EMA. Chile, 2019. Un film de Pablo Larraín. 102 minutos
Con buenos antecedentes como realizador de Tony Maniero (2008), No (2012), Neruda (2016) y Jackie (2016), entre otros títulos, todo hacía suponer que Pablo Larraín brindaría en Ema otro relevante film. Desafortunadamente este drama enfocando a una mujer trastornada dista de concitar interés en la medida que la entreverada e irrealista trama contenida en el guión co-escrito con Guillermo Calderón y Alejandro Moreno,afecta la solidez del relato.
La trama se desarrolla en la ciudad portuaria de Valparaíso en donde Ema (Mariana Di Girólamo), de 28 años de edad es una bailarina que forma parte del elenco de una compañía de danza donde su marido Gastón (Gael García Bernal) es artista y coreógrafo de la misma. Debido a la esterilidad de Gastón, la pareja deseosa de tener un hijo ha adoptado a Polo, un niño colombiano de aproximadamente 8 años quien lamentablemente no recibe buenos ejemplos de su madre al estimularle su inclinación hacia la piromanía.
La forma en que Larraín retrata a Ema despista al espectador; esta andrógina bailarina felinamente salvaje durante sus ratos libres se dedica a portar un lanzallamas para incendiar coches, por lo que a todas luces su comportamiento resulta incomprensible. El punto de inflexión se produce cuando el niño imitando a su madre se convierte en un pirómano generando un incendio en el hogar de sus padres con la consecuencia de haber desfigurado facialmente a la hermana de Ema; por esa razón la bailarina decide renunciar al chico adoptado lo que genera la fractura matrimonial. De allí en más, la frustración de la adopción motiva a que esta anti heroína trate de reconstruir su vida volcándose al libre sexo y al placer que le brinda la danza.
Si acaso la intención de Larraín ha sido ilustrar la dificultad en alcanzar el preciso equilibrio de una actividad artística con la responsabilidad familiar, el propósito no fue logrado teniendo en cuenta la inautenticidad de la historia expuesta. Eso conlleva a que prácticamente resulte difícil empatizar con la erótica protagonista en la que su odisea por la liberación no genera emoción ni sentimiento alguno.
Más allá de una correcta puesta escénica de Larraín y de la muy buena actuación de García Bernal quien es el que más se destaca en el elenco, lo rescatable de este experimental y radical proyecto reside en su aspecto visual reflejado principalmente en la buena coreografía de José Luis Vidal desplegada en los viscerales bailes “reggaeton” y en la acertada fotografía de Sergio Armstrong. Jorge Gutman