La Mujer Barbuda

ROSA­LIE. Fran­cia-Bél­gi­ca, 2023. Un film de Stépha­nie Di Gius­to. 115 minutos.

Des­pués de haber abor­da­do a la bai­la­ri­na y coreó­gra­fa Loïe Fuller y su riva­li­dad con Isa­do­ra Dun­can en La Dan­seu­se (2016), la rea­li­za­do­ra Stépha­nie Di Gius­to con­si­de­ra en Rosa­lie un tema com­ple­ta­men­te dife­ren­te, como lo es el del hirsutismo.

Nadia Teresz­kie­wicz y Benoît Magime

El guión de la rea­li­za­do­ra com­par­ti­do con Ale­xan­dra Ech­ke­na­zi y San­dri­ne Le Cous­tu­mer está ins­pi­ra­do en el caso de Clé­men­ti­ne Delait (1865 – 1939), la fran­ce­sa que ha sido cono­ci­da como la “mujer bar­bu­da” En la fic­ción, la acción trans­cu­rre en 1870 don­de Rosa­lie (Nadie Teresz­kie­wicz) vive con su padre viu­do (Gus­ta­ve Ker­vern) en un remo­to lugar de Bre­ta­ña. Duran­te sus dos déca­das de exis­ten­cia ella pade­ce de hir­su­tis­mo, una rara afec­ción gene­ra­da en las muje­res que resul­ta en un cre­ci­mien­to exce­si­vo de vello en la cara, pecho y espal­da. Habien­do guar­da­do su secre­to al res­to del mun­do, la joven se afei­ta dia­ria­men­te y social­men­te se ha man­te­ni­do apar­ta­da del medio que la rodea.

A fin de satis­fa­cer el deseo de Rosa­lie en ser ama­da por un hom­bre y lle­gar a ser madre en el seno de una fami­lia, su padre ‑por medio de una dote– le ha con­cer­ta­do un casa­mien­to con Abel (Benoît Magi­mal), due­ño de una taber­na ubi­ca­da en una aldea pró­xi­ma, pero sin haber­le reve­la­do la ano­ma­lía de la mucha­cha. Abel, un hom­bre heri­do por la recien­te gue­rra fran­co-pru­sia­na, por su par­te uti­li­za el mon­to reci­bi­do para sal­dar par­cial­men­te una deu­da man­te­ni­da con Ber­ce­lin (Ben­ja­min Bio­lay) quien es el due­ño de la fábri­ca tex­til que sumi­nis­tra empleo a gran par­te de los aldea­nos. Cuan­do des­pués de la boda lle­ga el momen­to de inti­mi­dad con­yu­gal, al des­cu­brir el vello en el pecho de su fla­man­te espo­sa, Abel la recha­za de inmediato.

De allí en más el rela­to adop­ta el tono de un melo­dra­ma en el que el con­flic­to interno de la joven pron­to le gene­ra un ges­to de rebel­día, deci­dien­do mos­trar­se en la taber­na de su mari­do sin ocul­tar la bar­ba de su ros­tro, fren­te a la rece­lo­sa mira­da de los parro­quia­nos. Su suer­te habrá de cam­biar cuan­do rea­li­za una exi­to­sa apues­ta con uno de los clien­tes del bar (Eugè­ne Mar­cu­se), don­de a par­tir de ese momen­to ella gra­dual­men­te va ganan­do tan­to el res­pe­to del medio local como asi­mis­mo su mari­do, sor­pren­di­do por su valen­tía y deter­mi­na­ción, ter­mi­na­rá amándola.

Sin anti­ci­par el des­en­la­ce de esta his­to­ria, lo que real­men­te tras­cien­de es que en su segun­do tra­ba­jo de cineas­ta con suma deli­ca­de­za Di Gius­to ofre­ce un emo­ti­vo rela­to femi­nis­ta a tra­vés de una heroí­na imbui­da de fe capaz de supe­rar el recha­zo de la socie­dad que la ha mar­gi­na­do para ser acep­ta­da tal cual es. Ade­más de su vir­tuo­sa pues­ta escé­ni­ca el film se enri­que­ce con la subli­me inter­pre­ta­ción brin­da­da por Teresz­kie­wicz como asi­mis­mo con la acos­tum­bra­da sol­ven­cia acto­ral de Magi­mel; con ple­na con­vic­ción ambos intér­pre­tes trans­mi­ten las com­ple­jas emo­cio­nes que sus per­so­na­jes van expe­ri­men­tan­do has­ta arri­bar a una con­mo­ve­do­ra secuen­cia final. Jor­ge Gutman