SAINT MAUD. Gran Bretaña, 2019. Un film escrito y dirigido por Rose Glass. 84 minutos. Disponible en Apple TV/iTunes y Google Play Store
Una ambiciosa temática es considerada por la novel directora británica Rose Glass en Saint Maud. Aunque de difícil catalogación, este drama psicológico se aproxima al género de terror incursionando en las consecuencias del fanatismo religioso.
La acción que transcurre en una pequeña ciudad costera de Inglaterra presenta a Maud (Morfydd Clark) una introvertida joven enfermera encargada de cuidados paliativos que ha dejado su trabajo en el hospital local por haber causado la muerte de un paciente; su nuevo empleo es asimismo como enfermera a la vez que cuidadora en el hogar de Amanda Köhl (Jennifer Ehle), una excéntrica enferma víctima de cáncer que en el pasado se destacó como remarcable bailarina y coreógrafa. El puntapié de este vínculo genera especial intriga teniendo en cuenta que Maud, imbuida de apasionada fe cristiana, trata con gran estoicismo de infundir solaz y consuelo a Amanda y a su vez convertirla a su fe en tanto que la hedonística anciana es completamente ajena a la religión. La cordial relación establecida entre ambas se interrumpe al poco tiempo con la irrupción de Carol (Lily Frazer), una íntima amiga de Amanda a la que Maud trata de impedir que la visite; esa actitud motivará su despido.
Desde ese momento el relato adquiere un giro inesperado al ilustrar la metamorfosis de Maud en una delirante y alucinada persona que cree recibir mensajes de Dios; su desequilibrio emocional la impulsa a transitar un errático sendero incluyendo encuentros sexuales con extraños. A la postre, su intenso fanatismo religioso la mueve a dañar su cuerpo y a autodestruirse para finalmente alcanzar la sublimación a la manera de una remozada Juana de Arco.
La atmósfera de horror generada por la conducta de Maud crea una sensación de incomodidad sin que el espectador resulte gratificado. No obstante el excelente desempeño de Clark el guión de la realizadora no es lo suficientemente consistente para permitir que se pueda empatizar con su personaje; eso es debido a que resulta difícil captar la psicología de esta joven transformada en monstruo, sin llegar a saber si obedece a los designios de Dios o del demonio. En última instancia esta película es más bien vista como un ejercicio experimental aunque sin alcanzar el vigor dramático ni la emoción apreciada en otros títulos afines como Repulsion (1965) de Roman Polanski, The Exorcist (1973) de William Friedkin y Carrie (1976) de Brian De Palma. Jorge Gutman