NAPOLEON. Gran Bretaña-Estados Unidos, 2023. Un film de Ridley Scott. 157 minutos
Con el antecedente de haber ofrecido algunos memorables filmes como The Duellists, Blade Runner, Thelma and Louise y Gladiator, entre otros, el veterano realizador Ridley Scott entrega con su más reciente trabajo, una ambiciosa película épica centralizada en Napoleón Bonaparte (Joaquin Phoenix). Hay motivos que valoran al film aunque a lo largo de su extensa duración existen altibajos que influyen para que el resultado sea un tanto desigual.
A través del irregular guión de David Scarpa lo que se contempla aquí no es precisamente una biografía del mítico militar sino más bien una ficcional recopilación histórica de sus logros militares que lo conducen a la cima del poder máximo hasta sus fracasos que lo llevarán al destierro. Todo comienza en 1793, cuatro años después de la Revolución Francesa, en donde en París Marie Antoinette es guillotinada y entre la gran multitud que asiste a la ejecución se observa a Napoleón (aunque históricamente él no estuvo presente). De inmediato ese oficial de artillería, dotado de un remarcable talento como estratega militar, se abrirá camino hacia la fama alcanzando el grado de general cuando las tropas a su comando logran el importante triunfo de sitiar a Tolón; posteriormente seguirá su conquista de Egipto, su participación en 1799 en el golpe de estado que derrumba al sistema de gobierno francés, estableciendo el Consulado donde él es el primer cónsul, hasta diciembre de 1804 en que se erige emperador de Francia. Justo al cumplirse un año de su investidura, el ejército napoleónico obtiene la gran victoria de Austerlitz al derrotar a las fuerzas combinadas de Rusia y Austria. Sin embargo nunca logrará establecer un acuerdo de paz con Inglaterra y es así que después de algunas derrotas que lo llevan al exilio en la isla de Elba en 1814, a su retorno a Francia su ejército es vencido en junio de 1815 por las tropas británicas, neerlandesas y alemanas dirigidas por el duque de Wellington (Rupert Everett) en la batalla de Waterloo. De allí en más, Gran Bretaña lo exilia prisionero en la isla de Santa Elena donde transcurrirá los últimos años de su vida.
Paralelamente, considerable parte del metraje dedica su atención a la relación sentimental de Bonaparte con Joséphine de Beauharnais (Vanessa Kirby) en donde años antes de ser emperador la conoció siendo una atractiva viuda. Profundamente enamorado de ella, deja pasar por alto sus infidelidades mientras él estaba en Egipto en la medida que Joséphine es una parte esencial de su vida. Con todo, una vez casados, Napoleón siente mucho que Josephine no pueda concebir el hijo que él tanto desea para la sucesión del imperio; en consecuencia, a pesar del gran amor que siente por ella, se produce el divorcio de la pareja.
No obstante su larga duración, Scott no ofrece un completo estudio caracterológico que permita evaluar con convicción la personalidad de esta mítica figura; igualmente su carrera militar está esbozada a saltos con demasiadas elipsis y sin indagar su quehacer como estadista político. Asimismo el tumultuoso romance con su amada musa ofrece momentos intimistas de interés que podrían constituir el tema de otra independiente historia, pero a la postre eso impide que el relato adquiera una fluida cohesión narrativa.
Los aspectos favorables de este drama descansan en la meticulosa ambientación y reproducción histórica; no menos importante es la manera en que Scott ha filmado las escenas bélicas donde tanto los combates de Austerlitz y de Waterloo ofrecen espectaculares imágenes que fuertemente impactan por el extraordinario realismo logrado artísticamente.
A nivel interpretativo Phoenix vuelve a ofrecer otra de sus brillantes interpretaciones animando al mercurial personaje que si ante sus tropas demuestra ser dueño de sí mismo y capaz de mantener su autoridad, asimismo refleja su vulnerabilidad y ternura frente a la mujer amada. De manera similar Kirby satisface plenamente como el ser que constituye el bastión de Napoleón.
En resumen, el Napoleon de Scott no alcanza la dimensión y profundidad de la obra maestra del cine mudo que en 1927 realizó Abel Gance; con todo, la presente versión del octogenario cineasta británico podrá ser apreciada por los cinéfilos no demasiado exigentes debido a los factores positivos mencionados en esta crónica. Jorge Gutman