Enfren­tan­do la Tec­no­lo­gía Digital

EFFA­CER L’HIS­TO­RI­QUE. Fran­cia-Bél­gi­ca, 2020. Un film escri­to y dir­gi­do por Benoît Delé­pi­ne y Gus­ta­ve Ker­vern. 110 minutos

El desa­fío enfren­ta­do por tres per­so­nas de media­na edad per­te­ne­cien­tes a las gene­ra­cio­nes pre­ce­den­tes a la de la era digi­tal es enfo­ca­do por los direc­to­res Benoît Delé­pi­ne y Gus­ta­ve Ker­vern en esta come­dia que adop­tan­do el tono del absur­do nun­ca ter­mi­na de cuajar.

Corin­ne Masiero

La acción se desa­rro­lla en los subur­bios de una ciu­dad pro­vin­cial de Fran­cia don­de uno de los per­so­na­jes es Marie (Blan­che Gar­din), una mujer adic­ta a la bebi­da que se halla aban­do­na­da por su mari­do y su hijo de 15 años (Lucas Mondher). Su ruti­na se ve alte­ra­da cuan­do un chan­ta­jis­ta (Vin­cent Lacos­te) que la fil­mó en una com­pro­me­te­do­ra rela­ción sexual le exi­ge una impor­tan­te suma de dine­ro a fin de que el video no lle­gue a difun­dir­se a tra­vés de la red; es así que ella está urgi­da en hallar una vía para impe­dir­lo, sobre todo para que su vás­ta­go no lle­gue a ente­rar­se del inci­den­te. Otro de los per­so­na­jes es Ber­trand (Denis Podaly­dès), un hom­bre viu­do y vecino de Marie, cuya máxi­ma preo­cu­pa­ción es que su hija ado­les­cen­te (Cle­men­ti­ne Pey­ri­cot) no siga sien­do víc­ti­ma del aco­so ciber­né­ti­co; eso lo impul­sa a bus­car una solu­ción para pro­te­ger­la. Final­men­te está Chris­ti­ne (Corin­ne Masie­ro), otra veci­na de la zona que es con­duc­to­ra de taxi Uber y está alie­na­da por su adic­ción a las series tele­vi­si­vas, lo que le pro­du­ce un bajo rating en la eva­lua­ción de sus clien­tes y final­men­te es des­pe­di­da por su emplea­dor. De allí en más, los tres veci­nos se unen a fin de empren­der una gue­rra con­tra los gigan­tes de la tec­no­lo­gía, pre­vio con­tac­to con un hac­ker que se auto­de­no­mi­na “Dios” (Bou­li Lanners).

Si bien en su pri­me­ra mitad el film ofre­ce algu­nos gags acep­ta­bles, las situa­cio­nes absur­das que se van suce­dien­do no se tra­du­cen en una sáti­ra que logre impac­tar; eso se debe en par­te a una narra­ción super­fi­cial uni­do a que sus per­so­na­jes, bor­dean­do la cari­ca­tu­ra, no alcan­zan a crear una empa­tía en su inten­to de no seguir some­ti­dos a la escla­vi­tud de la tec­no­lo­gía digi­tal. No obs­tan­te la pre­sen­cia de bue­nos acto­res, la pre­mi­sa de este rela­to se malo­gra por el ende­ble guión ori­gi­nan­do un des­lu­ci­do sit­com tele­vi­si­vo. Jor­ge Gutman