Comen­ta­rios de Films de TIFF 2020 (6)

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

PAS­SION SIM­PLE (Fran­cia-Bél­gi­ca)

Habien­do sido pro­gra­ma­da para el can­ce­la­do Fes­ti­val de Can­nes, es en el TIFF don­de por pri­me­ra vez ha sido pre­sen­ta­da esta volup­tuo­sa pelí­cu­la que como su títu­lo lo anti­ci­pa se cen­tra en una pasión.

El film está basa­do en la nove­la auto­bio­grá­fi­ca de Annie Ernaux publi­ca­da en 1992 aun­que la adap­ta­ción para el cine rea­li­za­da por la direc­to­ra Danie­lle Arbid y la auto­ra del libro ubi­ca la acción en el momen­to actual.

El rela­to que trans­cu­rre en París intro­du­ce a Hélè­ne (Lae­ti­tia Dosch) una pro­fe­so­ra inves­ti­ga­do­ra divor­cia­da y madre de un hijo pre­ado­les­cen­te que sien­te un irre­sis­ti­ble deseo sexual hacia Ale­xan­dre (Ser­gei Polu­nin), un hom­bre más joven que ella quien se desem­pe­ña en Fran­cia como diplo­má­ti­co en la emba­ja­da rusa. No es la pri­me­ra vez que el cine abor­da una temá­ti­ca seme­jan­te pero en este caso lo obje­ta­ble es la fal­ta de des­crip­ción ade­cua­da de estos dos per­so­na­jes. Nada se sabe del pasa­do de Hélè­ne, su acti­tud asu­mi­da en su fra­ca­sa­da vida con­yu­gal como así tam­bién se igno­ra cómo lle­gó a cono­cer a su aman­te y qué es lo que incen­ti­vó su fuer­te atrac­ción. Asi­mis­mo, Ale­xan­dre con su cuer­po tatua­do resul­ta un enig­ma; sólo se sabe que es casa­do y con su ros­tro com­ple­ta­men­te inex­pre­si­vo lo úni­co que deja tras­lu­cir es el modo en que uti­li­za a Hélè­ne como muñe­ca sexual.

A lo lar­go de su desa­rro­llo Arbid tra­ta de trans­mi­tir has­ta qué pun­to la desen­fre­na­da pasión de Hélè­ne y su total depen­den­cia hacia un hom­bre mani­pu­la­dor que nada sien­te por ella, la con­du­ce a un des­equi­li­brio emo­cio­nal afec­tan­do su labor pro­fe­sio­nal y su res­pon­sa­bi­li­dad mater­nal al des­cui­dar a su hijo. Sin embar­go el pro­pó­si­to de la rea­li­za­do­ra se des­vir­túa al ilus­trar el víncu­lo amo­ro­so de los aman­tes median­te repe­ti­das y alar­ga­das esce­nas de copu­la­ción roda­das en pri­mer plano que insu­mien­do con­si­de­ra­ble par­te del metra­je lle­gan a pro­du­cir letar­go; su errá­ti­ca pues­ta escé­ni­ca ate­núa la atrac­ción del rela­to que se encuen­tra agra­va­do por un pre­ci­pi­ta­do desenlace.

Lo más impor­tan­te del film resi­de en la muy bue­na pres­ta­ción de Dosch quien a pesar de las limi­ta­cio­nes del guión logra refle­jar la pro­fun­da angus­tia y sufri­mien­to de una mujer que no pue­de domi­nar su enfer­mi­zo ins­tin­to sexual. Que­da como balan­ce un dra­ma eró­ti­co de esca­sa con­vic­ción en el que su pro­ta­go­nis­ta feme­ni­na con­tras­ta fuer­te­men­te con el empo­de­ra­mien­to de la mujer emban­de­ra­do por el movi­mien­to #metoo.

CASA DE ANTI­GUI­DA­DES (Bra­sil-Fran­cia)

Escri­to y diri­gi­do por Joäo Pau­lo Miran­da Maria, este bien inten­cio­na­do film par­te de una pre­mi­sa intere­san­te pero pos­te­rior­men­te se bifur­ca des­va­ne­cien­do el poten­cial con­te­ni­do en sus pri­me­ras escenas.

La acción trans­cu­rre en la épo­ca actual don­de Cris­to­yam (Antô­nio Pitan­ga), un hom­bre negro de edad madu­ra pro­ve­nien­te del nor­te bra­si­le­ño, ha esta­do tra­ba­jan­do duran­te 30 años en una fac­to­ría lác­tea ubi­ca­da en una ciu­dad sure­ña del país y que aho­ra per­te­ne­ce a una com­pa­ñía aus­tría­ca. Debi­do a la cri­sis eco­nó­mi­ca que afli­ge a la fábri­ca, él está obli­ga­do a acep­tar la reduc­ción de su sala­rio para seguir con­ser­van­do su empleo. De inme­dia­to, el rela­to adop­ta un rum­bo dife­ren­te cuan­do el hom­bre encuen­tra un refu­gio en una casa aban­do­na­da don­de des­cu­bre dife­ren­tes obje­tos que le hacen reme­mo­rar sus orí­ge­nes y el de sus ancestros.

Miran­da Maria desea trans­mi­tir la dimen­sión espi­ri­tual de su pro­ta­go­nis­ta den­tro del trau­ma que vive en el mar­co de una socie­dad con­ser­va­do­ra y pre­jui­cio­sa. Asi­mis­mo pue­de infe­rir­se que el rea­li­za­dor quie­re demos­trar que el lega­do colo­nial del pasa­do con la into­le­ran­cia y dis­cri­mi­na­ción racial por par­te de los polí­ti­cos de los ricos esta­dos sure­ños del país hacia los habi­tan­tes autóc­to­nos de color de las regio­nes del nor­te, sigue sub­sis­tien­do en el pre­sen­te; con todo, el guión no logra encon­trar el foco pre­ci­so al haber recu­rri­do a una narra­ción abs­trac­ta que afec­ta la cohe­ren­cia del rela­to des­es­ti­mu­la­do su inte­rés. A su favor, el insu­fi­cien­te­men­te logra­do film se bene­fi­cia por sus bue­nos efec­tos visuales.

TRUE MOTHERS (Japón)

La pre­sen­ta­ción de fil­mes en línea del TIFF cul­mi­nó con este con­mo­ve­dor dra­ma de la vete­ra­na rea­li­za­do­ra japo­ne­sa Noa­mi Kawa­se. Si bien el deli­ca­do tema de la adop­ción ya ha sido tra­ta­do por el cine, como por ejem­plo lo abor­dó Jea­ne Herry en Pupi­lle (2018), aquí Kawa­se lo con­si­de­ra des­de un ángu­lo dife­ren­te basán­do­se en la nove­la homó­ni­ma de 2015 de Mizu­ki Tsujimura.

De mane­ra no lineal el rela­to está estruc­tu­ra­do en tres par­tes muy bien cohe­sio­na­das. En su comien­zo se obser­va al matri­mo­nio japo­nés con­for­ma­do por Sato­ko (Hiro­mi Naga­sa­ku), su mari­do Kiyo­ka­zu (Ara­ta Lula) y el hijo Asa­to (Reo Sato) de 6 años. Más allá de un inci­den­te esco­lar entre el niño y un com­pa­ñe­ro de escue­la, se apre­cia el calor de fami­lia impe­ran­te entre sus tres inte­gran­tes. Pos­te­rior­men­te el guión retro­ce­de la acción hacia atrás rese­ñan­do las difi­cul­ta­des del matri­mo­nio que deseo­sos de ser padres se encuen­tran impe­di­dos por una defi­cien­cia esper­má­ti­ca de Kiyo­ka­zu. Habien­do toma­do nota de la exis­ten­cia de Baby Baton, una orga­ni­za­ción sin fines de lucro des­ti­na­da a niños recién naci­dos de madres que no pue­den hacer­se car­go de sus hijos para ser adop­ta­dos por quie­nes no pue­den con­ce­bir, la pare­ja acu­de a la mis­ma y es así que con gran ale­gría logran adop­tar a Asa­to al momen­to de nacer, tenien­do todos los dere­chos de actuar como ver­da­de­ros padres. Vol­vien­do la acción al tiem­po actual el nudo con­flic­ti­vo del rela­to se pro­du­ce cuan­do de mane­ra sor­pre­si­va apa­re­ce en esce­na Hika­ri (Aju Maki­ta), la joven madre bio­ló­gi­ca de Asa­to recla­mán­do­lo. De allí en más la his­to­ria se retro­trae nue­va­men­te a la épo­ca en que Hika­ri con sus 14 años que­dó emba­ra­za­da de Taku­mi (Take­to Tana­ka), un com­pa­ñe­ro de escue­la, y sus estric­tos padres (Tetsu Hiraha­ra, Hiro­ko Naka­ji­ma) se encuen­tran impo­si­bi­li­ta­dos de abor­tar la ges­ta­ción por estar bas­tan­te avan­za­da; es así que ella es envia­da a Baby Baton duran­te el perío­do res­tan­te de su embarazo.

Exce­len­te­men­te el film expo­ne el gran dile­ma entre una madre que jun­to a su espo­so ha brin­da­do todo su amor al hijo adop­ti­vo y la madre bio­ló­gi­ca que desea­ría no que­dar eli­mi­na­da de la vida de Asa­to. Kawa­se con gran suti­le­za logra impri­mir genui­na emo­ción a esta huma­na his­to­ria sobre lo que impli­ca ser una ver­da­de­ra madre así como las dife­ren­tes face­tas que pue­de adqui­rir la mater­ni­dad; para ello con­tó con las remar­ca­bles actua­cio­nes de Naga­sa­ku y Maki­ta quie­nes con com­ple­ta natu­ra­li­dad se aden­tran en sus res­pec­ti­vos per­so­na­jes. De exce­len­te fac­tu­ra téc­ni­ca, la excep­cio­nal foto­gra­fía de Yuta Tsu­ki­na­ga con­tri­bu­ye a real­zar los valo­res de este pon­de­ra­ble drama.