DIVORCE CLUB. Francia, 2020. Un film de Michaël Youn 108 minutos
Si acaso el propósito del realizador Michaël Youn ha sido el de ofrecer una comedia destinada a entretener, su propósito lamentablemente naufraga porque después de sus primeros 30 minutos Divorce Club se descarrila por completo.
En la primera secuencia se observa a Ben (Arnaud Ducret), un cuadragenario agente inmobiliario de Marsella muy enamorado de su esposa Vanessa (Ornella Fleury) quien inesperadamente sufre la gran humillación de su vida cuando públicamente se entera de que ella lo engaña con su empleador (Benjamin Biolay). Prácticamente desesperado porque a pesar de todo la sigue amando, el desolado marido no puede encontrar consuelo por sentirse abandonado. Todo cambia para él cuando por azar él reencuentra a Patrick (François-Xavier Demaison) un viejo amigo a quien no vio desde hace muchos años y que igualmente divorciado le levanta su decaído ánimo. Así le hace ver que el matrimonio constituye una esclavitud o más bien una prisión de la que es necesario salir lo más pronto posible para gozar de la vida. Para ello lo invita a residir a su fastuosa residencia donde tendrá amplia oportunidad de gozar de compañía femenina sin atadura alguna.
Para reafirmar la libertad nada mejor que fundar el club de divorciados donde la gran mansión de Patrick se convierte en el refugio de hombres y mujeres que se hallan en la misma condición. A todo ello, Ben encuentra solaz en Marion (Caroline Anglade), una agradable divorciada dueña de un club de lucha, de la que terminará enamorándose.
Repentinamente lo que parecía estar presenciando una jocosa comedia, el guión se dispara en diferentes direcciones convirtiéndose en una grotesca farsa con situaciones no solo descabelladas sino inclusive del peor gusto que producen una sensación de tristeza al contemplar cómo el realizador y sus cinco co-guionistas integrados por Matt Alexander, Marie-Pierre Huster, Claude Zidi Jr., Cyrille Droux y David Gilcreast, subestiman la inteligencia del espectador. Las actuaciones de Ducret y Demaison como las del resto del elenco integrante caracterizando a personas de edad madura que no han dejado la etapa adolescente son típicamente caricaturescas y sin que haya nada especial que resaltar. No vale la pena proseguir en el análisis de un film que como el presente se alimenta de un humor extremadamente vulgar y por lo tanto desechable. Jorge Gutman