Un Dra­ma Familiar

HILL­BILLY ELEGY. Esta­dos Uni­dos, 2020. Un film de Ron Howard. 116 minu­tos. Dis­po­ni­ble en Netflix

Dis­cre­pan­do con la mayo­ría de los crí­ti­cos que han sub­es­ti­ma­do a Hill­billy Elegy,  quien comen­ta estas líneas con­si­de­ra que este dra­ma auto­bio­grá­fi­co del escri­tor J.D. Van­ce rea­li­za­do por Ron Howard arro­ja un posi­ti­vo balan­ce. Aun­que no todos los tra­ba­jos del cineas­ta han logra­do una com­ple­ta apro­ba­ción, sin embar­go algu­nos de sus fil­mes como Apo­lo 13 (1995), A Beau­ti­ful Mind (2001) ‑por el que obtu­vo el Oscar como mejor rea­li­za­dor- y Frost/Nixon (2008) han sido exi­to­sa­men­te reci­bi­dos por la crí­ti­ca; en este caso su rela­to de un per­se­ve­ran­te joven dis­pues­to a supe­rar­se fren­te a con­di­cio­nes poco pro­pi­cias segu­ra­men­te encon­tra­rá un eco favo­ra­ble en el vas­to públi­co de Netflix.

El libro de Van­ce adap­ta­do por Vanes­sa Tay­lor comien­za en 2011 cuan­do J.D. (Gabriel Bas­so), está pro­me­dian­do sus estu­dios de leyes en la Facul­tad de Dere­cho de la Uni­ver­si­dad de Yale y tra­ta de obte­ner una pasan­tía en una pres­ti­gio­sa fir­ma de abo­ga­dos; sin embar­go su situa­ción se ve alte­ra­da al reci­bir una lla­ma­da de su her­ma­na (Haley Ben­nett) quien resi­de en Midd­le­ton con su mari­do e hijos, urgién­do­le su pre­sen­cia por­que su madre Bev (Amy Adams) ha inge­ri­do una sobre­do­sis de heroí­na y nece­si­ta que él le ayu­de en seme­jan­te emergencia.

Glenn Clo­se y Amy Adams

Dejan­do tem­po­ral­men­te a su que­ri­da novia Usha (Frei­da Pin­to) que tam­bién estu­dia abo­ga­cía, J.D. con­du­cien­do su auto­mó­vil se tras­la­da de New Haven a Ohio. Al lle­gar a des­tino com­prue­ba el esta­do lamen­ta­ble en que se encuen­tra su pro­ge­ni­to­ra y es enton­ces cuan­do pasa revis­ta a sus años de infan­cia y ado­les­cen­cia trans­cu­rri­dos en esa zona rural de Midd­le­ton. Retro­tra­yen­do la acción a 1997 se asis­te a las penu­rias de J.D (Owen Asz­ta­los). como pro­duc­to de un hogar dis­fun­cio­nal a cau­sa de la ines­ta­bi­li­dad de su madre toxi­có­ma­na; todo haría supo­ner que tra­ba­jan­do como enfer­me­ra de un hos­pi­tal local allí comen­zó su adic­ción por las dro­gas. Fren­te a ese cua­dro tris­te y depri­men­te, él tra­ta de encon­trar solaz con Mamaw (Glenn Clo­se), su abue­la mater­na quien se ocu­pa de cui­dar­lo y tra­tan­do de incul­car­le el valor de la fami­li­la como lo que más cuen­ta en la vida de una persona.

Si bien el film elu­de los aspec­tos polí­ti­cos con­si­de­ra­dos en el libro don­de Van­ce cri­ti­ca varia­dos aspec­tos de la cul­tu­ra “hill­billy”, de todos modos Howard ilus­tra satis­fac­to­ria­men­te a esa Amé­ri­ca pro­fun­da y rural don­de se desa­rro­lla gran par­te del rela­to; al pro­pio tiem­po trans­mi­te con sol­ven­cia la varia­da gama de sen­ti­mien­tos que envuel­ven a los per­so­na­jes de esta dra­má­ti­ca his­to­ria median­te una narra­ción con­sis­ten­te y flui­da. En cuan­to al elen­co, es elo­gia­ble la rea­lis­ta com­po­si­ción que logra Adams de su per­so­na­je dro­ga­dic­to y bipo­lar sin que sobre­ac­túe en los momen­tos de alo­ca­dos y vio­len­tos arran­ques. Por su par­te la exce­len­te Clo­se mues­tra una vez más su nota­ble his­trio­nis­mo dan­do vida a esa tenaz abue­la que con gran deter­mi­na­ción tra­ta de man­te­ner uni­da a la fami­lia. Igual­men­te satis­fa­cen tan­to Bas­so como Asz­ta­los carac­te­ri­zan­do a Van­ce en dife­ren­tes eta­pas de su vida así como Ben­nett airo­sa­men­te se defien­de ani­man­do a la her­ma­na mayor de J.D.

A pesar de todas las pie­dras inter­pues­tas en su camino la dedi­ca­ción y esfuer­zo del con­flic­tua­do joven habrá de ren­dir­le sus fru­tos. Así los cré­di­tos fina­les infor­man que Van­ce se gra­duó como abo­ga­do en 2013 casán­do­se con Usha al año siguien­te y publi­can­do en 2016 su auto­bio­gra­fía Hill­billy, una ele­gía rural.

Esen­cial­men­te, Howard ha logra­do un con­mo­ve­dor dra­ma de esti­lo tra­di­cio­nal don­de resul­ta sen­ci­llo empa­ti­zar con la suer­te corri­da por su pro­ta­go­nis­ta. Jor­ge Gutman