora de recursos humanos de una importante compañía que opera en el Medio Oriente y el norte de África, esta familia se dispone a realizar un paseo por la zona circundante con el Range Rover manejado por Fares. Durante el trayecto, transitando en medio del desierto inesperadamente irrumpen rebeldes islamistas interrumpiendo el placentero viaje de sus pasajeros; al ser el vehículo ametrallado por los terroristas, una bala alcanza a Aziz que le perfora el hígado dejándolo gravemente herido. Llevado de inmediato al hospital local, tras varias horas de tratamiento, el cirujano jefe (Noomen Hamda) comunica a los desesperados padres que aunque el niño está vivo, su estado es muy delicado requiriendo con urgencia un trasplante de hígado por haber perdido el 80% de ese vital órgano. Para ello es necesario que uno de los dos integrantes del matrimonio se preste a transferirlo, pero previamente es necesario efectuarles un test de sangre para verificar si son compatibles con la del menor; como resultado del mismo, se revela que por diferentes razones ni Meriem ni Fares pueden ser su dadores.
A partir de allí, el relato cobra considerable intensidad en la necesidad de conseguir un donante; si bien se puede recurrir a un órgano proveniente de dadores anónimos, práctica que no es frecuente en Túnez; con todo hay una larga lista de espera donde el niño no podría aguardar esa demora sin antes sucumbir. Es allí que la historia se complica cuando un personaje sombrío (Slah Msaddak) ofrece a Fares, a cambio de una importante suma de dinero la posibilidad de conseguir un donante mediante un procedimiento ilegal.
A través del tema central, el remarcable guión permite apreciar de qué modo la consecuencia del grave accidente afecta la sólida relación conyugal cuando el problema de la filiación entra en juego; simultáneamente la historia impacta por razones adicionales. Así resulta de interés imponerse sobre la tradición islámica donde la religión establece que la donación de órganos deba realizarse a través de los familiares más cercanos; asimismo resulta aberrante comprobar la práctica del tráfico de niños desprotegidos donde sus órganos son objeto de transacción comercial
Barsaoui ha logrado interpretaciones excelentes de los principales protagonistas quienes se adentran magníficamente en la psicología de sus personajes. Bouajila, que obtuvo por su prestación el premio al mejor actor en el festival de Venecia de 2019, transmite vigorosamente el sentimiento de paternidad que atraviesa su personaje; por su parte, Abadallah expresa con gran convicción el dolor de una madre que no puede eludir enfrentar acontecimientos del pasado.
En esencia, mediante una articulada narración que origina una inusitada tensión sin decaer en momento alguno, el joven cineasta demuestra poseer una excepcional madurez al haber logrado una ópera prima de profundo contenido moral y emocional.
Jorge Gutman